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Full text of "Pablo Brito Altamira 2006 La Rosa De Los Tiempos"

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LA RoSA 

DE LOS TIEMPOS 


Pablo 8r¡to-Altam¡ra 









LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Mercurius 

Traducción y edición 
de Pablo Brito Altamira 



Copyright O 2006 pablo brito altamira 
All rights reserved. 

ISBN: 978-9974-91-322-6 



Para MELISSA 
Bagur 
1988 



American Philosophical Society 


*'.i 



A wind rose from the chapter “Of Aiery Meteors” 

-then considered a part of “physics”- in Charles Morton’s 
manuscript in the American Philosophical Society Library. 
Photo courtesy of the American Philosophical Society. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


60 * 

LA OFICINA DEL ÚLTIMO PISO EN EL GRAN RASCACIELOS. 

* Los capítulos están numerados en orden inverso, a modo de cuenta 
regresiva. (NdA) 


El magnate discute con un personaje estrafalario. Un anciano menudo, de 
cabello y barba blancos, camisa y pantalones marrones, descoloridos. 

En caso de que todo esto fuera posible -dijo Murch un poco nervioso- 
tomará al menos quinientos años realizarlo...Y todo lo que tenemos, señor... 
El magnate mira al techo tratando de recordar cómo se llamaba su 
interlocutor... 

Colony 

Todo lo que tenemos son diez minutos, Sr. Colony; como le advertí 
al comienzo de la entrevista. 

El anciano se levanta y grita. 

¡No!...- El enclenque personaje había saltado de su silla como un 
mono al que se intenta arrebatar la última banana. Su índice huesudo 
golpeaba repetidamente el legajo manoseado que descansaba encima del 
escritorio del millonario. 

Aquí está todo explicado... - Ahora el mono parecía llorar de 
impotencia. 

Murch dirigió su mirada hacia el montón de papeles. La primera hoja 
mostraba un diagrama circular. 

Con lápices de colores alguien había escrito lo que parecía ser el título, 
algo descentrado y bastante torcido: 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


"Geografía del Tiempo" 

Murch miró su reloj. En cinco minutos comenzaría la reunión de 
directorio, y a estas alturas no tenía siquiera las cotizaciones de Wall Street. 

El magnate cambia de opinión repentinamente. 

Sin saber por qué, caminó maquinalmente hacia el mueble que ocupaba la 
pared de su derecha y abrió las dos hojas de madera de caoba que 
encerraban una kitchenette. 

Sirvió dos cafés y colocó las tazas encima de la mesita central sin decir una 
palabra. 

Con un gesto indicó a Colony que se trasladara al sofá. 

Mientras éste, un poco indeciso, se levantaba de su silla, Murch se acercó 
nuevamente al escritorio y pulsó un botón en su control telefónico. 

- Srta. Connors -dijo- arregle que el Sr. Roland asista por mí al directorio. 
Dígale que tengo que tomar un avión a...- Miró el rostro asustado del viejo 
y completo la frase - A Venus. 

Y dio por terminado el mensaje. 

59 

LA CASA DEL ARQUITECTO. 

El arquitecto Bruno Thompson aprovechaba el inusual silencio de su 
esposa para desahogarse. 

- Se han vuelto locos, Laura, locos. Quieren un proyecto para 

algo así como un Disneyworld del tamaño de toda Europa en tres meses. 
¿Y Sabes quién lo va a estudiar? - 

Laura lo miraba impasible. 

Pensaba para sí que a su esposo le convendría hacer un poco más de 
ejercicio. A pesar de que era un hombre alto (y calvo, había que aceptar eso) 
el exceso de peso tenía una marcada preferencia por manifestarse en su 
barriga. 

-¡No! No es el propio Murch, ni el directorio, ni el jefe de inversiones. 
¡No!. Es una banda de mocosos superdotados... o qué sé yo, que mascan 
chicles que les da un viejito sin dientes que parece salido de una 
historieta.- 

Laura sorbía sin recato su bebida de frutas tropicales con soja mientras 
decidía cuál era la mejor estrategia a adoptar para convencer a su marido 
de que iniciara una dieta baja en calorías. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Tómalo con calma, querido. ¿Qué es un proyecto más o menos en tu 
vida? Bruno se preguntó por un instante por qué su mujer se veía tan 
flaca y huesuda últimamente, pero enseguida volvió a sus otras 
preocupaciones. 

Tendré que viajar esta noche a Barcelona -dijo- Al viejo se le ha 
ocurrido que tenemos que basarnos en unos planos de Gaudí. 

-No te preocupes -respondió Laura con su mejor sonrisa maternal- Todo 
saldrá bien; ya verás. 

Y sorbió la última porción del líquido amarillento. 

58 

UNA CABINA TELEFÓNICA EN LA NOCHE BAJO LA LLUVIA. 

-Es escalofriante, Marga.- 

Del otro lado de la línea, Marga se preguntaba por qué su hermano 
Matthew tendría una preferencia tan marcada por ese adjetivo. 

Aunque tenía dieciocho cumplidos, pero para ella seguía siendo un crío que 
necesitaba corregir ciertos modales. 

-¿Te imaginas? Han escogido mi manuscrito entre ciento treinta 
proposiciones, entre otras la de...No, no te preocupes por lo que cuesta la 
llamada, ya te dije que estoy contratado ¿No?... 

¿Cómo?...No, no te puedo adelantar nada, el asunto debe mantenerse en 
estricto secreto, me han encarecido mucho eso; pero te puedo decir que es 
el sueño de cualquier escritor... Mañana me trasladan a Sacramento... es un 
trabajo de equipo; hay un antropólogo y un historiador, y no sé cuántos 
otros especialistas... No, desde allí no podré llamarte hasta que no se 
concluya el trabajo, ni escribirte tampoco; pero hoy 

mismo te enviaré un cheque para que te ocupes de todo durante mi 
ausencia...Pero ¡Óyeme!... Es escalofriante; no quiero hacerme ilusiones, 
pero creo que esto es algo de lo que se va hablar muchísimo. Por lo que 
sé, viene a ser como crear una nueva cultura desde sus orígenes... pero me 
parece que ya estoy hablando de más. ...Bueno Marga, cuídate y dale un 
abrazo de mi parte a Paul ¿Si?...Sí Marga, voy a fumar a menos, te lo 
prometo. Sí Marga, hasta pronto. 


57 

LA OFICINA DEL DIRECTOR DE RECURSOS HUMANOS. 


En mi opinión, es sencillamente imposible; más aún, es absolutamente 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


absurdo. 

No le estamos pidiendo su opinión, Dr. Hoffman- respondió Colony 
pausadamente- Sólo queremos que se ocupe de reclutar al equipo que 
realizará el experimento. Las condiciones están suficientemente detalladas 
en el informe que le entregué. 

-¿Informe?- El Dr. Hoffman comenzaba a ponerse rojo.- 
¿Llama informe a esa fantasía delirante escrita en lenguaje pseudo- 
científico? No sé quién es el responsable de ese "informe", pero le aclaro 
que, aparte del interés que pueda tener a nivel literario, o filosófico, lo cual 
me tiene sin cuidado... desde el punto de vista científico no cumple los 
requerimientos mínimos que exigiría un estudiante del primer semestre de 
Psicología. No me explico cómo semejante adefesio puede haber sido 
siquiera tomado en cuenta por el comité de investigaciones de la 
Fundación... 

Como verá -dijo Colony siempre serenamente- estoy aquí para disipar 
todas sus dudas: El responsable del adefesio soy yo, en primer lugar. En 
segundo lugar, el punto de vista científico me tiene tan sin cuidado como a 
Ud. la literatura o la filosofía. 

Hoffman bajó la mirada y respiró hondo. ¿Por qué no habría seguido la 
rama clínica de la carrera? Si lo hubiese hecho, habría tenido que tratar con 
sicóticos graves, pero al menos hubiese tenido la libertad de administrarles 
sedantes cuando hacía falta. - Por último- continuó Colony- el comité de 
investigaciones no tiene la menor idea de la existencia del informe. Es el 
propio Aloysius Murch quien ha ordenado la ejecución del proyecto, y yo, 
Hoffman, soy su ejecutor. En otras palabras, o lo toma... o buscamos quien 
lo haga por Ud.- 

Cualquier estudiante del primer semestre de psicología que hubiera 
presenciado la entrevista, habría concluido que, a juzgar por la reacción 
del Dr. Hoffman, cuarenta años dedicados al estudio del comportamiento 
humano no eran bastantes para adquirir destreza en la práctica del 
autocontrol. 

56 

LA OFICINA DE OTRO DIRECTOR. 

Ma...Que? 

Machurupuy. 

¿Y qué es eso? 

Un pueblecito costero, en el Mar Caribe. 

¿Y por qué no el lago Titicaca, o la Plaza de la Paz Celeste, en Pekín? 
¿Sabe Ud. lo que me está pidiendo, Colony?- 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Don Richards masticó otra pastilla de Maalox #2 y volvió a emprenderla 
contra el nudo de su corbata, ya bastante desarreglada. De pronto, el 
militar que había en él, intacto a pesar de los diez años de trabajo gerencial, 
subió a la superficie y golpeó la mesa con los puños cerrados. 

¡Ridículo! — gritó- Ridículo e injustificable. Tenemos por lo menos una 
docena de lugares estudiados, probados y confiables para pruebas secretas. 
Hemos invertido cientos de miles en organizados y mantenerlos. 
Cualquiera de ellos cumple los requisitos de su proyecto. Y ahora Ud. me 
viene con las costas del Caribe. ¿Qué cree que hará con los turistas? 
¿Decirles que se trata de la última película de Spielberg? 

-Como idea no es mala; aunque estoy seguro de que encontrará Ud. una 
mejor, Coronel.- 

Colony se apoyó en su bastón y se retiró con una sonrisa. 

El Jefe de Operaciones Especiales de la Fundación Murch se llevó a la 
boca otra tableta de antiácido y giró en su silla. A través del ventanal, las 
colinas nevadas de New Jersey eran una postal navideña perfecta. O casi. 


55 

OTRA PLANTA DEL RASCACIELOS. 

Mientras el ascensor recorría vertiginosamente los pisos del edificio, Marisa 
trataba de imaginar por qué una compañía como aquella, dedicada, según 
había averiguado, a la industria pesada, solicitaba los servicios de un 
astrólogo. 

Las dos hojas cromadas de la puerta se separaron con un respetuoso 
silencio y una pantalla de monitor situada a poca distancia dejó ver, en 
letras verdes luminosas, un anuncio que rezaba: "BIENVENIDA . Pase 
adelante. Nuestro representante, Sr. Demet, le espera ansiosamente. 
Oficina 302". 

Debajo del mensaje, una flecha señalaba hacia la izquierda. 

Marisa saco un espejito de su cartera y dio un visto bueno a su maquillaje. 
No estaba acostumbrada a arreglarse y, además, llevaba un vestido 
prestado. 

La puerta de la oficina 302 se abrió automáticamente. Marisa entró. 

Una gran mesa de conferencias dominaba el recinto. En una de las 
paredes, un pizarrón electrónico mostraba restos indescifrables de 
anotaciones de carácter incierto. La puerta se cerró a sus espaldas; una 
voz mecánica profirió: 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


"Srta. Tahl, el Sr. Demet estará con LTd. en un instante. ¿Gusta un café?”. 

Marisa titubeó, sin saber cómo comunicar su respuesta a la voz. 

Esta prosiguió, imperturbable: 

" ¿Crema y azúcar?”- 

Esta vez, Marisa acertó a mover la cabeza en un signo afirmativo. Casi 
automáticamente una puerta insospechada se abrió en la pared opuesta a 
la del pizarrón, y algo parecido al carro de bebidas de los aviones se 
acercó a ella emitiendo un silbido intermitente. Cuando estuvo a una 
distancia de pocos centímetros, se detuvo. La voz metálica, que procedía 
de algún lugar del artefacto, dijo: "Bienvenida. Yo soy el Bar ambulante 
computarizado PG3, pero puede llamarme Peggy. Como Ud. ve, traigo el 
café que pidió. Pero puedo traerle también cualquier otra cosa que desee. 
Me refiero a comestibles, por supuesto...". A continuación, la máquina 
produjo un ruido semejante al de una risa humana, con el que sin duda se 
reía de su propio chiste, poniendo en evidencia el ingenio de sus 
programadores. Marisa esperó a que el ruido cesara y luego levantó con 
precaución la taza de café. En ese momento hizo su entrada Frank 
Demet. 

Era un joven de unos treinta años, delgado, rubio, de cabellos ensortijados 
y ojos azules. Su sonrisa equívoca y sus manos frías hicieron que Marisa 
pensara inmediatamente en una carta natal con el sol en Acuario, pero se 
sentaron y Demet comenzó a hablar con su voz melodiosa y juguetona. 
Marisa pensó dos cosas: Que podía ser también un Libra y que, en 
cualquier caso, era un muchacho adorable. -Te habrás hecho muchas 
preguntas antes de venir aquí -dijo- Algunas de ellas quedarán sin 
respuesta por el momento. Nuestra compañía tiene reglamentos muy 
estrictos en materia de información. En lo que se refiere a tu trabajo, 
hemos estudiado tu expediente y estamos satisfechos, por lo que te puedo 
anunciar, oficialmente, que estas contratada. Entre tú y yo, hubo algún 
reparo en cuanto a la edad...Algunos piensan aún que los astrólogos son 
ancianos barbudos con bonete y túnica. Por suerte para ambos, he leído 
todos los libros de tu padre, y también los dos que has publicado tú. No 
quiero decir que mi opinión tenga tanto peso como para provocar una 
decisión por sí sola, pero ya sabes, los geminianos tenemos nuestros 
recursos.- 

Marisa lo observaba y callaba. Sólo dos veces en su vida se había 
equivocado al deducir el signo solar de una persona: Con el hombre que 
tenía delante y con John Torvis, su primer novio. 

Frank continuó como si ella hubiera expresado sus pensamientos en voz 
alta: -Tendremos que trabajar juntos por unas cuantos meses, así que ya 

dispondremos de tiempo para estudiar las sinastrías de nuestros 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


horóscopos. Creo que conoces las condiciones del contrato... — Marisa 
levantó las cejas. 

Tendrás que residir en el territorio de la Compañía por el tiempo del 
proyecto. Pero no te inquietes, tendrás todas las comodidades; no estoy 
hablando de este edificio. Tenemos una preciosa villa-laboratorio en las 
afueras de Sacramento; bosque, piscina, tenis, etc., etc. ¿Alguna pregunta? 

Sólo una minucia- dijo ella sin ironía- ¿Se puede saber en qué consiste 
mi trabajo?- 

Frank la estudió sin pestañear, como los buenos jugadores de poker 
cuando reciben una apuesta fuerte. 

Me esperaba esa pregunta - respondió, descartando esta vez la sonrisa 
- Queremos que nos asesores sobre el momento más propicio para dar 
inicio a un viaje. 

-¿Hacia dónde?- 

Nada le costaba más a Frank Demet que hacer que alguien tomase en 
serio alguna aseveración suya. Pero esta vez, nadie se hubiera atrevido a 
pensar que bromeaba. 

-...Al futuro, Srta. TahL.Al futuro. 

54 

EL PSICÓLOGO PIENSA. 

Hoffman había tenido que ir rindiéndose paulatina e inevitablemente ante 
la evidencia. Los niños -a juzgar por las grabaciones en vídeo que le había 
suministrado Colony- estaban técnicamente incontaminados por la 
civilización. No eran salvajes, porque sabían leer y escribir, y conocían 
mucho más de matemáticas que cualquier niño civilizado de su edad, sin 
hablar de las demás ciencias. Todo lo que al parecer se había omitido en 
su formación, era la Historia y la Geografía. Esta última se reducía a la 
pequeña isla de la que jamás habían salido. Tenían información acerca de 
otros lugares, porque en la biblioteca de la escuela había cerca de veinte 
mil libros, sin duda lo mejor de la literatura universal. Pero para ellos, todo 
lo que allí se relataba era ficción y mitología, producto de las fértiles 
imaginaciones de sus antepasados Lev Tolstoi, Bill Shakespeare o Miguel de 
Cervantes y Francisco de Quevedo. Se comportaban respecto a ello de la 
misma manera que los jóvenes civilizados de comienzos del siglo XXI, 
que saben que los personajes de "Star Wars" existen únicamente en la 
imaginación del libretista, y se hacen pocas preguntas acerca de cuál sería 
su comportamiento si vivieran en el planeta de Matrix. 

En cuanto a su curiosidad sobre lo que habría más allá de las costas de la 
isla, o qué explicación darle a los infrecuentes barcos que se divisaban en 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


el horizonte o a los pocos aviones que sobrevolaban sus costas, los 
maestros habían logrado saciarla hasta ahora con la promesa de que, una 
vez terminada la formación escolar, se les permitiría conocer otras islas 
semejantes a la suya donde habitaban gentes de costumbres e idiomas 
diferentes. Muchos niños dudaban de la veracidad de tales leyendas, e 
imaginaban un globo terráqueo completamente cubierto de agua, salvo 
en el lugar donde, como un pequeño bote en el inmenso océano, 
emergía Urania con su escuela, su iglesia y sus campos de cultivo. 

“Si los habitantes de una galaxia vecina densamente poblada, con medios 
de transporte interplanetarios, llegasen a la tierra -Le había dicho Colony- 
tampoco creerían que nosotros nos imaginamos como los únicos 
pobladores del universo; por más que de vez en cuando aparezca un ovni 
aquí o allá" 

-Pero... - había replicado Hoffman- tendrán Uds. intercambios. No 
conozco su isla, pero por muy lejana que esté de los circuitos turísticos y 
comerciales, figurará en los mapas; en fin, es imposible aislarse del 
mundo en pleno siglo XXI. Tendrán LTds. radio, como mínimo... 

Recuerde, querido amigo, que el mayor de nuestros niños sólo tiene 
doce años. 

Ya tendrán tiempo de enterarse del resto... 

A esa edad un jovencito napolitano tiene ya su propia banda de 
contrabandistas... 

Producto de dos mil años de tradición.- 
Hoffman oprimió la tecla de "play" y comenzó a ver de nuevo uno de 
los dvd. Por primera vez en su vida no podía dar crédito a lo que estaban 
observando sus ojos. 

53 

EN EL LABORATORIO. 

¿Quiere decirme que el espacio-tiempo es un corredor de hotel y que 
Ud. tiene la llave maestra que abre todas las habitaciones?- 
Keiko Ozoki era considerada la joven más brillante de la nueva 
generación de físicos teóricos, pero si se apartaba por un instante del 
lenguaje matemático, se sentía como un pez fuera del agua y reaccionaba 
con la violencia de sus antepasados. - Quiero decirle que nunca entenderá 
cómo funciona el tiempo si se sitúa en una óptica exclusivamente 
cuantitativa. 

El espacio-tiempo es todo lo que existe, y todo lo que existe es 
medible. - También he estudiado la física, -respondió Horacio Luna- 
creo haberle dado ya pruebas suficientes. Todo lo que quiero hacerle ver 
es que su espacio-tiempo se 

"arruga" aquí y allá y produce, digamos, un electrón. Pero un poco más 



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allá, se "arruga" nuevamente y produce un pájaro... 

Si Keiko Ozoki no hubiese tenido una dentadura tan sólida, la presión de 
sus mandíbulas hubiese hecho añicos sus dientes. 

¡Sr. Luna! Tengo treinta y cinco años, y casi veinte en el medio 
científico...- La dulce mirada de Luna, desde su carota de bronceado 
semidiós mediterráneo hablaba de cosas muy alejadas del medio científico. 
Keiko tuvo que hacer acopio de todo su rigor para terminar la frase. 

¡Todo lo que le pido son números...! -Era la súplica desgarradora de 
una computadora enamorada. 

Le daré algo mejor para cualquier físico.- replicó el italiano. 

-¿Mejor que los números? — 

¡ Por las barbas de Galileo Galilei, Srta. OzokiL.j Hechos...Facía ! - 
Luna no pudo reprimir el puñetazo en la mesa. Casi inmediatamente, 
sus manotas velludas, como avergonzadas, cubrieron las manecitas 
amarillas de la joven. 

Estaban heladas, y temblaban como dos sardinas recién pescadas. 


52 

LA VILLA. 

Colony y sus colaboradores se habían ubicado en las cabañas del sector 
norte. Al principio, todos los demás empleados de la Compañía o los 
contratados por ella a instancias de Colony se referían a ellos con motes 
jocosos, como "el loco y los islómanos", o "Cristóbal Colón y su 
tripulación". Poco a poco, sin embargo, la tensión inicial, provocada 
principalmente por la incomprensión y el asombro, fue cediendo paso al 
respeto y luego a la admiración. Empezaron a llamarlos por sus nombres 
y a aceptar sus costumbres insólitas - como bajar al pueblo vecino todos 
los domingos, incluso a veces con interrupción de una sesión de trabajo, 
para asistir al servicio religioso- con tolerancia y hasta interés. 

No se puede dudar de que trabajan - Decía Frank Demet, que pronto 
se convirtió en su principal defensor y aliado; especie de portavoz, 
intérprete y enlace entre los dos grupos. A la hora de las extravagancias - 
como cuando Colony solicitó la contratación de un astrólogo, un experto 
en parques temáticos y un escritor de ciencia ficción- Demet se 
informaba a toda prisa y convertía las impenetrables y escuetas 
explicaciones del viejo en argumentos más vendibles; si no convincentes, 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


al menos dignos de alguna consideración. 

En el otro sentido, Demet había encontrado también la manera de hacer 
entender a Colony y los suyos el significado de las resistencias de "los 
otros" frente a ciertas directrices demasiado incomprensibles para ellos. 
Por eso, cuando el Sr. Murch anunció, a finales del primer trimestre de 
trabajo, que vendría por unas horas a inspeccionar el avance del proyecto 
y a presidir la primera sesión conjunta de todo el equipo, nadie dudó de 
que Frank Demet era el hombre idóneo para rendir el informe de rigor y 
poner en palabras comprensibles para el presidente lo que ninguno de 
ellos había logrado aún explicarse a sí mismo. Al saber de esta decisión, 
que, increíblemente, lo tomaba por sorpresa -porque a pesar de su gran 
inteligencia y sus dotes de comunicador, o tal vez a causa de ellos, era 
tremendamente infantil- Demet corrió al encuentro de Marisa para pedir 
consejo. 

Me tomas por una pitonisa de tres centavos- le dijo ella, entre 
ofendida y halagada. 

Sabes que no, muñeca - respondió Frank en su mejor estilo de galán 
joven de los 40.- Es que nunca he tenido que rendir un informe al 
presidente, y mucho menos hacer un resumen del trabajo de cuarenta tipos 
que hablan en lenguajes diferentes y que además no tienen la menor idea de 
lo que están fabricando. 

Pregúntale a Colony, él sabe lo que está haciendo. 

Lo conozco. Me va a responder con un refrán y tres acertijos; o, lo que 
es peor, con un versículo de la Biblia. 

¿Y qué esperas de mí, entonces? 

Lo que he esperado siempre; que me des un beso. 

Casi llegué a creer que las estrellas la tenían tomada conmigo. ¿Por 
qué no me lo habías pedido antes? 


51 

LA CABAÑA DEL GERENTE. 

No era cierto que Demet pasara por primera vez la prueba de un informe 
directo a Murch. De hecho, en muchos aspectos, era su mano derecha. 
Que nadie lo sospechara siquiera era una prueba de la sagacidad instintiva 
en el manejo del personal que había hecho de Murch el magnate que era. 
Sin embargo, las características del asunto ponían a Demet en una 
situación que no tenía precedentes en su brillante carrera dentro de la 
empresa. Nunca el jefe le había dejado en sus manos un asunto con tan 
poca información, salvo que se tratara de cuestiones de rutina o 
irrelevantes. Tampoco - ni siquiera con expertos de renombre, como 
cuando tuvo que asistir a Murch en las peripecias de la "semana dura" en 
Wall Street- lo había visto dar poderes tan plenipotenciarios a un 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


"extraño", en el lenguaje de la compañía, como los que, sin duda, tenía y 
ejercía Colony. 

" Sus razones tendrá", pensó Demet, que, por idiosincrasia confiaba en sus 
superiores, y por experiencia sabía que Aloysius Murch no había cometido 
nunca un error garrafal que no hubiese corregido o al menos detectado en 
menos de veinticuatro horas. Pero esta confianza casi ciega a la que 
estaba acostumbrado le hacía actuar siempre con mentalidad de detalle, 
dando por descontado que el conjunto estaba bien diseñado. Como un 
pinche de cocina que se esmera en cumplir bien las pequeñas tareas pero 
sin ocuparse de la receta de que forman parte; o que se cuida de mantener 
la olla a fuego lento porque es lo que le han ordenado, y no siente 
curiosidad por destaparla y ver si el guiso está bien de sal. Por eso, 
cuando decidió reunirse con todos, uno a uno, para recabar los datos que 
necesitaba para su informe, no tenía una idea, ni siquiera lejana, de lo que 
se estaba cocinando en esa villa de las afueras de Sacramento. 

50 

LA HABITACIÓN DEL NOVELISTA. 

“Querida Marga: 

Después de todo, ya lo ves, si puedo escribirte. Mi excitación del 
comienzo me había hecho exagerar un poco la nota. Es verdad que el 
asunto es secreto; en los términos de lo que se llama "secreto industrial", 
porque en fin de cuentas esto es una compañía privada y no la C.I.A. o el 
F.B.I., y me he comprometido a no comentar ningún detalle técnico, por 
más que me muero por hacerlo; pero en eso consiste todo mi 
compromiso. Una cosa si te puedo decir: mi trabajo es... 
apasionante, casi no puedo dormir. ¡Ya te estoy oyendo! Sí, claro que 
duermo; lo que quiero decirte es que me acuesto imaginando lo que me 
tocará al día siguiente y sueño con el proyecto y sigo pensando en él 
mientras tomo la ducha o me afeito...Es como estar enamorado. Al 
principio pensaba en la carga, que es grandiosa, y luego en la celebridad 
que va acarrearme un trabajo tan importante, pero ya he dejado de 
preocuparme por todo eso y sólo me interesa el trabajo por sí mismo. ¡Si 
pudiera contarte aunque fuera un poquito! Te diré algo y tú tratarás de 
imaginar el resto: Conoces mi trabajo ¿Verdad? El de un escritor de 
ciencia-ficción como cualquier otro: Inventas futuros posibles, buscas 
que tengan coherencia, que sean verosímiles, etc., etc. Ahora piensa que 
cada página fuera estudiada por diez científicos de primera línea que te 
hicieran comentarios, correcciones, te dieran ideas nuevas... ¿No es 
fascinante? pero eso no es todo; no es siquiera un 10%. No puedo decirte 
más por ahora. Pero tú puedes imaginar, aunque por más que imagines, 
creo que te quedarás corta. En resumen, que todo esto es escalofriante. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Cada mañana abro los ojos temiendo que todo haya sido un sueño y que 
esté de vuelta en mi cubículo de Morris & Morris. Dale un gran beso a los 
niños de parte de su tío más feliz y más loco, y un fuerte abrazo a Paul. 
Escribe pronto... 

Matt. 

49 

EN ALGUNA PARTE DEL CARIBE. 

Winston Robles, alcalde de Machurupuy, dobló la carta, la colocó en el 
sobre con parsimonia y luego levantó la vista y la posó sobre los dos 
visitantes, exhibiendo la sonrisa que, desde que había descubierto su 
vocación política, había sido su arma más eficaz. Richards lo miraba con 
una frialdad que le heló la sangre. "Así deben ser los asesinos 
profesionales", pensó el funcionario. Sin abandonar la sonrisa miró al otro 
hombre, el intérprete, que sin mover un sólo músculo parecía estar 
temblando de pies a cabeza. 

Robles dirigió una última mirada a la ventana que dominaba la bahía 
soleada y el islote de piedra desnuda en el que, mucho tiempo atrás, se 
había alzado un faro, mientras encendía un habano. 

Coronel Richards - dijo, a sabiendas de que se jugaba su última carta- 
Soy el primero en lamentar que haya tenido Ud. que molestarse en venir 
personalmente desde su país para un asunto que, sin duda, es para Ud. 
negocio de rutina. Igualmente lamento que el Señor Ministro haya tenido 
que intervenir, robando tiempo precioso para él y para la nación, con el 
objeto de escribir esta gentil misiva...Verá Ud...- 

En ese momento, el intérprete tuvo que hacerle un gesto para indicarle 
que hablara más lentamente, lo que Robles tomó como una señal 
salvadora que le permitiría respirar y que aprovechó para ponerse de pie y 
dar un par de pasos por la sala, con el gesto del profesor que da tiempo a 
sus alumnos en un dictado. Richards lo siguió con la mirada mientras 
el intérprete tartamudeaba. 

Verá Ud.,- retomó el alcalde - Con la nueva situación regional que, 
no cabe duda, Ud. conocerá, los alcaldes de esta provincia, cuya posición 
es particularmente delicada por el fenómeno del turismo...-" 

Richards comenzó a martillar con el dedo índice sobre el maletín de 
cuero negro que descansaba sobre sus rodillas. Se había prometido no 
impacientarse, pero a estas alturas, cuando ya había gastado dos semanas en 
un asunto que debía haberse arreglado con una llamada de su secretaria, 
comenzaba a sentir un leve aumento en la temperatura de su sangre que 
no recordaba haber experimentado desde los tiempos de combate. El 
traductor continuaba moviendo los labios, y emitiendo un monótono 
sonido. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


-...¿Sabe Ud. lo que esto significaría para tantas familias de posición 
humilde, que ven en el turismo la única expresión de la Providencia 
Divina; vamos, casi un maná del cielo?- Robles pensaba en ese momento 
en las diez hectáreas de terreno urbanizable que hacía tres meses había 
comprado, comprometiendo la solidez de sus ahorros. - No le estoy 
dando una negativa, Sr. Richards; lejos de mí tal intención, tanto más 
cuanto que los argumentos del Sr. Ministro tienen un gran peso... Apelo 
solamente a sus sentimientos, porque sé que América ha visto siempre en 
nuestra modesta república más que una aliada, a una hija...Ahí están las 
bases, allí están los campamentos, más allá... - 

Richards levantó su manaza como un César ante las 

impertinencias de un esclavo demasiado pródigo en sus obsequios. 

Dígale al traductor que se largue. 

Dice que me diga Ud. que me vaya...- dijo el pobre hombre que 
temblaba. 

Los ojos de Robles, ya bastante saltones, parecieron querer escaparse de 
sus órbitas. Sin saber qué otra cosa hacer, volvió a su sillón, como si su 
escritorio fuera una barricada capaz de detener el avance inesperado de un 
tanque enemigo cuyas intenciones se desconocen pero se descuentan. Su 
sonrisa, esta vez, era otra. 

Pero hombre... ¿Quiere Ud. decir que...? ¡Madre mía! 

Fue esta vez Richards quien sonrió con toda gentileza a lo Gary Cooper. 
El guiño de su ojo estaba destinado a ser visto únicamente por el alcalde. 
El astuto político que había en éste volvió a tomar posesión de su papel. 

Está bien, Robinson; tiene razón el Sr. Richards: entre colegas nos 
entendemos...Yo hablo mi poquillo de inglés. Anda, tómate un café.- 
Robinson estrechó efusivamente la mano del yanqui y salió despavorido, 
con un suspiro de alivio que no pudo disimular. 

Apenas la puerta se hubo cerrado, Richards se levantó con calma, sin 
dejar de sonreír, y colocó el maletín encima del escritorio. El corazón 
del alcalde latía apresuradamente. Pero casi se detuvo cuando vio frente a 
frente, por primera vez en su vida, un millón de dólares en billetes 
perfectamente ordenados. 

Distribuya esto entre las familias de que me habla. Equitativamente. 

El alcalde hizo involuntariamente el gesto de saludo militar que nunca en su 
vida había hecho y el coronel se retiró serenamente. 

48 

AMORES Y DESAMORES EN LA VILLA EXPERIMENTAL. 


No había un sólo hombre en la Villa Murch que, sometido a un detector de 



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mentiras, hubiese podido disimular que estaba enamorado de Angela Lynn. 
Era la colaboradora más cercana de Colony y, en las fantasías recónditas de 
algunos, su amante, o su hija, pero -en todo caso- alguien que compartía 
con él un oscuro y novelesco misterio. 

Interrogado con disimulo inútil - ya que la frecuencia de las preguntas 
ponía al descubierto la intención- Demet, divertido, (su romance con 
Marisa lo mantenía a salvo del sortilegio) respondía siempre con frases 
enigmáticas que contribuían a aumentar y extender la leyenda. Pero al 
igual que con los otros dos colaboradores de Colony: el físico Luna y el 
médico Bonnard - de quien se decía que era un jesuíta que había sido 
discípulo de Teilhard de Chardin, sin que nadie supiera bien cuál era el 
origen de tal rumor -el tiempo se ocupó de demostrar que fuera cual 
fuese su vida privada, la profesora Lynn era una mujer muy competente 
y perfectamente normal en el trato cotidiano. Esto, lejos de disipar el 
halo de misterio que rodeaba al "Capitán Nenio y su equipo", como 
también los llamaban, hizo que las conjeturas iniciales, de carácter más bien 
ordinario y banal, se desvanecieran para dar lugar a otras más complicadas 
y esotéricas. 

Thompson, el arquitecto, que se cuidaba poco de esconder sus sospechas 
de que todo el asunto no era más que el producto de una chochera del 
presidente, dijo algo una noche en el bar que sirvió de base para 
elucubraciones diversas, no todas ellas completamente inverosímiles. 

Hay tres alternativas: Uno, está completamente loco. Dos, está 
conspirando a favor del enemigo. Tres, trabajamos en un proyecto 
conjunto con los extraterrestres. - 

Thompson -in vino veritas- no hacía otra cosa que expresar lo que todos 
sentían de una manera u otra; la creciente incertidumbre en relación al 
trabajo a que estaban dedicados. A esto contribuía también -aparte de la 
propensión a la fantasía que todos compartían- el régimen de aislamiento 
a que habían sido sometidos; no sólo con el exterior, sino entre ellos 
mismos. Y esto de una manera gradual que había pasado casi 
desapercibida, pero que ya después de tres meses comenzaba a hacerse 
notoria. Las instrucciones operativas que Demet distribuía casi a 
diario, recibidas por él directamente de "arriba", y que al principio eran 
vistas como divertidas reglas de un nuevo juego que estimulaba la 
imaginación, se habían vuelto demasiado rígidas para ser simpáticas. 
Cuando Demet descubrió que alguien había puesto en circulación el apodo 
-para referirse a él a espaldas suyas- de "Madre superiora", "porque es la 
única que habla con Dios", intuyó que era el momento de tomar medidas. 
Ya para entonces, su trabajo de encuesta para el informe estaba casi 
terminado. Después de reunir toda la información y examinarla a fondo, se 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


encerró en su cabaña, puso algo de música y se sentó ante su escritorio. Por 
un instante consideró la posibilidad de confiar sus inquietudes a Marisa, 
pero enseguida la desechó. Eso sí que estaría en contra de las reglas cuya 
observancia fiel y precisa había sido el secreto de su carrera de éxito en 
Murch Corporation. Buscó papel y lápiz y, como en tantas noches de 
su adolescencia, cuando sus héroes eran los detectives de las novelas, puso 
por escrito sus datos. 

“1. El proyecto tiene un alcance y una importancia mucho mayor de la que 
yo inicialmente supuse. 

2. Solo Murch y Colony (Angela, eventualmente) están en posesión de la 
información completa. 

3. Con las piezas que me faltan, cualquier conjetura sería apresurada, 
vana y temeraria. 

4. Murch sabe lo que hace. Un proyecto tan costoso debe tener una gran 
utilidad. 

5. Murch recibe diariamente mi informe sobre todo lo que sucede en el 
laboratorio. Ergo, Murch está al tanto de las decisiones que Colony toma, 
y las aprueba; de lo contrario me indicaría tomar medidas. Ergo, Colony 
sabe lo que hace. 

6. Por lo tanto, es preciso que todo siga cumpliéndose como hasta ahora, 
siguiendo al pie de la letra las órdenes de "arriba" y las instrucciones de 
Colony. 

7. La mayor parte del equipo está demasiado interesada en su propio 
trabajo para ocuparse de rumores y sospechas, salvo que alguno, o 
algunos, no lo estén tanto como para dedicarse a ello." 

8. Cualquier cosa que distraiga la atención de todos y cada uno de su 
trabajo específico, en vista de 1 y 4, puede ser peligroso y nocivo para el 
proyecto. 

9. En vista de 1 y 3, tampoco tengo información suficiente para tomar 
ninguna decisión que implique cambios en la estructura del proyecto. 

10. Conclusión: reportar la irregularidad, solicitar instrucciones, seguir 
observando. 



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47 

EN EL COMEDOR COMÚN. 

A la hora del almuerzo, los altavoces anunciaron la proximidad de un 
mensaje importante desde Nueva York. Cuando la gran pantalla de 
televisión que dominaba el comedor mostró el rostro sereno y paternal de 
Aloysius Murch, todos, hasta Bruno Thompson, sintieron lo que los 
marineros inexpertos cuando, después de ver signos que interpretan como 
presagio de tormenta, ven a su capitán paseándose por cubierta 
desprevenidamente, como si -habiendo adivinado el temor y sabiéndolo 
infundado- hiciera ese gesto para disiparlo. 

- Queridos colaboradores. Espero que mis cálculos sean correctos y que 
para esta hora ya hayan Uds. terminado de almorzar. Como saben, 
estaré en pocos días con Uds. Sin embargo, he decidido adelantarme a 
saludarlos para compartir con Uds. 

una grata sorpresa. Están conmigo aquí dos hombres que, aparte de 
buenos amigos, son dos servidores cabales de este país. Me refiero 
(cióse up del personaje) a Jack Coleman, senador por Illinois del partido 
republicano, y John O'Brien (nuevo cióse up) representante por Ohio del 
partido demócrata. No crean que los molesto solamente para presumir de 
que tengo amigos importantes (risas). De hecho, la presencia de ellos aquí, 
obedece a intereses más altos; que son los mismos que Uds. comparten con 
Murch Corporation. Estos dos señores forman parte del comité del 
congreso de los EEUU para los proyectos de Paz. Y como no quiero ser 
mal anfitrión ni conferencista aburrido, los dejo con ellos, que tienen un 
importante mensaje para Uds. 

El importante mensaje consistía en la consabida perorata que todo 
científico que haya participado en algún proyecto de envergadura nacional 
conoce de memoria. "Los ojos del país están puestos en Uds.", etc., etc. 
Pero nadie perdió una sílaba de ese discurso poco original. En realidad, no 
prestaron atención a las palabras. Se contentaban con ver, como niños que 
disfrutan con una propaganda que han visto ya cien veces, a los símbolos 
de la Tranquilidad, el Orden y la Cordura, que por un momento, unos 
más conscientemente que otros, habían sentido peligrar. 

Demet, el único que hubiera podido prever alguna movida por parte del 
jefe (había enviado un e-mail a primera hora pidiendo instrucciones) 
estaba boquiabierto. Si siempre había admirado a Murch, ahora su 
sentimiento rayaba en la veneración. "No sé qué se trae entre manos", se 
dijo "pero sea lo que sea, iré con él hasta el fin del mundo". Y esto, con 
ligeras variantes, era lo que todo el mundo pensaba cuando concluyó la 
emisión. Angela Lynn inició los aplausos, y todos se unieron a ella. 

"Buena manera de matar dos pájaros de una sola pedrada" rio para sí el 
Dr. Hoffman. "No hay duda de que es una extraordinaria maestra. Soy 



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capaz de creer cualquier cosa de los niños que esa mujer ha educado”. 

46 

EL JARDÍN DE LOS FÍSICOS PUROS. 

Keiko Ozoki sabía ya que su objetividad científica se alteraba en presencia 
de Horacio Luna. Cuando le tocó reunirse de nuevo con él, se presentó en 
compañía de dos colegas. Luna la esperaba acompañado por Marisa Tahl 
y otro personaje al que Keiko no había visto antes. Se lo presentaron como 
el Señor Quinteiro, investigador sudamericano. Sintiendo que la ventaja 
numérica que había previsto se desvanecía, optó por abrir ella el fuego. 

Me prometió pruebas, Dr. Luna. 

Hechos, -corrigió éste- Las teorías requieren pruebas, pero yo no 
le he hablado a Ud. de ninguna teoría. Yo le daré hechos, y Lid. elaborará 
las teorías.- 

Hubo un silencio tenso. El hombre que acompañaba a Luna le dirigió a 
éste unas palabras en un idioma extranjero, que Keiko no supo identificar 
bien; podía ser italiano o español. Luego Luna, sonriente y amable, se puso 
de pie y, con un gesto cordial y conciliador, le ofreció el brazo a la 
científica, mientras decía: - Necesitamos un poco de sol. ¿Me acompaña, 
Dra.? 

0000000000 

Un grupo de científicos sentados en el césped a mediodía, rodeando algo 
parecido a un reloj de sol. - El Sr. Quinteiro - explicaba Luna mientras el 
aludido ajustaba un artefacto, tirado boca arriba en el suelo, igual que un 
fotógrafo que busca una toma muy difícil- ha puesto a punto un reloj de 
sol de una casi absoluta exactitud con respecto a la hora sideral. Esto 
significa un paso gigantesco para la venerable ciencia de la astrología. ¿No 
es así, Dra. Tahl? 

Así es - alcanzó a decir ésta. Estaba absolutamente concentrada en el 
teclado de un ordenador portátil, que se le resbalaba sobre las rodillas. 
"No sé por qué soporto esta insufrible payasada", pensó Keiko Ozoki. 
Después de darle varias vueltas a la pregunta descubrió que no tenía 
ninguna respuesta válida. Decidió relajarse y esperar. Sus dos colegas reían 
de buena gana los chistes de Luna. 

-¿Sabían que Galileo copió su telescopio de uno que había traído un 
discípulo suyo de Holanda y lo presentó a las autoridades de la ciudad como 
un invento suyo para poder pagar la renta? La ciencia se convirtió en una 
profesión respetable sólo después que... - 

El inventor sudamericano interrumpía para anunciar que su aparato 
estaba ya perfectamente ajustado. Marisa Tahl consultó los datos que 
tenía en su pantalla con Luna. Este, regresando a la seriedad que en él 
parecía siempre fingida, sacó de su bolsillo un enorme cronómetro, como 
los de los árbitros de fútbol. Mientras él y la astróloga cuchicheaban e 



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iban del reloj de sol al microordenador y de allí al cronómetro, el Sr. 
Quinteiro instalaba sobre un trípode una grabadora de vídeo. Cuando 
esto estuvo preparado, se dirigió hacia la camioneta y volvió con una maleta 
negra, parecida a la de los médicos. De allí sacó una piedra del tamaño de 
una pelota de baseball que manipuló con unos gruesos guantes y que 
colocó al lado del reloj. 

Luego extrajo de alguna parte un contador Geiger. 

Este fragmento de aerolito -explicó Luna- produce una señal radiactiva 
baja, como pueden observar. Aunque no es peligrosa, les agradezco que 
permanezcan prudentemente alejados.- 

Todos formaron un círculo alrededor de la piedra. Quinteiro se ubicó 
detrás del visor de la cámara. 

Ahora les pido que presten mucha atención y no separen su mirada de 
esta roca. - anunció Luna-, con lo que en la irritación de Keiko Ozoki 
parecía el estilo de un presentador de circo. Sus compañeros, en cambio, 
ponían mucho espíritu científico. 

Pasaron algunos segundos. 

¿Y bien?- preguntó Ozoki ya sin control. 

Todavía no comienza el conteo, Doctora, -respondió Luna- Pero 
aprovecho para preguntarle algo: ¿Qué pasaría con la medición del Geiger 
si nos lleváramos esta piedra de aquí y no moviéramos el contador? 

Es una pregunta de escuela primaria, pero ya que todo lo que 
estamos haciendo aquí es digno de chiquillos, no quiero desentonar. Le 
responderé: la aguja bajaría sensiblemente, pero se mantendría alguna señal 
radiactiva. 

-Muy bien. ¿Todos de acuerdo con la respuesta? - Los otros movieron la 
cabeza afirmativamente. 

Ahora sí, -dijo Luna a una señal del hombre del reloj de sol- Treinta, 
veintinueve, veintiocho, veintisiete...- 

No tuvo tiempo de decir cero. Antes de que eso ocurriese, la piedra 
empezó a brillar como encendida desde adentro por una gran fuente de luz 
que atravesara sus moléculas. La luz se extendió después más allá del 
contorno, formando un halo, y luego bruscamente se apagó por completo y 
desapareció. Y con ella el aerolito. 

El sudamericano y Marisa se daban la mano con alegría. 

Luna, muy sereno, recibió del primero la cinta de video y la entregó a uno 
de los físicos. 

¿Cómo lo explica? -inquirió éste. 

Uds. son los teóricos, no yo.- 



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Keiko Ozoki recibió de manos de Quinteiro el contador Geiger. 
Cualquier comentario hubiese estado fuera de lugar, pero la palidez de 
su rostro era suficientemente elocuente. 


45 

EL CONVENTO ABANDONADO. 

Los hombres de la "Fundación Murch para el Desarrollo de la Ciencia" 
se instalaron en un viejo convento colonial abandonado en las afueras 
de Machurupuy. Eran una veintena de ingenieros y técnicos jóvenes de 
diversas nacionalidades que formaban un equipo eficaz y bien organizado 
bajo las órdenes de su director jefe y fundador, Ron Pollack, un 
ingeniero aeronáutico que había hecho una brillante carrera en la Nasa 
hasta el día que lo asignaron a una "operación secreta de carácter 
estratégico". Pollack, que era, por su historia personal, alérgico al color 
verde oliva, pidió ser relevado de la operación. La petición entró en el 
laboratorio de la demoras burocráticas y se mantuvo “en proceso” hasta 
unos pocos días antes del inicio de la misión. La respuesta llegó, 
casualmente, el mismo día que la orden de traslado y viáticos para unirse a 
aquella. Pollack leyó la pieza de retórica burocrático-militar y la tradujo 
libremente al lenguaje corriente en los siguientes términos: "Colabora con 
nosotros y colaboraremos contigo". Metió ambas comunicaciones en un 
mismo sobre, agregó su credencial y su tarjeta magnética y salió de su casa 
con la carta sin cerrar en el bolsillo. En el puesto de periódicos de la 
esquina compró una historieta de Charlie Brown. Cruzó la calle y entró en 
el bar de Ben. Ordenó una bebida y se puso a hojear la revista. Cuando 
encontró lo que buscaba pidió a Joe unas tijeras. Recortó un recuadro en 
el que Snoopy, el perro de Charlie Brown, "el último filósofo americano", 
en su tradicional posición patas arriba sobre el techo de su casucha se 
decía a sí mismo en la nube que flotaba sobre su cabeza: 

"No hay nada como la paz." 

Metió el recorte en el sobre, lo cerró y se lo dio a Joe junto con las 
tijeras. 

Ponme esto en el buzón ¿Quieres, Ben? — dijo. 

Ben asintió con su eterna sonrisa de cómplice silencioso. 

Y ahora dame otro de estos; acabo de convertirme en el 
desempleado más calificado del país.- 

Pollack había consumido todos sus ahorros, y rechazado una docena de 
ofertas editoriales, cuando recibió el sobre con el membrete de Murch Co. 



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Dentro, encontró únicamente una credencial plastiíicada con una vieja 
fotografía suya y esta leyenda: “Fundación Murch para el Desarrollo de la 
Ciencia Titular: Ronald Pollack Serial: 0001 Cargo: Director- 

Jefe”. En la parte superior derecha de la tarjeta, un emblema mostraba 
una paloma saliendo de un huevo diseñado como variante del popular 
símbolo que simplifica el diagrama de un átomo y las órbitas de sus 
electrones. Debajo, el lema: "NO HAY NADA COMO LA PAZ”. 

Era ese mismo emblema, sobre la bandera azul, el que ondeaba en la 
torreta del antiguo convento. Adentro, los hombres iban y venían, como 
laboriosas hormigas, instalando cientos de lectores, terminales, pantallas y 
artefactos de toda clase. Sentado en una silla giratoria y rodeado de cajas de 
embalaje en lo que debía haber sido el refectorio de los monjes, Pollack 
mantenía una conversación telefónica. 

Sí...Sí...No. Sí, puedo garantizarlo, en esa fecha y a esa hora podemos 
comenzar el conteo. Si, cuente con eso. Adiós. 


44 

UNA SALA DE CLASES. 

Keiko Ozoki y Bonnard estaban sentados a solas en el aula. 

Sólo le pido, Dr. Bonnard, que se ponga por un momento en mi 
posición. La mujer que decía esto se parecía muy poco a la Keiko Ozoki 
de hacía unos días, segura de sí misma y de sus conocimientos. 

En un abrir y cerrar de ojos - sus pequeñas manos juntas sugerían la 
imagen de una niña en su primera confesión - toda la física que conozco, o 
que creía conocer, ha sido puesta en tela de juicio...Ahora necesito tiempo 
para reflexionar, considerar las implicaciones teóricas, replantear...En fin...- 
concluyó en un último, heroico esfuerzo de firmeza - no puedo tomar la 
decisión que me piden. Lina cosa es descubrir un pasaje en el tiempo, y 
otra enviar a un puñado de niños a atravesarlo... ¡como si fuera una 
excursión al zoo! 

Comprendo perfectamente sus escrúpulos, Dra. Ozoki.- respondió el 
sacerdote.- Para serle franco, yo mismo tuve que librar una larga y ardua 
batalla contra mis prejuicios , que, le aseguro, no son menos resistentes 
que los que pueden derivarse de la física teórica, antes de sumarme a 
esta...aventura. Pero trate de verlo de otra manera: el viaje va a tener lugar 
con o sin su aprobación, y con o sin la mía también. En términos 
prácticos, nuestra verdadera alternativa es ésta: o los dejamos ir al zoo 
mostrándoles nuestra desaprobación inquebrantable, o los dejamos ir 



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dándoles un par de consejos de prudencia para que no metan las narices en 
la jaula de los tigres. 

Su argumento se parece mucho al que utilizó el pentágono con los 
científicos que participaron en el proyecto Manhattan: la bomba va; 
depende de Uds. que mate a unos pocos millones de japoneses o que 
destruya el mundo entero ¿No es así? - Bonnard se preguntó si había sido 
él quien había puesto el dedo en la llaga mal cicatrizada de su paciente, o 
si sería más bien ella quien, con ese incomprensible e infantil orgullo del 
dolor propio, que en su larga carrera había terminado por aceptar como 
una regla con pocas excepciones, había conducido su mano hacia el lugar 
que más le dolía. 

Como en muchas ocasiones similares, optó por callar y encomendar el 
asunto al “médico jefe”. Al no observar ninguna reacción, Keiko Ozoki 
pareció superar la momentánea crisis adoptando la postura con que, sin 
duda, iniciaba sus explicaciones en la cátedra de física cuántica en 
Berkeley. Se acercó a la pizarra y buscó una tiza. 

Tenemos tiempo, ¿Verdad? 

Todo el tiempo -contestó el aludido, arrellanándose en su sillón 
como el espectador que observa que el telón empieza a subir. Centró su 
mirada en el pizarrón y esperó a que la escena se iluminara- Adelante... 

Bien - comenzó Ozoki - Tenemos en primer lugar que, según nuestro 
futuro Nobel de Física, el Dr. Luna... 

Y su más ferviente admirador - comentó éste, que se había 
introducido sin ser visto unos segundos antes, y que ahora tomaba asiento 
con el equivalente simulado del gesto de vergüenza de quien llega tarde a 
clases y no quiere interrumpir. 

Ozoki continuó sin perturbarse, después de una mirada a Bonnard que 
parecía decir: "otra como ésta y este alumno brillante tendrá una sorpresa 
en su calificación semestral". 

Bonnard concluyó para sí que mientras más se estudia al ser humano, 
menos se le conoce. Era obvio que la presencia de un joven guapo había 
hecho desaparecer por completo toda la sintomatología registrada hacía 
apenas un momento. - Como decíamos — prosiguió la mujer- según el Dr. 
Luna, podemos considerar como hipótesis provisional que el tiempo es la 
constante universal de máxima regularidad en todos los fenómenos 
observables empíricamente, y que por esta misma característica se omite 
invariablemente de toda fórmula, ya que el signo "t" - 
Ozoki lo dibujó en la pizarra-, que por el contrario está presente de una u 



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otra manera en cualquier representación simbólica-cuantitativa, no debe 
confundirse con la constante universal que llamamos tiempo, que para 
efectos de esta explicación representaremos así: "T" mayúscula. 

"t" minúscula no indica nunca otra cosa que duración, es decir, función 
de T mayúscula, que omitimos. 

Se hace evidente de inmediato que otro tanto podríamos decir del espacio y 
la distancia. Sin embargo, es igualmente evidente que -siempre en 
términos empíricos- lo que llamamos espacio, y distancia, ofrece una 
dimensionalidad diferente a lo que llamamos tiempo, y duración. 

Volviendo a estos últimos, y pidiéndoles una actitud completamente 
desprovista de consideraciones lógico-matemáticas (que es lo que diferencia 
a la física de las demás disciplinas científicas, y le permite un contacto 
permanente con la realidad observable mediante el cual puede distinguirse 
entre los posible y lo probable, y entre lo probable y lo real) ...Con esta 
actitud, digo, tenemos que no existe ninguna manera de considerar esa 
constante que llamamos tiempo, o T mayúscula (salvo que la consideremos 
inexistente, y en ese caso tendríamos que afirmar que “t” minúscula, o 
duración de los fenómenos, lo es también, cosa que está contradicha por la 
observación) ...Que no existe, decimos, ninguna manera de considerar a 
T mayúscula independientemente de otra constante que se omite y se ha 
omitido siempre de cualquier formulación sin siquiera ser reemplazada 
por alguna función, como en el caso de tiempo y espacio. 

Esa constante, que, sin embargo está tan presente en cualquier 
observación empírica como la distancia o la duración, es lo que 
representaremos como "C" mayúscula, y llamaremos: Conciencia.- 

Ozoki detuvo su intervención y miró a los ojos a Bonnard. 

En realidad quería observar la expresión de Luna, pero nunca le hubiese 
dado el lujo de que pensara que todo aquello tenía como propósito 
impresionarlo a él. 

Le parece a Ud. claro hasta aquí, Monseigneur? 

Clarísimo - respondió el sacerdote- y explicado con tal dominio del 
asunto que hasta yo he sido capaz de entenderlo. 

¡¿Pero se da Ud. cuenta de la magnitud de este planteamiento?!- Ozoki 
había vuelto a convertirse en la niña asustada de antes. 

¡Es poner en cuestión la objetividad de la física! Puede que a Ud. le 
parezca natural, porque es un religioso... ¡Pero para mí es una catástrofe...! 
Por este camino terminaré desarrollando una ecuación con la que 
demostraré la existencia de Dios...- 

No creo que Dios tenga ninguna objeción que hacerle, dijo Bonnard 
con toda la delicadeza de que era capaz. 



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Luna se levantó de su asiento y se acercó a la profesora con un impecable 
pañuelo que acababa de sacar del bolsillo. 

No deje que las lágrimas le hagan perder la belleza, Dra. 

La mirada que ésta le dirigió hubiese sido capaz de pulverizar una montaña 
o derretir los casquetes polares. 

“Furia y cariño son dos formas de la misma energía”, pensó Bonnard. 

Pero se abstuvo de hacer comentario alguno. 

En lugar de eso se retiró del recinto sin hacer ruido. 

No quería interrumpir una rencilla entre enamorados. 

43 

EN EL AUDITORIO PRINCIPAL. 

El lugar estaba repleto. Demet había convocado a todos con un 
memorando imperativo. Anunciaba una charla del Dr. Hoffman. 

El Dr. Hoffman se aclaró la garganta, se ajustó los espejuelos de marco de 
oro y, después de un tic que le arrugaba por un instante el entrecejo 
haciendo parecer que de sus ojillos azules saliera una diminuta chispa, 
comenzó: 

- Me han solicitado que presente a ustedes una breve memoria de lo que 
hasta ahora ha avanzado nuestro equipo y sólo me referiré al contexto 
general. 

Cada uno de los grupos conoce el detalle de su trabajo mejor que yo. 

Sólo intentaré una visión de conjunto para que todos puedan ver hacia 
dónde apuntan los avances aislados. 

Y como se trata de una memoria -ya lo he dicho- utilizaré esa palabra como 
plataforma para mi explicación.- 

Hoffman no podía dar un paso en el camino de las ideas sin ajustarse sus 
gafas nuevamente. 

- Bien. La memoria es algo que estamos acostumbrados a considerar 
irreversible. 

Lo que sucedió está registrado en la memoria y no podemos cambiarlo. 

Pero una simple amnesia parece poner en duda esa afirmación. 

Me dirán que la amnesia es un fenómeno individual, pero que hay una 
memoria colectiva que conserva todo lo que ocurre y que sí es irreversible. 
Tampoco lo es. 

Lo que voy a decirles no es fruto de mi trabajo, sino del brillante 
intelecto de un hombre que está hoy con nosotros, por quien hoy tengo 
la más grande admiración y a quien, no me avergüenza confesarlo, tomaba 
hace muy poco tiempo por un iluso, a causa de mis prejuicios. 



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Me imagino que saben a quién me refiero. Extiendo esta admiración y 
agradecimiento a sus colaboradores, que también están con nosotros y 
con quienes me siento enormemente afortunado de poder trabajar. En 
fin, ya que soy yo y no ellos quien debe proponer a Uds. la síntesis de 
estas ideas, espero poder hacerlo con algún acierto.- 

Hoffman tomó un trago de agua más abundante que los anteriores y se secó 
la frente con el pañuelo. Por un pasajero instante todo aquello le pareció un 
poco irreal y absurdo. Pero continuó: 

- Bien. Tomemos algunos ejemplos que relacionan la psicología social con 
la individual. Me veré obligado a simplificar tal vez demasiado para los que 
han profundizado en las ciencias humanas, pero no puedo olvidar que 
esta audiencia está compuesta en su mayoría por personas formadas en las 
ciencias exactas. En todo caso, existe un abundante material experimental 
que respalda estas afirmaciones, provisto por el equipo del Profesor 
Colony, y que está a la disposición de quien lo desee. Lo he estudiado y 
puedo garantizarles que es perfectamente serio y confiable. 

Yendo al grano, un paciente que -por la razón que sea- está convencido, 
consciente o inconscientemente, de que es violento, creerá que lo es, y 
actuará como tal en la mayoría de los casos. De manera similar, una 
sociedad cuya historia es una larga sucesión de guerras y crímenes creerá 
que la guerra y el crimen son su sino inalterable y, naturalmente, seguirá 
produciendo criminales y hombres de guerra. En el caso del individuo, 
un largo proceso terapéutico aliviará algo su situación, y, en algunos 
casos, curará completamente; aunque nada ha demostrado hasta ahora que 
la psique tenga capacidad de regeneración similar a la de los tejidos 
corporales. Y en el caso de que así fuera, nuestro paciente volvería, una vez 
sano, al seno de la sociedad que fue su agente patógeno. Lamentablemente, 
tampoco se han inventado vacunas para estas enfermedades. 

Por otro lado, la energía que se requiere para mantener una memoria 
conflictiva es mucho mayor que la requerida para mantener una memoria 
feliz. En otras palabras, un psicópata se mantiene como tal, o empeora, 
entre otras cosas porque la energía psíquica que requeriría para dejar de 
serlo está siendo consumida en mantener su psicosis. De igual manera, una 
sociedad enferma de una psicopatología belicista no sale de ella porque 
todos sus recursos son consumidos en mantener la guerra. 

Hasta aquí no tenemos sino un círculo vicioso del que se sale únicamente o 
por la muerte o por la intervención de un agente exterior. En el caso del 



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paciente, el agente exterior es el médico. En el caso de la sociedad, el 
agente exterior es otra sociedad. En el caso de nuestra civilización, que 
ya es una sola a nivel planetario, no existe agente exterior posible; a 
menos que los compatriotas de E.T. se decidan de una buena vez a 
invadirnos, (risas). 

La solución debe venir desde adentro. Pero los hombres sanos que nacen y 
crecen dentro de nuestra civilización, tarde o temprano son "infectados" 
por la patología masiva, por lo que su eñciencia se reduce enormemente. 
En otras palabras, harían falta mil hombres como Gandhi juntos para 
producir un efecto notable a nivel planetario. Por otra parte, una tal 
agrupación duraría con vida, probablemente, mucho menos que un Gandhi 
o un San Pablo. Si ustedes me siguen, haría falta crear unas 
condiciones "artificiales" de incontaminación cultural en un grupo de 
individuos, desde el momento mismo de su nacimiento, para tener una 
idea aproximada de lo que sería lo que podríamos llamar un ser humano " 
sano". Pero para estos hombres y mujeres sanos, que no compartirían 
nuestra memoria colectiva de fracasos en los intentos de paz... de 
impotencia y frustración en los intentos de amor...soltarlos en el mundo 
sería como abandonar a un recién nacido en una selva tropical. 

Y, sin embargo, un grupo así sería la semilla de una humanidad nueva, 
completamente distinta de la que conocemos. 

Pero hay algo más: alguien que no "supiera" que la mayor parte de las 
cosas que harían feliz al hombre son "imposibles", porque así lo han 
demostrado diez mil años de historia; alguien que, en fin, pensara que esa 
historia es una mitología, como pensamos nosotros acerca de los dioses 
del Olimpo, sería capaz de investigar las posibilidades de la naturaleza con 
ojos completamente distintos a los nuestros. 

Sobre todo, las posibilidades de su propia naturaleza. 

Señoras y señores; hay una diferencia entre lo que les he expuesto y las 
ideas de Rousseau o de cualquier utopista: un grupo como el que he 
descrito, compuesto de jovencitos de todas las razas, existe en este 
momento en el planeta. El proyecto en el que todos nosotros participamos 
ha sido inspirado en esencia por ellos. El profesor Colony, sus 
colaboradores, y nosotros todos somos los fabricantes de la nave en la que 
estos niños viajarán a otro mundo para desarrollar a sus anchas una nueva 
civilización. 

Agreguen a lo que he dicho que estos niños han descubierto 
espontáneamente, aunque no tienen todavía recursos para formularlo con 
exactitud (y para eso estamos nosotros) que es tan fácil viajar por el tiempo 
como moverse en el espacio, y que las distancias son tan flexibles como 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


un chicle bien mascado. 


42 

LA VILLA DE LAS MARAVILLAS. 

Los días que precedieron a la llegada del presidente, el campamento fue 
un verdadero hervidero de reuniones, consultas, experimentos, y también 
de romances, conciertos y escenas surrealistas, como la levitación del Sr. 
Quinteiro en pleno comedor, con sus gruesos lentes bifocales como única 
vestimenta. Cuando Marisa Tahl concluyó su conferencia sobre la 
armonía de las esferas interiores con la afirmación categórica de que todo lo 
que se divulga en nombre de la astrología es una enorme superchería, pero 
que considerar la órbita de los planetas como mero resultado del azar 
cósmico que comenzó como una partida de pool en que los átomos salieron 
en todas direcciones sin ningún concierto era una soberana estupidez, Dick 
Harlington, el único astrónomo a bordo, tuvo que ser disuadido casi a la 
fuerza de enviar un e-mail a Monte Palomar para insultar al Profesor 
Keats y aconsejarle que releyera con más atención a Giordano Bruno. 

Hoffman y Bonnard no se daban abasto. El primero con los 
hipocondríacos síquicos y el segundo con los casos de conversión 
fulminante, revelaciones infusas y exigencia de los sacramentos. Marisa 
tuvo que simular una avería en el sistema de su computadora astrológica 
para poder descansar de levantar “anti-horóscopos” aunque fuera por el 
rato que quería pasar a solas con Frank. Tres japoneses frenéticos 
repararon el programa en menos de una hora y diseñaron uno nuevo que, 
para felicidad de todos, cualquiera podía operar. Angela Lynn, la nueva 
Eva, tuvo que declinar con mucha cortesía más de diez proposiciones de 
matrimonio, apoyadas por historias clínicas, récords profesionales y tests 
de I.Q. Pero a pesar de esto, o tal vez a causa de ello, el trabajo 

continuó. Frank Demet había anunciado, en contacto con Pollack, 
Richards y el presidente, la fecha de inicio del conteo, advirtiendo que 
faltaba mucho por hacer. 

Bruno Thompson caminaba a gatas por su continente en miniatura, con 
colinas sembradas de torres góticas con detalles a lo Gaudí o templos de 
Karnak que se desplazaban sobre rieles para ser lamidos por las olas del 
mar en la mañana y recogerse en la tarde en las entrañas del bosque. Había 
ideado una mochila en la que llevaba instrumentos, trozos de madera balsa 
y muñequitos de plástico. Cada vez que alguien entraba a la enorme 
sala, que había sido una cancha de básquet antes de que é la acondicionara, 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


se llevaba el índice a los labios y luego señalaba un enorme cartel que 
rezaba: 

"¡SILENCIO! ¡QUIETO! "Fragmentos de este escenario están siendo 
filmados en este momento. Cualquier interferencia visual o sónica puede 
ser fatal. No atraviese la línea de seguridad señalada en el piso. Si tiene algo 
muy importante que comunicarme, quítese los zapatos, camine lentamente 
hasta el punto señalado con la letra A y oprima el botón verde para 
suspender la grabación. Después de esto, vuelva al lugar donde se 
encontraba antes. NO TRASPASE EN NINGÚN CASO 
LA LÍNEA DE SEGURIDAD. El Arquitecto.” 

Hasta Frank Demet había terminado por reconocer -Según Marisa su 
antipatía por Thompson y el equivalente recíproco estaban explicados 
por la cuadratura casi exacta de sus ascendentes, el uno en Sagitario y 
el otro en Virgo- que aún en ese caso la escogencia realizada por el jefe 
había sido perfecta. 

Lo que todavía Demet no sabía era que Thompson había sido escogido 
por los niños, en base a una fotografía de carné que acompañaba la hoja 
de su ingreso a la compañía, siete años antes. Y había muchas otras cosas 
que no sabía y que se había propuesto descubrir. Si para la mayoría de los 
otros las revelaciones de los últimos días habían señalado el fin de la 
incertidumbre, para Frank eran una señal, aún no precisa del todo, de que 
las reglas estaban cambiando y de que su deber ya no era obedecer 
simplemente, sino que se le estaba pidiendo que actuara con libertad, 
aún a costa de las reglas, e incluso contra la obediencia. 

El y Marisa estaban una noche tirados en la hierba del parque, dejándose 
acariciar por la brisa suave del verano, con las manos de ella apenas 
rozando las de él; escuchando en silencio el juego de las dos respiraciones 
simultáneas, cuando Frank comenzó a hablar en un susurro, como solía 
hacerlo con su madre de pequeño, juego que ella le había enseñado. 

Le contó a Marisa toda su vida, empezando por el día que había 
decidido pedir instrucciones arriba y había pensado consultar con ella y 
luego había desechado la idea por ir en contra de las reglas. Luego le 
habló de la muerte de su madre y de su hermano en un accidente aéreo, y 
de su ingreso a la compañía en medio de la peor depresión de su vida. Le 
contó también los altibajos se su vida sentimental, y el fin de sus 
inquietudes sociales después de la disipación de sus mejores amigos en las 
drogas y en la corrupción vil del dinero. Le habló de sus intensas creencias 
religiosas de la infancia y su posterior decepción cuando su ex-novia le 
había engañado con un amigo que él creía un santo. Todo aquello ¿Era 
una realidad o un sueño? Por ejemplo, ¿Cómo un hombre de empresa 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


había accedido a financiar el proyecto antes de que sus asesores científicos 
lo avalaran, cuando de hecho la mayor parte de ellos había creído al 
principio que se trataba de una extravagancia? Y ¿ Cómo había logrado 
Colony, un completo desconocido, llegar hasta uno de los hombres 
más inaccesibles del mundo? Y los niños ¿Existían en verdad? Nadie 
los había visto nunca, salvo por los vídeos en los que aparecían como 
un grupo de jovencitos algo excepcionales pero nada más. Y el viaje, 

¿Qué pruebas había más allá de un par de demostraciones que muy bien 
podían ser trucos? ¿Creían todos — y Murch en primer lugar- porque era 
verdad o porque querían que lo fuese? ¿No sería Colony otro Rasputín 
con intenciones insospechadas? ¿ No se parecía todo eso demasiado a lo 
que sucede con tantos gurús que aparecen hoy y mañana se esfuman sin 
dejar otro rastro que el estrago en las cuentas bancadas de sus 
seguidores? ¿ Y por qué nadie se atrevía a hacer las preguntas más 
obvias, cómo por ejemplo cuál era el destino final del viaje, ya fuera este 
un dónde o un cuándo? Todo se parecía demasiado al cuento de "Las 
vestiduras nuevas del rey" en que nadie se atrevía a decir lo que sus ojos 
estaban viendo por miedo a ser tomado por un necio. Pero lo que 
más le preocupaba era que no sabía qué hacer. ¿Debía acatar sus 
instrucciones o investigar más? Y si hacía esto último ¿No estaría poniendo 
en peligro el proyecto entero? ¿No lo estaba haciendo ya al confiar sus 
inquietudes a un miembro del equipo que, llevado por sus dudas, podría 
comenzar a desconfiar y sembrar la inquietud en un grupo ya bastante 
alterado emocionalmente?... 

Marisa se dio cuenta de que Frank había comenzado a sollozar 
quedamente, como un niño pequeño que ha jugado mucho y que está 
demasiado excitado para poder dormirse. "Eso es todo lo que 
necesitaba", pensó "llora, pequeño, llora. Llora todas las muertes que no 
has llorado; llora la responsabilidad que has cargado a cuestas sin que 
nadie te lo pidiese; llora porque no habías encontrado hasta ahora con 
quien llorar. Llora porque eres un chico con mucha suerte; tanta, que no 
sabes qué hacer con ella" 

Y lo acarició dulcemente hasta que se quedó dormido. Luego entró en la 
cabaña y volvió con un gran edredón y un par de almohadas. El cielo 
estaba despejado, y la atmósfera caliente de agosto era dulce como una 
placenta de madre en reposo. "No hacía esto desde que tenía diez años" 
pensó Marisa. Y se durmió también; acurrucada contra su compañero. 

41 

EL PABELLÓN DEL PRESIDENTE 

Aloysius Murch bajó del helicóptero como un jefe de estado cuyos 
movimientos están siendo televisados a millones de espectadores. 



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El comité de recepción, sin embargo, estaba compuesto únicamente por 
Demet, Colony y Angela Lynn, sobre quien la última versión del rumor, 
(casi aceptado unánimemente) decía que era la esposa secreta de Murch, el 
cual, a su vez, era el padre de todos los niños de la isla. 

A pesar de ello, o tal vez para no tener que modificar nuevamente la 
leyenda, que tal como estaba satisfacía a todos, nadie se asomó a ver qué 
cara pondrían ambos cuando se vieran frente a frente. Era mejor, como 
en ciertos capítulos de una telenovela, que otro se lo contara a uno para 
poder imaginarlo a gusto. Murch se limitó a estrechar las tres manos y a 
sonreír. Toda palabra estaba excluida por el bramido todavía ensordecedor 
del motor del helicóptero. Entraron a la sala de reuniones privada del 
presidente donde había un desayuno americano para los de Sacramento y 
un escueto almuerzo para Murch, que venía con cuatro horas de 
diferencia desde New York. Murch contó los últimos chistes políticos y 
preguntó a las camareras por sus familias. Luego se retiró a descansar, no 
sin antes arreglar la reunión para las siete de la noche, e invitar a Demet y a 
Angela para una cabalgata a las cuatro y una zambullida en la piscina a la 
hora del Martini. - Puedes invitar a una amiga- le dijo aparte a Frank con 
un tono completamente neutro; y se retiró 

A las cuatro en punto Murch hizo su aparición en la caballeriza, con un 
blue jean gastado y una camiseta con el emblema de la fundación Murch; 
unos tenis blancos y un sombrero de cowboy que podía haber pertenecido 
a Billy the Kid. Al ver a Frank y a Marisa con trajes de montar 
mandados a comprar de urgencia en la ciudad, sonrió paternalmente y, 
levantando las cejas con un gesto que recordaba a 

Orson Welles, recitó lo que parecían estrofas de un poema extranjero. 
Más tarde, Marisa le explicó a Frank -que en ese momento estaba tan 
azorado que no hubiera entendido ni una palabra dicha en su propio 
idioma- que ese era el comienzo de la célebre canción de Lorenzo de 
Medici sobre la juventud. 

Quant'é bella giovinezza, 
che si fugge tuttavia! 

(Cuan bella es la juventud 
¡Y cuan fugaz!) 

Angela se hizo esperar unos minutos. Sus ropas de montar eran de verdad 
y le sentaban a las mil maravillas. A pesar de estar con Marisa, Frank no 
pudo menos que dedicar un instante a contemplar la mágica belleza de la 
mujer y sentir en carne propia la causa de los desvarios de tantos hombres 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


serios. Murch la ayudó a montar y Frank hizo otro tanto con Mariza, 
como el comensal pobre que asiste por primera vez a un banquete y espera 
que los demás comiencen para saber qué cubierto debe usar. Y una vez 
sobre el caballo, recordó -con agrado por primera vez en su vida- su 
temporada en la academia militar. Marisa cabalgaba bien, y Murch parecía 
un viejo vaquero de Western; pero Angela era la perfecta imagen de la 
amazona. Quien la conociera montada en un caballo, pensó Frank, no 
podría imaginarla separada de él. Ella y Murch iban adelante, trotando. 
Reían a carcajadas, como dos niños que planeaban sus travesuras en el 
primer día de vacaciones. - Tal para cual- rio Marisa.- Dos sagitarios 
juntos, dos centauros repartiéndose el mundo..."Hasta donde llegue mi 
flecha es mío..." 

40 

BRIGHTON, INGLATERRA. 

La infancia de Angela Lynn no había transcurrido en el Olimpo. Su 
padre fue un marino inglés que ella conocía sólo por una descolorida 
fotografía que apenas mostraba sus facciones deformadas por un gesto 
de protección contra un fortísimo sol tropical. Aparecía en un grupo de 
hombres vestidos como él; con uniformes blancos que por la intensidad 
de la luz o por la poca calidad de la fotografía parecían haberse fundido 
entre si formando una sola masa de la que sobresalían aquí y allá manos y 
pies; los últimos calzados con zapatos igualmente blancos y de perfiles 
igualmente dudosos. Sobre la nube flotaban las cabezas, y sobre la de su 
padre alguien había dibujado una flecha y escrito la primera palabra que 
Angela leyó en su vida: "Joe". 

Con el dinero que recibió de la Marina a raíz de la "muerte en el 
cumplimiento del deber", de la que hablaba un amarillento telegrama en 
cuyo sobre se guardaba siempre la foto después de verla, su madre había 
abierto una librería; sin dejar del todo la escuela, en la que trabajaba aún 
como maestra. En un paseo por la playa de Brighton, pueblo en el que 
Angela había nacido y del que su madre sólo había salido una vez para ir a 
Londres a firmar los papeles relacionados con la muerte de su marido, cayó 
en manos de otro marinero; esta vez menos interesado en una muerte 
digna y rentable que en la bebida y el poker. Cuando Angela tenía cuatro 
años, Mrs. Lynn, viuda apetecible por su cuerpo, su librería y su poco 
seso, contrajo segundas nupcias. Angela recordaba la noche en que su 
primorosa alcoba rosada con muñecas y tules se transformó, entre gritos y 
llantos, en depósito de los libros salvados apresuradamente del embargo de 
la librería y amontonados junto a las cajas de licor de contrabando cuya 
existencia había ignorado hasta entonces; al igual que la de los barbudos 
"clientes" de su padrastro, a los que desde ese día se le enseño a saludar 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


con reverencia. Su madre se marchitó sin remedio en el curso de un año, y 
el día que Angela cumplió seis, un doce de diciembre, la manaza velluda 
de su padrastro la arrastró hasta el cementerio. Mientras bajaban el ataúd y 
el pastor decía una oración, se negoció su suerte con la tía Esther, una 
solterona avinagrada que la aceptó a cambio de una promesa pecuniaria 
que nunca se cumplió, pero que sirvió de justificación a los azotes que le 
dio diariamente desde esa misma noche, en la que la excusa fue la de no 
haberse vestido con decencia para una ocasión como aquella. Cuando el 
marino desapareció para siempre, los libros, todo lo que quedaba de su 
madre, se trasladaron a la buhardilla de la casa de su tía. Esta los aceptó 
pensando que algo era mejor que nada, y para poder encerrar a Angela en 
la buhardilla cuando su histeria lo requería, con la frase: “Eso es lo que 
resta de tu madre; ella te parió, que ella te aguante”. 

Y cerraba con llave la puerta. Angela descubrió que lo que le ocurría no 
era peor de lo que le había sucedido antes a David Copperfield; que su 
padrastro no había sido más fiero que los piratas de La Isla del Tesoro, y 
que todas las tías terminan por morir de tuberculosis y que luego de 
muertas se descubre que tenían buen corazón. 

Decidió que Mujercitas era una patraña para niñas bobas y que la 
humanidad se distinguía en dos clases, como podría haber dicho el gato de 
Cheshire: los que se creían las patrañas -y en esta se incluían casi todas sus 
compañeras de escuela- y los que sabían que todo lo que ocurría está 
escrito en los libros y no se parece en nada a lo que auguran los adultos, que 
si alguna vez leyeron, ya lo han olvidado y creen que el curso de los hechos 
depende de sus decisiones o sus planes; sin percatarse de que las primeras 
siempre son reemplazables por otras y que los segundos jamás se cumplen. 
Cuando la tía Esther murió de "afección pulmonar crónica complicada 
con insuficiencia cardiaca probablemente congénita agravadas por 
dolencia hepática de origen difícil de discernir: muerte natural", el juez 
dictaminó que "no dejando otro heredero que la niña Angela Lynn, hija 
de su fallecida hermana Joanna Foster Lynn, todos sus bienes pasarán a 
ella cuando cumpla la mayoría de edad. Este juzgado, a falta de decisión 
testamentaria y mientras no aparezca otro pariente que lo reclame, fungirá 
como albacea y fideicomisario de dichos bienes y como tutor de la niña, 
hasta tanto no ceda la tutoría a una autoridad distinta". Ya Angela no 
recordaba si estos, u otros muy parecidos, fueron los términos que oyó en 
la voz monótona de un hombre mayor en un recinto donde había una foto 
de la reina, mientras afuera llovía intensamente. En parte, porque ese día 
no pensaba en otra cosa que en el desenlace de "El hombre que sería rey", 
y en parte porque poco tiempo después su vida cambiaría 
completamente, cuando se embarcara en un buque que la llevaría a 
América, donde, de alguna manera que nadie había previsto, apareció un 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


pariente lejano que la reclamaba. A sus casi trece años, Angela era una 
jovencita flaca y desgarbada. No sólo porque su tía le escatimaba la 
comida, sino porque ella gastaba todo el dinero que lograba sisar en 
comprar libros que iban sumándose a los encerrados en la buhardilla sin 
que aquella lo notara. “Lo único bueno que tu madre tenía es lo que no has 
heredado de ella -le decía su tía cuando estaba de buen humor- Eres diez 
veces más fea que yo, y más tosca de físico de lo que ella era de aquí” Y se 
golpeaba la sien mientras reía, mostrando su precaria dentadura. La vieja 
maestra que la acompañó hasta el barco le dijo antes de despedirse, como 
si quisiera reunir toda su sabiduría y su filantropía en una sola frase: 

- Cuando te vea, querrá devolverte. Tú dile que si hace eso te tirarás por la 
ventana. 

La vieja pensaría, sin duda, que tirarse por la ventana en la ciudad de los 
rascacielos era cosa bien seria. Pero lo que a Angela la tenía triste y 
acongojada, y que le daba ese aspecto tan lastimoso, era que apenas un mes 
atrás había descubierto una librería donde le canjeaban sus viejos libros por 
otros más viejos pero distintos. ¿Cuántas maravillas no estarían a su 
alcance ahora -tanto más cuanto que entre la herencia de su madre había 
muchos ejemplares flamantes que nunca había siquiera tocado porque 
estaban repetidos, y cada uno de estos le valía dos o tres de los miles del 
librero- si su tía no hubiese cometido la estupidez de morirse? ¡Si al menos 
hubiera avisado! Le permitieron llevarse un baúl, en el que disimuló como 
pudo una docena de títulos, porque lo llenaron con ropa y zapatos, y le 
dieron la llave diciéndole: “No lo abras hasta que llegues; si lo haces, no 
podrás volver a cerrarlo. Para que te cambies en el viaje te hemos 
puesto algunas cosas en esta maleta de mano”. Sin embargo, la travesía no 
fue tan aburrida como ella esperaba. Tres días después de partir, mientras 
estaba en cubierta tratando de entender las reglas de un juego que algunos 
pasajeros practicaban con unas grandes monedas de madera, un hombre 
todo vestido de blanco pasó a su lado y le dirigió una sonrisa antes de 
desaparecer por una de las bocas que conducían al interior de la nave. 
Angela descubrió poco después que el barco albergaba una multitud de 
jóvenes y viejos vestidos de la misma manera, en los que ella no había 
reparado ni una vez hasta que “el suyo” le sonrió. Comenzó para ella un 
drama incesante y agotador. Recorría diariamente varios kilómetros de 
corredores, escaleras, salones y más escaleras persiguiendo a los hombres de 
blanco en un juego de complicadísimas reglas en que: no podía ser notada 
por el perseguido; no podía entrar en los lugares reservados a ellos; ni 
dirigirse hacia allí, porque quedaría enfrentada a él sin poder dar otra 
explicación que un extravío involuntario: explicación que, siendo su 
último recurso en caso de emergencia, debía administrar con mucha 
cautela. No podía ser vista en sus maniobras por otro pasajero, porque 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


éste podía sospechar intenciones distintas; o lo que era peor: la verdadera 
intención. Y lo peor de todo: Cuando -eventualmente- encontrara al suyo, 
no podría hacer nada. Más que ocultarse, o pasar desapercibida, o cruzarse 
con él sin mirarlo. Porque cualquier otra cosa la delataría; para diversión 
del joven -para él ella era una niña flaca y fea- y su vergüenza. 

En cuatro días conocía ya cada rincón del barco, cada escondite y cada 
atolladero. Sabía dónde podía encontrar un marinero, dónde un pasajero, 
dónde descansar sin ser vista, dónde perderse discretamente en un grupo. 
Averiguó que en el barco se producían hurtos, se cometían adulterios, y se 
hablaba sobre cosas que jamás habría imaginado que podían ser motivos 
de conversación; ni siquiera secretamente. Descubrió que todas las 
personas tienen algo que esconder y que son capaces de todo cuando 
son descubiertas; menos de reconocerlo. LTn cambio importante se 
produjo cuando se dio cuenta de que había otros niños a bordo que 
corrían por todas partes y que nadie tomaba en cuenta. Se hizo pasar por 
uno de ellos sin dificultad; sólo tuvo que simular que aceptaba sus juegos 
tontos y ellos la recibieron como otra más. En poco tiempo se convirtió 
en la jefa y decidía en qué lugar se debía jugar: ellos obedecían. Siempre 
tenía más argumentos que ellos y era fácil convencerlos. Inventó juegos 
que sirvieran a sus propósitos y ellos se convirtieron en sus colaboradores 
inconscientes. Los entrenó sutilmente, como a la banda de Oliver Twist, 
disfrazando sus verdaderas funciones con motivaciones de carácter 
divertido y comprensible para ellos. Su conocimiento del barco le 
permitió presumir de poderes mágicos en los que ellos creyeron de 
inmediato. Llegó a crear un pequeño ejército secreto con el que podía 
enterarse de cualquier cosa que sucediera, obtener cualquier cosa que 
deseara. Para mantenerlo, inventó un código de palabras y gestos que los 
mantenía a salvo de cualquier intromisión adulta. Decretó un reglamento 
férreo, que sancionaba castigos ejemplares para cualquier trasgresión. Y 
averiguó que había treinta y tres hombres de blanco, y que el suyo se 
llamaba Joseph Roland; que tenía una novia en New York que se 
llamaba Linda y otra en Liverpool que se llamaba Anne, pero que no 
pensaba casarse con ninguna porque los verdaderos marinos no se casan 
hasta que no llegan a capitán y que él llegaría a capitán antes de que tuviera 
cuarenta. Que le gustaban las mujeres de treinta en adelante, como una 
pasajera que se llamaba Miss Taylor. Pero si una jovencita guapa se 
enamorara de él, no tendría inconveniente en pasar un rato con ella, 
siempre que fuera discreta y que sus padres no anduvieran cerca. Que 
había unas cuantas muchachas a bordo que estaban perdidas por él y se 
sentaban en cubierta a jugar a las cartas; él pasaba por allí de vez en 
cuando para que lo vieran, pero los padres de ellas estaban siempre 
vigilantes. Fue así como, después de vivir toda su infancia en una semana 
y media, Angela Lynn decidió hacerse adolescente. Lo primero que hizo 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


fue nombrar un jefe interino de la banda y promulgar una nueva regla, 
cuya violación se pagaría con descolgamiento por la borda del culpable: 
Ninguno de ellos podría, de allí en adelante, dirigirle la palabra por ningún 
concepto, a menos que ella lo hiciese primero y le pidiese una respuesta 
.Esto se debía a una misión secreta que debía realizar, de importancia vital 
para la salvación del barco y de todos sus ocupantes. Hecho esto se 
dirigió a su camarote -su pariente había pagado uno privado en primera 
clase que sólo ahora empezaría a utilizar- y se desnudó delante del espejo. 
No se podía permitir el lujo del pesimismo. Eso era todo lo que tenía y 
debía aprender a sacarle provecho. Abrió el baúl y esparció los trapos 
sobre la cama. Todos eran vesddos de niña que, en su mayor parte, ya le 
quedaban pequeños. Se puso el mejor que encontró y subió a cubierta. 
Dio una vuelta por donde estaban las jovencitas y registró en la mente sus 
atavíos, sus gestos, sus modales, sus abanicos, sus joyas. Recordó 
"Mujercitas" y, como si abriera un archivador perfectamente ordenado, 
empezaron a desfilar por su imaginación una serie de personajes que 
conocía pero que siempre habían estado en segundo plano; como 
desenfocados, como esperando ser iluminados para cobrar vida; al igual 
que los hombres de blanco que no había visto hasta que Joseph le sonrió. 
Eran doncellas, cortesanas, picaras, duquesas, baronesas, esposas infieles, 
jovencitas engañadas por amor, princesas, reinas...Todas las mujeres de 
Dickens, Dunias, Stevenson, Ponson du Terrail, Hugo. Sintió un vértigo 
extraño, como un vacío en el vientre y un cosquilleo en los muslos que 
duró apenas unos segundos. Entonces el mundo entero pareció cerrarse 
como un abanico y volverse abrir enseguida, mostrando un dibujo 
completamente distinto. Y todo lo que la rodeaba pasó en un instante de 
las tonalidades infinitas del gris con que hasta ahora lo había visto a una 
gama de colores vivos y estridentes. Entonces también comenzó a oír, 
igual que si le quitaran de los oídos un par de tapones que siempre 
habían estado allí, poniendo sordina a la vida entera. Y oyó una música 
azucarada, como un caramelo de bastón con colores en espiral que 
ascienden cuando gira; y las voces que cantaban decían: 

"She loves you, yeah, yeah, yeah..." 

Comprendió que había vivido separada completamente del mundo, cerrada 
en sí misma como una ostra, en otro lugar y otro siglo hasta ese día. Y, 
acto seguido, se desmayó. No pudo levantarse de la cama en todo el resto 
de la travesía. Vomitaba todo lo que comía y ardía en fiebre. En su delirio, 
veía a Joseph, que ahora era el personaje de rostro arrugado por el sol de la 
fotografía de su madre, sentado en el borde de la cama, con su uniforme 
de blanco resplandeciente. Cuando cerraba los ojos, sentía como él le 
colocaba un paño fresco en la frente y sobre los párpados hirvientes, que 
olía a perfume de lirios. "Son las flores más blancas", le explicaba él en 
susurros al oído. Y luego le decía: "Te pondrás bien, ya lo verás; ahora sólo 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


tienes que descansar; has trabajado demasiado". Entonces ella se veía en la 
buhardilla de la casa de su tía, leyendo, leyendo y leyendo. Y luego oía los 
gritos de Esther. Y sin saber por qué, lloraba, lloraba; como nunca lo había 
hecho desde que su alcoba rosa fue invadida por los libros y el licor y los 
clientes de su padrastro. Cuando llegaron a destino ya había recobrado la 
lucidez y la fiebre había desaparecido casi por completo, al igual que los 
vómitos. Sólo permanecía la debilidad que le impedía aún ponerse de pie 
sin marearse y sentir que las piernas no la sostenían. 

Era un mañana soleada y fría de primavera. La puerta del camarote se 
abrió y apareció la cara sonriente del capitán. 

Mi querida Angela, te traigo un regalito...- 
Entonces hizo su entrada un hombre alto y fuerte, con cara de emperador 
romano pero vestido con un traje azul claro y corbata gris perla, que traía 
un enorme ramo de rosas blancas de aroma tan dulce que casi sofocaba. 

Querida sobrina, soy tu tío Aloysius, pero me llamarás Al, como todos 
mis amigos. Como no me dejan besarte ni abrazarte te traigo esto -y colocó 
las flores en un jarrón que alguien sacó de alguna parte-,..Una rosa por cada 
beso que hubiera querido darte.- 
Angela no sabía qué cara poner. 

No te preocupes por nada; ya habrá tiempo -respondió el tío Al- Pero, 
ante todo, la salud. 

Hizo un ademán y surgieron dos enfermeros de pulcro blanco con una 
silla de ruedas. 


39 

NEW YORK, NEW YORK. 

Cuando Murch contempló a la joven que regresaba de la Universidad de 
Los Angeles después de cinco años de ausencia salpicados de telegramas, 
llamadas telefónicas y transferencias bancadas, con su maletín de cuero en 
bandolera y la melena color de miel acariciándole los hombros desnudos, 
supo que el más grande acierto de su vida había sido convertirse en el tío 
de esa mujer, hermosa e inteligente como una fuerza de la naturaleza. En 
una ráfaga de algo que jamás había sentido, se imaginó contándole a 
Angela la verdadera historia; las promesas intercambiadas con un 
marinero inglés en una taberna de un puerto tropical; la fotografía en la 
plaza bajo un sol enceguecedor, y la secuencia de casualidades 
incomprensibles que lo habían remontado a las alturas del poder 
industrial con la certeza secreta, irrevocable e inexplicable de que su 
suerte había sido echada de una vez para siempre aquella tarde en que por 
primera vez oyó el nombre de Angela y se comprometió a velar por ella en 
caso de que el destino le faltase. Pero se quedó en silencio y sonrió, 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


aunque al principio sin fuerzas. Nunca, por grandes que fuesen las 
urgencias, había violado una sola de las reglas invisibles que la vida 
había escrito en el recóndito rincón de su alma. Se repuso y recibió a su 
sobrina con un diluvio de chistes, entradas de teatro y preguntas sobre sus 
planes inmediatos. Angela aceptó un almuerzo “formal” y se divirtió con 
sus historias y sus gesticulaciones histriónicas. 

Tenía veinticinco años y le había dedicado a la vida, en los últimos diez, 
el mismo fervor que antes había puesto en la literatura. Pero todo eso, 
desde los amores imposibles y las manifestaciones estudiantiles, los viajes 
por el mundo y la música de vanguardia, había muerto también. Dejando 
en su espíritu un profundo vacío que, poco a poco, fue llenándose con la 
paz que ahora la inundaba. 

Esperó a que él terminara su plato, respondiera a las llamadas de sus 
corredores, le hablara de comprar un estudio de cine, de lanzarse a la 
candidatura de alcalde, de financiar un proyecto especial privado. Esperó 
que llegaran a casa. Apagó las luces, abrió las cortinas del amplio ventanal 
que se asomaba al cielo estrellado, y se sentó en el piso, junto al sillón de 
Al. Luego reclinó la cabeza contra sus rodillas, sin una palabra. Entonces 
ambos recordaron y sintieron lo mismo, en silencio. Algo importantísimo 
que habían creído perdido para siempre, bajo la hojarasca de los días que 
se van amontonando uno sobre otro, hasta formar una montaña en 
apariencia impenetrable. Algo que jamás se dirían, pero que sabían estar 
compartiendo en aquel instante. Ella fue la primera en incorporarse. 
Extendió los brazos en un desperezarse exagerado y teatral. Luego se 
soltó como una marioneta que hubiera sido diseñada por Praxíteles para 
que todos sus movimientos posibles fueran perfectos, y colocó un beso 
sonoro sobre su frente. 

-Tú siempre has sido mi verdadero papá, le dijo - Que duermas bien...que 
sueñes con angelitos. 

-Eso, déjalo de mi cuenta, tío- dijo ella antes de irse. 

No volvió a saber de ella -salvo postales de Navidad desde lugares 
remotos- hasta el día, varios años más tarde, en que lo llamó desde Los 
Angeles para comunicarle que un Señor Colony se presentaría en su 
despacho el miércoles siguiente a las diez de la mañana. Y que era vital que 
lo recibiera. 


38 

MONTPARNASSE, PARIS. 

Horacio Luna pensó que la mujer que tenía enfrente, en la mesa de La 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Coupole , el célebre establecimiento de Montparnasse , en Paris, era sin 
duda la mujer más bella desde Helena de Troya y que por ella sería capaz 
de combatir con el propio Aquiles. 

¿Y Qué le hizo pensar... - su voz no era menos encantadora que el 
resto de ella - que otros planetas no son necesariamente inhabitables? 

Luna tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse. Vació el contenido 
del Beaujolais nouveau y, después de un instante que amenazaba con 
hacerse interminable, respondió. Como resignado a ese tópico, que no le 
parecía el más indicado: 

Pongámoslo de esta manera -Ya una orden cerebral había logrado 
que su mente abstracta prevaleciera sobre sus otras funciones - La luz del 
sol tarda siete segundos en llegar a la tierra. Dicho de otra manera, hay 
una "diferencia horaria" de siete segundos entre el sol y nosotros.- 

Angela sirvió más vino, que Luna agradeció y bebió de un trago. 

Lo pondré más fácil. A esta hora -consultó su reloj- ya es domingo en 
las 

Filipinas. ¿Cierto? Angela asintió. - Y eso no nos impide tomar un avión 
a las Filipinas , y desayunar allí; pero si pudiéramos llegar así -chasqueó 
sus gruesos dedos- es casi seguro que encontraríamos el restaurante 
cerrado.- 

Angela estaba segura de que las referencias que le habían dado de Luna 
eran confiables. Como sin embargo conocía bien las reacciones que su 
presencia provocaba en casi todos los integrantes del sexo masculino, creyó 
prudente decir: 

Le sigo; adelante. 

Muy bien. ¿Qué pasaría con esta joven noche del sábado si Ud. y yo 
- volvió a chasquear los dedos- nos decidiéramos a interrumpir el sueño 
de los filipinos, que ya la han vivido?. 

Me imagino que seguiría existiendo para todos nuestros vecinos de 
mesa - Angela paseó su mirada por la terraza de La Coupole. — 

¡Perfecto!...Pero ¿y Ud. y yo? 

Tendríamos una noche del sábado con sol de las Filipinas, supongo. - 
Excelente. Ahora imagínese que Urano estuviera habitado por cosmonautas 
americanos, o enanitos, o lo que Ud. quiera; Y que nuestro calendario 
cristiano fuera válido allí. 

¿Y bien? 

¿Y bien? Un año de Tirano equivale a 84 de los nuestros ¿Qué fecha 
cree que sería hoy allí? 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


No tengo ni la más pálida idea. - respondió la mujer con una sonrisa de 

niña. 

Yo sí.- dijo Luna enfático- Sería el año 23 después de Cristo. 

Pero el tiempo total transcurrido para nuestros enanitos sería el 
mismo que ha transcurrido para nosotros ¿No? 

¿Si? ¿Está segura? Llame a Filipinas y dígale a la operadora que son 
apenas las nueve de la noche; que venga a tomarse un trago con nosotros. 
Dígale que su "tiempo total" y el nuestro son idénticos. 

Pero si quisiera, ella podría hacerlo... 

¿Quién lo puede dudar? Pero aun viajando con la velocidad del 
láser, consumiría tiempo en llegar aquí. 

-¿Y entonces...? 

Entonces, querida Miss Lynn, que si dejamos de lado los estragos 
que causaría en la salud de la operadora viajar a la velocidad del Láser, nada 
cambiaría el hecho de que ha salido del domingo y ha entrado en el sábado 
otra vez. 

Pero no otra vez, porque para ella el sábado ha finalizado. 

Así es; mientras se quede en Filipinas. Pero una vez que decida 
aceptar su invitación, su tiempo se parecerá tanto al de sus compatriotas 
como una hormiga se parece a la ramita que arrastra hacia el hormiguero. 

Ya no sé si le sigo. Pero ¿No es cierto que puedo hablar con ella por 
teléfono? ¿Y que para que eso sea posible tenemos que estar ambas partes 
en el mismo "ahora"? - Es verdad que puede hablar con ella; y que ella 
puede responderle como si estuviera a su lado. Pero hay una diferencia de 
tiempo. - de una fracción de segundo, imagino - que la hace imperceptible, 
pero no le quita su existencia. Porque si su amiga estuviera en Alfa 
Centauri, esa diferencia despreciable sería de unos cinco años. 

No sé a dónde nos conduce esto. 

Nos conduce a varias cosas. Primero, que la Luz, o en este caso las 
ondas que hacen posible las comunicaciones telefónicas, son mensajeros 
demasiado rápidos que nos producen la imagen de una simultaneidad 
prácticamente absoluta de los fenómenos. Que lo son, de hecho, pero no 
para nosotros, sino para ellas, para las ondas. Y segundo, que, como el 
personaje de Moliere que se sorprendía de haber hecho prosa toda su 
vida sin saberlo, nosotros hemos estado viajando en el tiempo desde que el 
primer bebé salió del vientre de la primera madre. 

Hubo un silencio, y esta vez fue Luna quien sirvió vino. Angela se mojó 
los labios y se quedó pensativa. Por un momento, le pareció a él que la 
joven había decidido ya no escuchar más tonterías. Pero ella le dirigió una 
preciosa sonrisa y dijo: 

Sólo que nuestros viajes en el tiempo, a causa de la relativa pequeñez 
de las distancias recorridas en el espacio, nos han pasado desapercibidas. 
Mientras que si dichas distancias fueran como las que nos separan de los 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


otros planetas, comenzarían a hacerse notorias. ¿Me equivoco? 

¡No! - gritó él con entusiasmo- no se equivoca. ¡Es Ud. tan 
inteligente que me la comería a besos! 

Eso lo dejaremos de lado por ahora. Pero ¿Cómo compagina esto con 
la vida en otros planetas? 

El no era de los que se dan por vencidos en el primer revés. Respondió 
enseguida: - En primer lugar porque los pájaros no vuelan porque tienen 

alas, sino que tienen alas porque vuelan. De igual manera, la vida en la 
tierra no es, necesariamente, el producto de ciertas circunstancias 
determinadas como un tipo de atmósfera ni una determinada 
temperatura media; ésta es una idea que debería estar tan pasada de moda 
como el positivismo que le dio origen. Por otra parte, nuestras 
observaciones de otros planetas descuentan equivocadamente, que 
estamos viendo lo que allí sucede ahora: de igual manera que si nosotros 
pensáramos que la operadora filipina está en este momento preparándose 
para la cena. Esta vez, Angela Lynn daba a entender con su expresión 
que, de momento, lo dicho agotaba para ella el tema. - Si quiere Ud. tener 
la posibilidad de comprobar sus teorías - dijo colocando un papel frente a 
Luna- sólo tiene que firmar aquí. 

¿Y por qué no discutimos eso durante la cena? ¿Qué le parece un lindo 
restaurante napolitano del barrio latino? 

Sobre el contrato, Dr. Luna, no hay nada que discutir. Nadie en el 
mundo le ofrecería lo que yo; y menos a cambio de unas ideas 
completamente disparatadas y sin ninguna base científica, que parecen 
sacadas de un capítulo especialmente mediocre de "Viaje a las estrellas". 
En cuanto a "eso" de lo que quiere hablar en su lindo restaurante, le diré 
solamente que como buena cristiana del año 23 de nuestra era, soy virgen 
y casta; y como además considero que hay ya bastantes crios en el planeta, 
pienso seguir siéndolo toda mi vida. Si Dios me ha dado encantos que 
no puedo disimular, no es culpa mía.- 

Incluso para el gran ajedrecista que era Luna, esa jugada resultaba 
completamente sorpresiva y lo dejaba desarmado. Para salvar al menos la 
dignidad, se atrevió a soltar, como quien tumba el rey: 

Tal vez en Urano no haya niños suficientes... 

Le responderé cuando estemos allí. 


37 

HOLLYWOOD, CALIFORNIA. 

Cuando Angela Lynn se levantó de su butaca, durante la premier de 
"Indiana Jones", una bien vestida joven se le acercó y le comunicó que el 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Sr. Spielberg le rogaba que no se fuera sin permitirle saludarla. Con su 
mejor dicción de sus ancestros y suficiente fuerza para que sus palabras 
no pasaran desapercibidas a las celebridades que la rodeaban, Angela 
respondió lo siguiente: - Puede decirle a Steve que si se cree que porque 
ahora es famoso y tiene un par de millones va a tener más suerte conmigo 
que la que tuvo cuando éramos compañeros de estudio, se equivoca de 
medio a medio. Si su intención es llevarme a la cama, lo menos que podría 
hacer es pedírmelo en persona. Los periodistas y las cámaras de TV. 
comenzaban a formar un círculo en torno a la escena. La enviada del 
Director no sabía dónde meterse. Angela, que se sabía 
extraordinariamente telegénica, continuó con su naturalidad característica. 
- Es probable que me equivoque, y que el Señor Spielberg sólo quiera 
conocer mi opinión sobre el film. Y bien, es ésta: Pienso que los 
adolescentes que a partir de hoy lo aplaudirán en todo el mundo, y que, de 
hecho, lo aplauden ya por sus otras películas, serán adultos dentro de 
escasos años. Entonces le reclamarán - por poco que a él le importe para 
esa fecha otra cosa que contar sus dólares- que les dio fantasías baratas 
cuando ellos necesitaban ideas para enfrentarse al mundo desastroso que él 
y toda su generación de Yupis les han dejado como herencia. Estoy de 
acuerdo con que el cine regrese a los héroes de leyenda, pero para llegar 
allí hay que pasar de nuevo por Citizen Kane, o al menos por Yellow 
Submarine. 

36 

LA ESCUELA DE CINE 

El cine era su pasión. Mucho antes de terminar la secundaria le había 
contado a su tío Al cómo ella pensaba cambiar el mundo con una buena 
docena de películas, medio que no había estado al alcance de los grandes 
transformadores de la historia. Por eso Murch pagó sin hacer preguntas 
sus estudios de arte dramático y de cine y puso a su disposición una cuenta 
en Suiza con la que Angela hubiera podido producir el largometraje más 
costoso de la historia. Ella había enrollado sus diplomas y no había vuelto 
a mencionar el tema. Pero cuando Murch escuchó las insensateces de 
aquel viejo que le recordaba al Dr. Caligari, y después de descartar la idea 
de que fuera ese saco de huesos el que, finalmente, hubiera encarnado el 
prototipo varonil al que Angela sacrificaría su exquisita femineidad, 
concluyó que la única explicación plausible era que su talentosa sobrina 
había encontrado por fin una historia suficientemente extravagante para 
dedicarle sus dotes de cineasta y sus millones. Sin decir una palabra, 
desde ese día, puso a disposición del viejo y de su equipo de personajes 
estrafalarios todo lo que le solicitaron, no sin obligarles a llenar algunos de 
los requisitos que su compañía exigía en los proyectos serios; más que nada 
para disimular el hecho de que habría dado el doble y hasta el triple de lo 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


que le pedían con sólo saber que Angela lo deseaba. Cuando supo que 
ninguno de ellos conocía su relación con Angela y que atribuían su 
generosidad a su fe en el proyecto, se felicitó por la cautela de su sobrina y 
creyó ver allí una prueba de que ella sabía lo que estaba haciendo. No 
vaciló entonces en sacrificar tres meses de sus mejores científicos, la 
totalidad de los recursos de la Fundación Murch y unos cuantos hombres 
de su departamento de logística. Asignó a su mejor ejecutivo, Frank 
Demet, a la coordinación del proyecto, y consideró natural guardar, desde 
su posición, un silencio semejante al que Angela guardaba desde la suya. En 
las dos ocasiones en las que ella lo visitó acompañada de su gente, la trató 
como a una perfecta extraña y no fingió ser insensible a sus encantos, 
porque esto hubiera sido visto con sospecha por cualquiera. Ella, 
confirmando sus suposiciones, actuó de manera similar. Todo lo que 
Demet le comunicó durante el período de trabajo en Sacramento, 
coincidía con su primera hipótesis, de modo que jugó su parte tratando 
de corresponder al máximo con lo que suponía que Angela esperaba de él. 
Y cuando las cosas se pusieron difíciles y Frank le lanzó un S.O.S. 
angustiado, hizo recurso a su poder y aprovechó las deudas pendientes de 
un par de "muchachos" del congreso; sacando partido de la coyuntura de 
un proyecto conjunto con la administración federal, para redondear en un 
par de horas la jugada magistral gracias a la que las aguas volvieron a su 
cauce. Pero ahora, cuando Demet y su amiga los habían dejado solos por 
un momento, miró los ojos dorados de Angela y dijo: - Teníamos casi 
diez años sin vernos. ¿No crees que es hora de compartir tu secreto 
conmigo? He sido el tío más complaciente del mundo ¿O no? 

A tal tío, tal sobrina...- Ya no quedaba en ella nada de esa ligereza 
infantil que siempre lo había hecho sentirse viejo a su lado. Sentada con las 
piernas cruzadas a la oriental, con el pelo recogido hacia atrás, sin una gota 
de maquillaje, era más que nunca, la mujer más atractiva que habían visto 
sus ojos. Esta vez se lo dijo, y le contó también la historia de la 
fotografía. Ella no cambió su expresión relajada y cercana. Sólo 
preguntó: 

Y ¿Qué recibirías a cambio de mantener tu promesa, según ese 
misterioso marinero? 

Al Murch había repasado mil veces la escena de aquella tarde de sus veinte 
años, pero la pregunta de Angela fue como un flash que iluminó de súbito 
el recuerdo oscurecido por el tiempo y le mostró un detalle que hasta 
entonces había pasado siempre desapercibido. 

¡Ahora lo recuerdo! ¡Sí!...Yo le pregunté qué pasaría si yo no tuviese 
los recursos para ayudarte. Era un juego; no pensaba lo que decía; no 
creía que nada de eso fuera a ocurrir en la realidad. Además estaba algo 
ebrio. - ¿Qué te respondió? - Me dijo... ¡Es como si lo viera! Fue lo 
último que le oí decir. Luego lo vi subir al barco y poco después me 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


enteré del accidente. Me dijo: 

"Eso, déjalo de mi cuenta" 

Angela sonrió. Parecía una maestra que se alegra por haber reprimido la 
intención de darle la respuesta a su pequeño alumno cuando le parecía que 
él sólo no lo lograría. Se puso de pie, sacudió sus pantalones y respondió: 
-¿Alguna otra pregunta, Capitán? 

Demet y Marisa aparecieron a lo lejos cabalgando al paso, lentamente. 

Ese pichón de magnate tuyo — dijo Angela sonriendo- es muy capaz de 
beberse el filtro de la brujita; y si lo hace, como ella es algo inexperta, 
pueden quedar ambos convertidos en ranas. 

Cuando por fin los alcanzaron, Murch Y Angela, como si nunca se 
cansaran, seguían riendo a carcajadas. 

35 

UNA CALLE DE ROMA. 

El abate Colonna salió del despacho del Cardenal Berlinghetti en el 
Vaticano y, sumido en sus cavilaciones, sus pasos lo condujeron 
maquinalmente a la pequeña trattoria donde cenaba habitualmente. Al 
abrir la puerta, la gritería lo sacó de golpe de su ensimismamiento. La 
gorda patrona vociferaba y movía los brazos como enajenada mientras que 
su marido, un enjuto personaje que a su lado parecía el producto de la 
metamorfosis de una de sus costillas, se agitaba y temblaba como el 
muñeco abandonado a su propia suerte por su ventrílocuo, que intenta en 
vano proferir una exclamación. Lina joven rubia de aspecto extranjero, 
sentada en una de las mesas frente a una sopa que se enfriaba a pesar 
de las subrepticias miradas que ella le dirigía, observaba la escena. Su 
actitud, entre complacida e impaciente, era la que se le otorga a un 
violinista de restaurante bohemio que se toma con demasiado entusiasmo 
una frase de elogio y se esfuerza por demostrar que la pieza que 
distraídamente se le ha pedido es la que mejor toca. Colonna no llegó a 
descifrar si su expresión era de risa o de llanto, porque apenas hubo 
transpuesto el umbral, la matrona se le tiró encima seguida de cerca por su 
satélite. Este, sin atreverse a acercarse demasiado, intentaba impedir por la 
sola fuerza de su mirada que la gorda aplastara al recién llegado. La 
Santa Virgen, San Gennaro y San Pietro lo habían traído para auxiliar a 
aquella pobre y honrada familia en la catástrofe provocada por lucifer y su 
corte, porque cómo podían haber imaginado siquiera, Dio buono? Si el 
rapaz había entrado sin que ella ni su marido, que Dios tendría una 
buena temporada en el purgatorio, porque siempre estaba en la luna, 
aunque la culpa la tenía la comadrona que lo había traído al mundo antes 
de tiempo...y la poveretta signorina había abierto su bolso -es una santa- 
para darle una monedas, y el filio de la sua mamma le había escamoteado 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


en un santiamén el monedero entero. ¿Qué pensaría ella, turista que 
venía a la Ciudad Eterna para besar los pies del apóstol y pedir un buen 
marido en la Fontana di Trevi? ¡Qué Santa Gertrudis le concediera uno 
mejor que a ella!!! ¿Qué podía pensar? Pobrecita, ella que no sabe nada de 
los comunistas ni de Berlusconi. Pensaría que su trattoria era un antro 
de crimen y que sus dueños eran cómplices de ese mocoso harapiento 
cuya madre, sabe Dios en que andaría. Y que ella no hubiera estado allí, 
sino en la cocina, pelando los ajos para el pesto, para bajarle los pantalones 
y darle los azotes que la golfa que lo había parido no había sabido darle. 
Pero Monsignore había llegado, porque él tenía que hablar el tedesco y el 
anglese para explicarle a la americana de quién era la culpa y decirle que 
podía comer todo lo 

que quisiera y venir todos los días también y que si quería ella misma 
llamaría a la policía; aunque sólo Dios sabía qué sería de ellos si ponía una 
denuncia. La joven soltó la carcajada que tenía media hora aguantando y 
la gorda se llevó las manos a la cabeza, abrió los ojos como un pescado al 
que le han dado el golpe de gracia y amenazó con desplomarse sobre 
Monsignore. Todos la rodearon, y mientras el marido la abanicaba con un 
gesto compungido, el sacerdote traducía las expresiones de disculpa y de 
consuelo de la matrona. 

Entendía todo y se hacía cargo de su sufrimiento, pero no le daba al 
hecho mayor importancia y no iba a hacer ninguna denuncia, porque lo 
único que quería era tomarse su sopa de brócoli que era la mejor de toda 
Italia. 

Los temblores se detuvieron y el color volvió a las opulentas mejillas de la 
patrona. Donna Renata se incorporó con los ojos semicerrados 
agarrándose del brazo de su esposo, que en ese momento sonreía con la 
expresión confiada de un payaso de circo que levanta una enorme pesa de 
corcho que simula hierro para desconcertar a los párvulos. Luego hizo 
unos cuantos ademanes de ciega, y finalmente repartió besos y gracias a la 
signorina y a Monsignore; aderezado todo con suficientes persignadas y 
miradas al cielo. Ya dueña de si, dio una orden en dialecto a su marido, 
que se perdió de vista hacia la cocina como un suspiro. Sentó al sacerdote 
en la misma mesa de la turista, se llevó la sopa fría y volvió al cabo de un 
momento. Con gesto triunfal y una sonrisa que le ocupaba toda la cara, 
colocó entre ellos una enorme botella de Chianti que por poco no hunde la 
mesa de algo dispareja confección. 

-Mi apellido es Colonna, - dijo el abate tendiendo la mano. 

-Y yo soy Angela Lynn- respondió la joven con los ojos todavía empañados 
por las lágrimas de risa.-Me ha salvado la vida. 

- Y usted la mía- dijo el aludido. 

Acababa de reconocer a su compañera de mesa. El día anterior había visto 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


su foto en un periódico. “Lina cineasta que piensa que el único público 
inteligente son los niños”, decía el titular. 


34 

EL EMBARCADERO. 

Cuando el dueño de la lancha que venía una vez al mes a la isla con 
provisiones descubrió que las facturas estaban dirigidas a "St. Francis 
Colony", comprendió que había escuchado mal y que el nombre no era 
"Colonnel ", como había entendido al principio, sino Colony. El rosario 
que una vez le había visto entre sus cosas y su aire poco marcial, 
contribuyeron a consolidar esta deducción. Cuando pensó nuevamente en 
el asunto, descubrió que una indudable laguna en su formación religiosa le 
había hecho pensar toda la vida que los santos estaban muertos 
invariablemente, y como era un poco charlatán cuando se le pasaban las 
copas, en poco tiempo todas la gente del puerto notificaba a los marineros 
en las charlas que en una de aquellas islas vivían San Francisco, un ángel 
vestido de mujer y un ejército de querubines. El rumor llegó un día a 
oídos del párroco, un francés que conseguía llenar la iglesia los domingos 
a fuerza de trabajar toda la semana como médico, maestro y veterinario. 
Un día, la jovencita a la que había logrado rescatar del paludismo y que 
ahora le hacía la comida y le ayudaba desparasitar a los pequeños; cosa 
a la que ella había accedido sólo después de que él le hubo permitido 
vestir un traje de monja que ella misma había confeccionado, lo arrastró de 
la mano hasta la puerta de un almacén y le mostró la esbelta figura de un 
ángel a través de la vidriera empañada por el salitre. Bonnard calibró toda 
la envergadura de la aparición cuando la vio salir de la tienda seguida de 
lejos por dos fornidos trúhanes que cargaban su compra hasta el muelle 
intercambiando miradas y gestos que delataban una mezcla de espanto y 
admiración para la que sus rudas facciones no encontraban expresión 
satisfactoria, y adquirían rictus anatómicamente inverosímiles. Bonnard 
tuvo que amenazar a su pupila con la privación definitiva de su investidura 
para que ésta se contuviera del impulso de entrar a la escuela para que 
todas sus compañeras pudieran contemplar también el milagro. A duras 
penas logró empujarla hasta la esquina y ponerla a salvo de las miradas de 
un grupo de grumetes que se debatían entre contemplar a la imponente 
rubia- de lo que los disuadían las feroces miradas de los cargadores- o 
prestar atención a la monjita enajenada. 


33 

LA CASA DEL CURA 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


El cura se había dormido y las moscas ávidas del mediodía ardiente se 
colaban por las costuras descosidas del mosquitero hasta su barba gris, 
buscando restos del almuerzo. En sueños, el seminarista Jacques 
Bonnard esquivaba los estoques de su profesor de teología, un 
franciscano de nariz afilada, convertido en avezado y amenazante 
espadachín, que proponía a toda costa alcanzar sus ojos con la punta 
afilada del arma. El joven sólo acertaba a mover la cabeza, que le obedecía 
con insufrible lentitud, como si pesara una tonelada. Sabía que la malla de 
su máscara estaba rota en varios puntos y que la puntería del adversario 
terminaría por lograr su propósito. "Si tu ojo derecho te hace pecar-gritaba 
el feroz enemigo-yo te lo vaciaré de un sólo pinchazo". Jacques lloraba y 
la punta del florete resbalaba sobre las lágrimas, espesas como miel; pero 
el ataque arreciaba de nuevo y la voz decía: "Ese es el truco de Miguel 
Strogoff, pero yo también leí el libro, así que no te servirá de nada". 
Entonces la mujer con cara de ángel se acercaba en cámara lenta y le 
quitaba la máscara. Con un gesto de su mano hermosa apartaba al 
espadachín atacante y éste, convertido en pájaro, salía volando. Luego ella 
secaba sus lágrimas con una esponja de mar. Se deslizaban hasta sus 
labios: ahora eran saladas y ligeras. Bonnard abrió los ojos. "Todavía 
estoy soñando" pensó, y volvió a cerrarlos. Pero ya no había imágenes. 
Sintió entre sus manos el lomo del libro que se había quedado abierto 
sobre su pecho, oyó el rumor del tul que le rozaba la barba y despertó del 
todo. Frente a él la monjita de comedia se deshizo de su vestido por 
encima de su cabeza con un gesto rápido y fácil, y se le quedó 
observando fijamente; el cuerpecito desnudo cubierto de gotas de sudor 
parecidas al rocío, como un perrito que mira a su amo esperando que éste 
le conceda una porción de su almuerzo. Cuando comprobó que el cura 
estaba bien despierto, con los ojos muy abiertos bajo las gruesas cejas 
fruncidas a punto de un regaño severísimo, movió las manos como la niña 
que recita unos versos en un acto escolar, aunque con variantes de pequeña 
geisha, mientras decía: 

-Mi madre está contenta porque le he dicho que yo también voy a tener 
un angelito. El santo me ha explicado que ella no es ángel, pero que 
todos los niños sí son angelitos; y que los querubines no tienen que ser 
rubios como los pintan en los libros, porque... 

-Vístete y ve a decirle a tu madre que los curas no tenemos hijos, porque 
ni siquiera...nos acostamos con las mujeres. 

-Eso, nadie en el pueblo lo cree. Todos piensan que desde que vine aquí 
soy tu mujer, y dicen que tú no me quieres porque no te importa que yo 
muera sin haber tenido hijos. Además dicen que el santo también es cura y 
que su mujer tiene docenas de hijos. 

Entonces Bonnard tiró el mosquitero de un manotón y se levantó 
enfurecido, como una pantera que se debate en una red. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


-Ese santo y ese ángel van a recibir su primera lección de teología-gritó-, 
y salió envuelto en el tul en busca de su machete. 


32 

LA ISLA, FINALMENTE. 

-¡¿Qué le parece!? — gruñó Bonnard para finalizar su exposición. 

Los hundidos ojos de Colony, arrugados por el sol deslumbrante, 
daban a su rostro de rasgos cortados con cincel un aspecto que recordaba 
los monolitos de Pascua. 

-Me parece que ha hecho Ud. bien en curarle a la chica su enfermedad y 
enseñarle a desparasitar a los crios. Y creo que ha hecho mal en permitirle 
vestirse como una carmelita en un clima como éste; y peor en dejarla que 
le cocinara si no estaba dispuesto a casarse con ella. Angela sorbía su 
limonada, divertida por la discusión y decidida a no disimularlo. 
Bonnard hervía sin reparos, como una vieja tetera desvencijada. 

-Y qué me dice de hacerse pasar por San Francisco, padre de querubines, 
y marido de un ángel cuyo sexo sería evidente hasta para los más 
bizantinos ? 

Me parece que habría sido Ud. un buen cura de provincia en su país 
natal, si no fuera por su talento un poco por encima del normal, que le 
alcanzó para estudiar medicina, adherirse a corrientes vanguardistas de la 
teología y venirse a vivir entre los salvajes en busca de datos de buena 
fuente para la comprobación de sus teorías, pero que le impide 
comprender el postulado esencial de toda la doctrina, al que todos los 
demás deben supeditarse pase lo que pase. -Y Cuál es esa clave de las 
claves que el propio Francisco reencarnado ha venido a revelarme? 

Lo sabe Ud. de memoria en varias lenguas. La recita cada vez que 
dice misa. La enseña a todos los alumnos. Y la practica a menudo, cada 
vez que su cerebro volteriano se descuida. Pero aún no la ha reconocido en 
su carácter sagrado, es decir, absoluto. Esa clave es la palabra más común y 
más trivial, y sin embargo creo que su monjita de vodevil tiene mucho que 
enseñarle acerca de ella. Y no sólo a Ud., sino también a mí y a la madre 
de mis numerosos hijos. Porque se aprende más acerca de ella en una 
isla de salvajes que en un seminario o una universidad. 

¿Hace falta que se la deletree? 

Angela hizo un ruido poco acorde con las reglas de la cortesía. Era que 
su pajilla había succionado todo lo que quedaba de limonada en el vaso. 
Bonnard la miró mecánicamente y ella aprovechó para inclinarse hacia 
él y decirle, simulando un aparte teatral: 

-No crea que siempre es así de solemne, creo que el sol le ha afectado un 
poco. En mi opinión, no le vendría mal un examen médico. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


El francés dirigió de nuevo la mirada hacia el viejo, diciéndose que ya 
no entendía nada de aquel par de dementes. Colony se limitó a sacar una 
enorme lengua perfectamente rosada y a decir: 

-Aaaaaaaaaaa... 


31 

EL ALA DE HUÉSPEDES DE LA CASA EN LA ISLA. 

-¿Y tú quién eres? - preguntó la niña al cura. 

-El hermano Jack 
-¿El de la canción? 

El mismo 

¿Y de verdad duermes mucho? 

Todo el día y toda la noche. 

-Y ahora ¿Por qué estás despierto? 

Porque tengo que tocar las campanas-dijo Jacques desperezándose con 
fastidio.- Laura, de cuatro años, lo observaba con atención. 

Si quieres, puedes usar mi cama. 

¿Y crees que cabré en ella? 

¡Es bien grande! -Laura abrió sus bracitos al máximo y luego comparó 
las puntas de sus manos con la calva del hombre. La comprobación no la 
dejó muy satisfecha, porque agregó: -Pero podemos juntar dos; la mía y la 
de mi hermanito Pedro. 

¿Tienes muchos hermanitos? 

-¡Ufl- Laura abrió su mano derecha y mostró sus cinco deditos estirados- 
Ciento veinte...creo. 

¿Y qué serás cuando seas grande? 

Mujer-dijo con seguridad Laura- Como Angela. Y luego seré vieja, 
como Colony pero con pechos- y marcó dos globos imaginarios frente a su 
cuerpecito. 

-¿Y qué más? 

¡Ya tú lo sabes!, respondió ella con picardía. 

No, no lo sé. ¿Cómo sabría lo que tú quieres ser? 

Ella lo miró con extrañeza. Luego posó su vista en la lejana frente de él. El 
sol la encendió. 

Deja ver -pidió. Él se agachó, no muy seguro de qué quería la niña. 
Ella se acercó y acarició la calva con delicadeza. 

-Nunca había visto una frente tan larga-dijo. Luego contempló con firmeza 
un lugar por encima de su entrecejo por un largo instante. 

-¿Estás seguro que no lo sabes? 

-Seguro. 

-Entonces te lo voy a enseñar. Mira para allá. 

Señalaba el vacío que los separaba de la lejana colina recortada contra el 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


cielo de azul intenso. 

¿Allá lejos? 

¡No! aquí...- Caminó unos pasos y se detuvo en un lugar donde pateó 
en el suelo, riendo, como si pensara que el hombre le tomaba el pelo. 
Luego regresó a su lado y le tomó la mano, no sin examinar su frente de 
nuevo. Entonces apretó su manito contra la de él y cerró los ojos con 
mucha fuerza, como si le estuvieran lavando el pelo con jabón. 

-Ya. ¿Lo ves? 

-¿Ver qué? 

-Bah! Así es también el marinero ese que trae las cajas; no ve nada.- En 
ese instante pasaban corriendo dos niños más, varones de unos diez años. 
- Julio, Chang!- gritó la niña. Los dos niños iban a seguir corriendo pero se 
percataron de la presencia de Jacques y se acercaron con interés a él para 
examinarlo. 

El es Jacques, el de la canción- dijo la niña, y tarareó un trozo de 

ésta. 

-Hola Jacques 

Hola.- Su larga frente resultaba sin duda muy atrayente. 

¿Cómo es que no se ve lo que piensas? - Preguntó Chang. 

Es como el marinero -sentenció Laura-, Tampoco puede ver. Parecía 
una maestra en una clase práctica en el zoo, frente a la jaula de un animal 
raro. -¡A que sí ve! apostó Julio. Jacques optó por callar y observar. 
Laura se unió a los dos chicos de un salto. 

-Si resultó con el hombre del barco debe resultar con él - Esta vez era 
Chang el que emitía su opinión. 

-Pero el hombre del barco se asustó - advirtió Julio. 

-Jacques no tiene miedo ¿Verdad? -Laura parecía confiada- ¡Él es el de la 
canción! 

-Y tarareó nuevamente- ¿Tienes miedo? Sí o no. 

-No -respondió Jacques con aplomo. 

-Bueno, entonces no te asustes, no hace nada. 

A continuación, los tres niños conferenciaron seriamente por un instante. 
No se ponían de acuerdo. 

-¡Ya se! -gritó Laura con júbilo. Luego acercó su boca a la oreja de uno y 
otro. Los tres rieron satisfechos. -Nadie podría asustarse ¿Verdad? - 
Julio y Chang asintieron completamente convencidos. Entonces 
juntaron sus manos y arrugaron las caritas a la vez, cerrando con fuerza los 
ojos. Bonnard, con la atención puesta enteramente en los niños, no se 
percató, hasta que algo le hizo mirar hacia atrás, de la presencia de 
Angela. 

Soltó un suspiro y comentó: -¡Buen susto me ha dado Ud.! 

Pero la mujer no le respondió. Se limitó a esfumarse como si estuviera 
hecha de aire. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Bonnard se levantó de un salto y la buscó por todas partes. 

Pronto tuvo que rendirse a la evidencia de que no estaba allí. 

Los gritos de los niños lo obligaron a dirigir la mirada hacia ellos. 
Estaban en el mismo lugar que antes, pero habían abierto los ojos. 

-¿La viste? ¿Verdad que sí? La viste ¿No es así? 

La había visto... 

- Y fue una excelente idea -concluyó Laura- ¿quién puede asustarse de 
Angela? 


30 

EL PERIÓDICO DOMINICAL. 

Frank Demet llevaba semanas que no hojeaba a gusto un periódico, sin 
tener que correr de la página de cotizaciones a la de análisis financiero y 
revisar después por encima las noticias políticas. Era un apasionado de 
la información. Y cuando aquella noche en que pudo refugiarse temprano 
en su cabaña se sentó con una cerveza fría frente al jugoso New york 
Times del domingo, sintió una fruición que pocas cosas para él eran 
capaces de igualar. Se dirigió de una vez a su secreta debilidad: el rock. 
Después de revisar los reportajes sobre los nuevos L.P y los últimos 
conciertos y considerar las opiniones de un sociólogo que anunciaba un 
"regreso a los 60" que no le pareció muy original en su argumentación, pasó 
la página y se encontró con un titular a tres columnas que rezaba: 
"Cuando esta generación despierte de su sueño" Se tragó el artículo 
completo, cosa rara en él: "Para algunos, un profeta acaba de morir en 

San Francisco. Otros lamentan la carrera truncada de quien podría haber 
sido el mayor boom después de Los Beatles. Los hechos son estos: Chris 
Cantara, de 19 años, hijo de hispanos inmigrantes, fue encontrado muerto 
en su coche poco después que éste entrara en colisión con un camión 
cargado de flores refrigeradas con destino a L.A. 

Después de grabar su primer L.P. a la edad de 16 para una firma local, 
Cantara se convirtió en una celebridad local y recibió ofertas de CBS y de 
Velvet para un lanzamiento nacional. El artista dio largas a los acuerdos 
propuestos y continuó presentándose en un Club de Sausalito que de la 
noche a la mañana se hizo célebre en toda la costa Oeste. La lista de 
espera para reservaciones se alargó más allá de los seis meses que duraba el 
contrato de Cantara. Se pagaron cifras record por una entrada, y se 
cuenta que Jane Fonda tuvo que hacerse pasar por agente de la brigada 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


de estupefacientes para oírlo desde bastidores. El día que su contrato 
vencía, Chris anunció que esa era su última presentación pública y al día 
siguiente se encerró en un estudio de grabación por una semana para 
producir su último disco, titulado "Tomorrow" que lleva vendidas 2 
millones de copias. El representante de la casa disquera, una pequeña 
empresa dedicada al ramo de los discos educativos bilingües que se h 
avisto de improviso en el gran mercado, comentó: "Para hablar de 
números, pensamos que las cifras se triplicarán a raíz de la tragedia. Pero 
Chris era todo menos un número más. En mi opinión, era un poeta más 
grande que Dylan, con una voz que hubiera deseado tener McCartney en 
sus mejores años y una guitarra que sólo Hendrix hubiera igualado. Pero, 
por encima de todo, tenía el feeling de los tiempos, que estremecía el 
corazón de todo el mundo". Entre sus restos, se encontró una hoja 
manuscrita que ha sido certificada como suya, y que parece ser su última 
canción inédita: 

"Cuando esta generación despierte de su sueño 

Y la voz del resucitado estremezca la tumba 
Nos levantaremos forcejeando las mortajas 

Y diremos: Hermano, habíamos olvidado tus promesas 

Dos mil años han sido un largo invierno Y El responderá, 

sonriendo como siempre: 

El tiempo es un engaño, el reflejo repetido del recuerdo 
Por mirar hacia atrás me habíais perdido de vista 
Pero nada temáis, porque sois inocentes 

Y vuestro mal nunca fue de muerte 

Os van entregando el Reino poco a poco 

Como la madre que cambia gradualmente 

La leche por la papilla de frutas 

Lo que muchas veces olvidamos 

Es que El Rey dispone 

De toda la eternidad 

Para planear la próxima jugada. 

Frank Demet cerró el periódico. Y se quedó con la lata de cerveza entre 
las piernas y la mirada perdida en el vacío. 

29 

JUEGO DE NIÑOS 

Angela leía sentada en una mecedora de mimbre bajo el alero blanco de 
la veranda. Drum, el pastor belga, hacia la siesta a poca distancia. La brisa 
ligera que subía desde la bahía traía retazos de las exclamaciones de la 
rueda de niños que jugaban en el patio contiguo, como las ráfagas 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


multicolores de canicas que cayeran por un accidentado tobogán. 

Angela levantó la vista y observó el juego, pensando que un nuevo Degas 
habría aprovechado tan buena perspectiva para hacer apuntes de los 
pequeños, que adoptaban aquí y allá posiciones propias de una extraña 
danza.” Ahora Alex!" Era una variante del juego de la rueda.- ¡ A-lex, A-lex, 
A-lex! - gritaron todos mientras daban pequeños saltos en el mismo punto, 
tomados de la mano. 

Alex se colocó en el centro y adoptó la postura firme y rígida de un 
soldadito de plomo. Sus ojos estaban cerrados con fuerza. La rueda giró 
entonces un cuarto de círculo en el sentido del reloj y se detuvo, lo que 
Alex aprovechó para salir disparado en tangente fuera de la circunferencia 
entre dos de sus compañeros que, juntando sus cuerpos, tardaron 
demasiado en impedírselo. Jadeando, observó al grupo desde la sombra 
de una palma situada a poca distancia; lugar estratégico sin duda para las 
reglas del juego, pensó Angela que no perdía un sólo movimiento. Entonces 
Alex volvió a adoptar su posición hierática, orientado hacia el mismo 
punto que antes, pero sin abandonar su " refugio" de la palma. 

La rueda repitió su giro en el sentido inverso. Sólo ahora notaba Angela 
que los demás niños también cerraban los ojos. ¡ A-lex, A-lex, A-lex...! 

La rueda había llegado a su posición inicial y el pequeño Alex volvía a 
estar en su centro, tieso como una estaca. 

Angela giró la cabeza con la velocidad de una mangosta amenazada por 
una feroz cobra. Sólo alcanzó a ver, bajo la palma, la sombra que se retorcía 
en el suelo, como un pequeño charco de alcohol que se evapora. 


28 

OTRA VEZ EN EL CARIBE 

Ron Pollack se llevó un nuevo chicle a la boca. Desde el " castillo" - en 
realidad sólo quedaba una plazoleta sobre el domo natural de piedra, 
punto superior del cono truncado de forma irregular sobre cuyas faldas 
se prendían las casitas del pueblo como tenaces mejillones - la bahía tenía 
un aspecto irreal. Los " Islotes de la Iguana” parecían un reptil 
antediluviano que, sumergido a medias, dejaba ver la cresta espinosa de su 
lomo. Observando el hormiguear de las pequeñas embarcaciones que 
merodeaban a diversas distancias de las rocas, Ron imaginó una escena 
como la de Gulliver en Lilliput, en la que el tiranosaurio petrificado 
emergía de las aguas despertando de su sueño milenario y los botecitos 
rodaban envueltos por la espuma de las olas en una caída inesperada y 
vertiginosa. Cerca de él, un grupo de turistas franceses posaba para una 
foto. El que operaba la cámara automática daba instrucciones precisas y 
complicadas, separando de vez en cuando su ojo del visor para apreciar 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


mejor el conjunto. Tal vez piense que va a registrar a la vez la sonrisa de 
su amiga y la marca de los cigarrillos que dejo en su bote, pensó Pollack. 
Había cientos de ellos. Alemanas de muslos como tomates bajo los shorts 
demasiado ceñidos, italianos displicentes tras sus lentes de sol, americanos 
que consultaban sus mapas que el viento les arrancaba de las manos. Como 
insectos invasores en un picnic abandonado sobre el mantel, penetraban en 
todas partes, llenaban los bares con carcajadas y tintinear de monedas y 
cubrían las playas con sombrillas, equipos de buceo y la cacofonía de 
una multitud de músicas de transistores simultáneas, que competían entre 
sí en una babel de sonidos ante la cual Beethoven se habría alegrado por su 
sordera. Podrían haber escogido otra época del año, pensó Ron 
mientras se encaminaba de regreso al monasterio. A lo lejos, el adusto 
volcán inactivo parecía contemplar el espectáculo con la distante serenidad 
de un chino que duerme la siesta. 

27 

EN ALTAMAR. 

Horacio Luna estaba comenzando a acostumbrarse a la idea de que las 
cosas se obtienen cuando uno deja de desearlas. Repasó mentalmente los 
acontecimientos más importantes de sus últimos diez años y tuvo que 
confesarse que no era una mala hipótesis. Casi automáticamente, su 
cerebro comenzó el rastreo de posibles excepciones. Cuando este proceso 
concluyó, había al menos dos conclusiones: a) para dejar de desear algo, 
hace falta haberlo deseado primero, b) Si la fórmula es correcta, cabe 
aplicarla también al deseo de hallar la formula correcta. Como le sucedía 
casi siempre, cerró su reflexión entregando todas sus energías a 
experimentar las sensaciones que le ofrecía el momento presente. La brisa 
salada soplaba sobre su rostro como una interminable caricia. La superficie 
de azul vibrante de las aguas debía tener muchas cosas que decir, pero el 
permanente juego del sol tropical le hizo concluir que es preciso poner 
coto al extremado amor de la naturaleza hacia sus hijos, porque de otra 
manera, puede uno perecer por exceso de cariño. Bajó a la pequeña cabina 
donde el Capitán custodiaba el timón casi imperturbable en compañía de 
su inseparable loro real. Una palabra y la sonrisa correspondiente bastaron 
para que se le ofreciera terminar la travesía en el exiguo refugio, escudando 
del ave lo que parecían órdenes de navegación: “A babor una cuarta...a 
estribor y a mil nudos... ¡a bordo! ¡A bordo! “. 

El capitán tenía su propia mitología para explicar lo que sucedía en la isla. 
No fue difícil hacerse pasar por un ignorante que había llegado allí por 
unos cuantos dólares para recibir la versión completa. Aparentemente, no 
había grandes peligros. El santo y su ángel eran buena paga y daban 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


siempre propina. Su dinero era de curso legal en la tierra y no andaban 
sacándole a uno sus pecados. Es verdad que los niños estaban todos locos 
y que los marineros les huían como a espantos, pero ¿Quién puede fiarse 
de los marineros? Si uno sabía controlar la bocota - el capitán parecía un 
experto- todo se mantenía en los límites de lo razonable. Claro que era 
difícil impedir que los ojos se fueran detrás del ángel, pero si ella lo pescaba 
a uno en esas debilidades, lo traspasaba con una mirada que curaba la 
enfermedad para siempre. Lo que quedaba se podía aliviar sin problemas 
una vez de regreso en el puerto. En resumen, que la vida tiene más 
sorpresas que el mar; y ya estamos llegando. Luna contempló el perfil 
escueto de la isla, tras la reverberación de la atmósfera pesada y caliente. 
Las siluetas que se dibujaban en el muelle eran la de Angela y unos 
cuantos niños. Ella permanecía quieta. Sólo su cabellera ondulaba con la 
brisa. Si no es un ser sobrenatural, pensó Horacio, lo disimula bien. Los 
niños agitaban las manitas saludando a la embarcación. Voy a intentar no 
desearla - se dijo Luna burlándose de sí mismo; tal vez así la obtenga. 
Cuando al fin la lancha tocó el muelle, los niños recogieron la amarra 
y la ataron con pericia al poste. Luego saltaron a bordo, sin duda 
esperando las golosinas de costumbre. El capitán arrugó las facciones y 
cruzó los brazos. Los niños lo rodeaban sin hacer caso de su simulada 
indiferencia y hosquedad. Vencido al fin, el viejo malayo corrió seguido 
por los pequeños hasta una bolsa escondida entre los salvavidas de 
cubierta. Mientras los niños se repartían los dulces, Angela Lynn, con las 
manos metidas en los bolsillos de su ceñido blue jean, sonrió a Luna y 
preguntó: 

¿Y bien? ¿Tiene ya la respuesta? 

Aún no sé qué es lo que no sé - bromeo él saltando a tierra. Ignoraba 
sin duda que citaba textualmente a San Agustín. 

26 

LA ROSA 

Alex mostró el papel, muy orgulloso de su trabajo. 

Así - dijo- Era un círculo bastante regular dividido en sectores de 
superficie parecida, como una rueda. Cada sector había sido coloreado 
con un tono distinto. 

En algunos de ellos figuraban unas pelotitas de diferente color. 

¿Y esto qué es? - preguntó Angela.- El niño miro el dibujo y, después 
de pensar un poco, como si recordara, dijo: 

-Son las bolitas. Tienen que estar en el mismo lugar para poder saltar. 

¿Y Cómo haces para "saltar"? - pregunto Luna. 

Alex intentó una explicación gráfica. 

Primero, cierro los ojos; así...- Angela le retuvo la mano con suavidad, 
pero firmemente. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


No queremos que lo hagas ahora...- El niño abrió los ojos y rio. 

No pasa nada si yo no quiero - explicó, como si tratara de tranquilizar 
a uno de sus hermanitos más pequeños. Angela y Luna se miraron. 

Bueno - prosiguió Alex, evitando cerrar esta vez los ojos; no fuera que 
los adultos se asustasen- Cuando aparece la rueda, ella está girando; 
entonces respiro. 

¿Quieres decir que retienes la respiración, como cuando se nada bajo 
el agua? - No. Así - El niño produjo una respiración un poco más veloz 
que la normal y bastante sonora - ¡Respiro! -rio otra vez- ¿No sabes lo 
que es res-pi-rar? - -Si - confesó Luna resignado- ¿Y entonces? 

Bueno. Entonces me quedo muy quieto y respiro, y la rueda se va 
parando y se queda quieta. 

Con las bolitas...-propuso Angela. 

Claro. Si no ¿Cómo voy a poder acordarme? -Comprendió que su 
explicación no iluminaba mucho a los grandes y agregó: 

Mira - dijo haciendo un último esfuerzo - Cuando la rueda se para, 
las bolitas también se paran. Entonces yo la miro un rato y me fijo en el 
color que está arriba y los colores en los que están las bolitas.¿ Entienden 
ahora? 

Sí...-dijo Luna después de un titubeo- Pero... ¿Y los demás colores? 
El niño sonrió con picardía y paciencia. 

Lo mismo me preguntó Laura. Ella no conseguía fijarse en todos los 
colores. ¡Pero no hace falta! Si sabes cual está arriba es suficiente, los demás 
siempre están en el mismo orden. Siempre. 

Lo último era el enunciado de un axioma. 

-¿Así? -preguntó Angela mostrando el dibujo. 

Más o menos. Los colores no son iguales; es que estos lápices... 

Está bien. ¿Y Que pasa luego? 

Luego abro los ojos y salgo corriendo. 

¿Corriendo...? 

¡Corriendo de verdad! ¡Corriendo! Así. -Y comenzó a trotar sobre el 
mismo lugar.- Eso es cuando te vas de la rueda. Quiero decir, del círculo de 
los niños. 

-Y después... 

Vuelvo a cerrar los ojos y espero que la rueda se pare. Y entonces 
recuerdo como estaba antes y ya.- -¿Como que ya? 

-Ya. Vuelvo a poner el color de arriba, arriba y las bolitas en sus lugares. 

¿Y eso... cómo lo haces? 

Fácil. Es como cuando quieres que alguien vea lo que estás 
imaginando. Sólo que eso no se puede mostrar. 

Angela suspiró. Luna tomaba notas. 

Y cuando lo "imaginas". ¿Qué pasa? 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


La rueda vuelve al lugar de antes, ya te lo dije.- 

¿Y cómo estás seguro de que todas las bolitas están en su lugar? 

Porque me acuerdo.- 

El niño había optado por responder sin hacer más comentarios. Luna 
observaba el dibujo. Comenzó a contar los puntos que representaban las 
bolitas. 

Uno, dos, tres... ¿Siempre son...? 

Siete -dijo el niño seguro de su respuesta- Y los colores son doce. Y 
las bolitas son de tamaños diferentes ¿Ves? No se confunden. 

Luna dirigió una mirada a Angela. Esta parecía estar en otra parte. 

Y cuando has vuelto a poner todo en su sitio ¿Qué pasa? 

Abro los ojos y estoy otra vez donde estaba antes. 

Y si, digamos, te equivocas sobre el lugar de una bolita...No te ha 
ocurrido? 

-Sí. Al principio me equivoqué dos veces. 

¿Y qué ocurrió? 

No pasó nada. Si no pones todo en su lugar, no puedes saltar. 

¿Estás seguro?- Luna había dejado de tomar notas. 

Por primera vez el niño vaciló antes de responder. Después de todo, 
aquel barbudo no era tan tonto como parecía, dijo su expresión silenciosa. 

Se podría intentar - respondió- Tal vez con un poco más de fuerza... 

Angela saltó de su silla como Jumpin'Jack, el payasito de resortes. 

¡No! -gritó fulminando a Luna con la mirada. Este cruzó un guiño de 
complicidad con el divertido Alex y respondió: 

No se asuste. El sólo no podría hacerlo" 


25 

TODOS LOS CAMINOS 

-Pongámoslo de esta manera -Luna señaló la pequeña cruz que había 
dibujado en la arena - Todos los caminos conducen a Roma. 

A continuación, hizo unas cuantas rayas irregulares, como los brazos de 
un pulpo, que se acercaban a la cruz, hasta casi tocarla. Colony, sentado en 
el piso con las piernas dobladas y las rodillas sostenidas entre sus brazos, 
lo observaba sin hacer comentarios. 

Ahora supongamos que en este camino -puso la yema del dedo sobre 
el extremo de uno de los brazos del pulpo, haciendo un ligero hoyuelo- 
hay tres posadas: la del gato, la del cuervo, y la del... 

Peregrino - colaboró Colony. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Eso es. -Luna había señalado las posadas con tres nuevos hoyuelos. 
Ahora, si decide Ud. tomar este camino, pasará sin duda por esas tres 
posadas ¿Cierto? 

Certísimo. 

Y luego, eventualmente, llegará a Roma. 

Eventualmente. 

Salvo por las dos figuras, la larga playa estaba desierta. Lina gaviota 
solitaria sobrevoló a poca altura el parasol que en una época había sido 
anaranjado, rozando con su sombra el círculo oscuro que éste proyectaba 
sobre el suelo, a escasos centímetros de Roma. Los dos hombres 
levantaron la vista, y el pájaro aleteó perezosamente. Luna aprovechó para 
encender un cigarrillo. Colony contempló el terso horizonte, como Achab 
comprobando la ausencia momentánea de Moby Dick. 

Luna volvió a señalar el diagrama, esta vez con la cabeza de una cerilla de 
madera. Colony posó su mirada en el palito. Este se erguía ahora 
señalando el punto de partida del invisible caminante del argumento. Luna 
ordenaba sus ideas con gesto de ajedrecista que no pierde de vista la aguja 
del reloj. 

-No están solamente las posadas-, dijo al fin- hay también una secuencia 
determinada de árboles, casas...- una segunda cerilla iba ilustrando el 
comentario con pequeñas marcas a lo largo del surco.-...Y otras cosas que 
Ud. recorrerá necesariamente si quiere llegar a Roma. 

Si quiero llegar - repuso Colony, con lo que al otro comenzaba a 
parecerle un estilo de no muy clara intención. 

-¡Tiene que llegar! - exclamó Luna atenuando su vehemencia con una 
sonrisa de expectación. El otro devolvió la expresión como un espejo, 
aunque esta vez se cuidó de no repetir la frase. 

-¡Es más fuerte que Ud.! Podríamos decir incluso que ya ha llegado. 

La mirada del viejo era ahora perfectamente intraducibie. Luna pensó en 
los octógonos de la caparazón de una tortuga que acabara de retraer todos 
sus miembros. 

-Pongámoslo de esta manera -dijo, consciente de que él también se 
repetía- Si estuviéramos aquí...El viejo lo interrumpió. La tortuga se había 
convertido en un águila a punto de levantar el vuelo que lo miraba 
fijamente. 

-Creo que pierde el tiempo, -dijo- Me está tratando de convencer de algo 
de lo que estoy convencido ya. A saber: que podemos movernos en el 
tiempo con la misma libertad que en el espacio. Y que este hecho no anula 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


el otro de que existe una secuencia de hechos concatenados similar a la de 
su camino, con sus arbolitos, sus colinas y sus tabernas, que eventualmente, 
tarde o temprano conducirán a Roma; es decir, al futuro. ¿No es eso? 

Luna observaba su cigarrillo que parecía consumirse 
irreversiblemente. 

-No es fácil hacerse a la idea - confesó.- Es lo único que no hemos 
aprendido a perdonarle a Dios, amigo mío, es que nos haya hecho libres. 
Y ese es también nuestro único pecado. 

24 

EL CAT AL EJO 

Miguel Ángel Quinteiro colocó el cilindro contra el ojo derecho de 
Pollack. Este se dejó hacer, como si estuviera a merced de un barbero que 
manejara su afilada navaja con demasiada soltura. Entrecerró el ojo 
izquierdo y observó. Era un círculo dividido en sectores de colores 
luminosos. Dentro de él flotaban unas esferitas plateadas de diferentes 
calibres. Fuera de la circunferencia, en la parte más baja, un cuadrante 
mostraba unos numeritos que cambiaban constantemente, como los de 
un cronómetro digital. 

-Un caleidoscopio de transistores -aventuró Pollack. 

-No - respondió el sudamericano sin apartar el artefacto de la cara de Ron 
- tiene dos oportunidades más. 

Acto seguido pulsó un botón en alguna parte y la rueda comenzó a girar 
con un leve zumbido. Los colores se mezclaron y pronto todo se tornó 
blanco. Sólo se veían las pequeñas esferas, rebotando frenéticamente. 

-Ya sé. Es un círculo de Newton electrónico. 

-Frío, frío.- sentenció Quinteiro. Sin preocuparse por explicarle al 
americano el significado de esa expresión, tomada del juego infantil en el 
que un niño esconde un objeto y va orientando a los que tratan de hallarlo 
con palabras que indican grados distintos de temperatura. Cuando alguien 
se acerca mucho al escondite, el que lo conoce dice "caliente, muy 
caliente", y así sucesivamente. Activó otro dispositivo y la rueda se detuvo 
instantáneamente. La imagen que observaba Pollack ahora era exactamente 
idéntica a la inicial. Las bolitas ocupaban los mismos lugares y los 
numeritos componían la misma cifra. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


-Es muy ingenioso. Pero me rindo. 

Quinteiro colocó con cuidado su invento en la caja de tina madera 
recubierta interiormente de fieltro. Por la mente de Pollack pasó una idea. 
Con demasiada velocidad como para identificarla del todo. Le quedaba 
una oportunidad para desquitarse de las numerosas partidas de ajedrez 
perdidas ante "Mike", como había apodado al inventor, para simplificar 
los problemas fonéticos. 

-Es un instrumento de navegación. 

Quinteiro se acercó solemnemente y tendió su mano al 'gringo". 

-Good - dijo. Era la única palabra que pronunciaba aceptablemente en 
inglés. El y el ingeniero se entendían en francés. Cerró la caja, miró a su 
interlocutor fijamente por un largo momento con sus gruesos labios 
formando la sonrisa equívoca que le era característica y declaró: 

-LTn cronoscopio, Ron. Lina brújula para viajes intertemporales. ¡La Rosa de 
los tiempos! 

23 

APARECE EL EXTRAÑO. 

-¿Srta. Lynn...? 

Angela se preguntó quién podía haberla reconocido en aquella banal 
cafetería de Sacramento. 

-¿St ? 

-Me pregunto si podría...dirigirle la palabra. 

Creo que ya lo está haciendo. 

Disculpe. No estoy acostumbrado a este tipo de...encuentro. 
¿Puedo sentarme un momento?- 

Era un joven alto, rubio, de cabello muy corto. Sus facciones eran finas, 
y Angela sintió que le recordaba a alguien que en ese instante no podía 
identificar, pero que sin duda se trataba de una persona muy cercana a ella. 
Sus manos, de largos dedos, mostraban una como exagerada pulcritud, 
próxima a la asepsia de un cirujano. Acomodó junto a su silla un 
portafolios de cuero y se sentó con movimientos calculados. Angela 
sintió un leve estremecimiento. 

-¿Y bien? - dijo con algo de dureza, como para darse fuerza. 

Lamento tener que incomodarla. Srta. Lynn, pero se trata de un 
asunto de...alguna importancia.- 

Hablaba como el extranjero que busca la palabra adecuada mediante una 
operación mental. Sin embargo, no tenía acento alguno, y su dicción era 
correcta. 

-Le escucho.- 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Sin saber por qué, Angela actuaba con una agresividad poco frecuente en 
ella. -Bien. No quiero que esto la alarme ni la preocupe, pero es el caso 
que hemos detectado... 

-¿Hemos?- 

Lamentablemente, no estoy autorizado a aclararle ese punto. 

La expresión era perfectamente pacífica. Angela lo miró, tensa. 

-Sé que puede resultarle algo irregular, pero le ruego que no...se 
inquiete. Es una simple medida de seguridad para...para ambos. 

-Vaya al grano - espetó Angela - que en una rápida consulta consigo 
misma había decidido no dejarse amedrentar. 

-Como le decía, hemos detectado ciertos fenómenos físicos; 
específicamente, ciertas alteraciones del...del espacio-tiempo en la isla que 

Ud... 

-No sé de qué me habla. Ni con qué derecho han estado espiándome. Es 
una isla privada. 

-Le aseguro que no ha sido nuestra intención. En realidad hemos captado 
la señal 

y...sencillamente la hemos rastreado hasta su isla. 

-Lo que pasa en mi isla es asunto mío. 

-Entiendo su recelo. Y le aseguro que no nos habríamos atrevido a 
molestarla si no fuera porque dichas alteraciones...cómo 
explicarlo...podrían tener, en caso de realizarse sin ciertas medidas de 
seguridad, consecuencias desagradables para...todos. 

-Le garantizo que sé muy bien lo que hago en mi isla. Y le repito que no le 
debo a nadie explicaciones. 

-La entiendo. No queremos poner en duda su...cómo diríamos...su 
competencia; ni la de sus colaboradores. Por otra parte tenemos la mejor 
referencia acerca de su labor, que en todo lo restante consideramos 
excelente. Y entienda que no habríamos adelantado una investigación si no 
fuera porque detectamos esas...irregularidades. 

- ¿Qué espera de mí? 

El extraño pareció aliviarse. El también parecía algo tenso. Abrió su 
portafolio y sacó de él un grueso legajo.-Tómelo por favor como una 
modesta colaboración. No es que queramos enseñarles a Uds. su trabajo. 
Pero...en la medida en que pueda serles de utilidad...Es matemática 
sencilla. 

Angela le dio una hojeada. 

-Sólo me permito añadirle que sería conveniente que restringiera Ud. la 
circulación de este material a las personas de su mayor confianza. 

El extraño se puso de pie.-Ahora, si no le importa, debo irme. 

Angela no sabía qué hacer. 

-Me imagino que tampoco me dirá su nombre -dijo. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


-Me temo que no serviría de mucho. Si hiciera falta, yo me pondría en 
contacto con Ud. nuevamente. Pero creo...que no será necesario. He tenido 
mucho gusto en conocerla.- 

Y se retiró como había llegado. Angela se levantó también. Había perdido 
interés en su taza de café. Cuando recogía su cartera, de la que se había 
deslizado su espejito de maquillaje, observó algo que, por un instante, la 
sobresaltó. Hacía mucho que no tenía tiempo para mirarse en un espejo. 
Pero lo que le causó la impresión no fue su rostro o el estado de su 
peinado. Era que ahora sabía por qué los rasgos del extraño le habían 
parecido familiares. 

22 

UNA FÁBULA 

"Si en el poker quieres ganar, no te canses de pasar" 

El jugador inexperto, en efecto, suele "pagar" por todas sus manos, por 
pobres que estas sean, en la esperanza de que las de sus contrincantes sean 
aún más débiles o que, llegado el momento, un bluf maestro le conceda la 
victoria. Pero el bluf es como una navaja de delicado filo, que no sólo 
puede cortar al que la maneja sin cuidado, sino que también se mella con 
facilidad si se la usa sin discriminación. De esta manera, es frecuente ver 
jugadores que, como Pedro y el Lobo, agitan su gastado bluf con 
desesperación cuando la oportunidad que no han sabido esperar con 
paciencia llega finalmente. Entonces, al igual que el personaje calvo del 
refrán, la Fortuna se les escurre con burlona mueca de desdén. 

Y es que esta deidad, contrariamente a lo que suponen los que no la 
conocen — que son quienes han fabricado, tal vez por envidia, toda una 
serie de extravagantes y contradictorias leyendas sobre ella- es inocente y 
hasta ingenua por naturaleza, hasta el punto de que sería capaz de otorgar 
sus favores al primero que le ofreciera una sonrisa. 

Si no fuera porque sus hermanos mayores, advertidos de esta debilidad, le 
han proporcionado un séquito de hábiles cortesanas que no la dejan sola ni 
por un instante. 

Son estas servidoras menores las que, haciéndose pasar por su señora, se 
divierten con toda clase de juegos, burlas y engaños a costa de los 
pretendientes desprevenidos que se atreven, con ínfulas superiores a su 
condición de mortales, a codiciar las dádivas de la diosa. 

Cabe decir que dichas damas, con la garantía de impunidad que les otorga la 
aquiescencia del soberano, no tienen reparos en ensañarse con infantil 
crueldad sobre sus víctimas más débiles y las someten a sutiles e 
indescifrables charadas de su invención, que muchas veces se convierten en 
verdaderas torturas para las pobres e indefensas presas. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Ya sea porque las hadas traviesas se aburren con facilidad de sus juguetes o 
porque su señora renueva constantemente la provisión de estos -o por 
ambas cosas- los escarmentados des-fortunados logran zafarse de sus redes 
y ganan refugio nuevamente en sus opacas pero seguras vidas de mortales. 

Y no asoman más sus narices fuera de los límites de su rutina. Se dedican 
entonces a desanimar con amargas frases a otros incautos que sueñan con 
los palacios de jade de la adorable deidad. 

Existen sin embargo integrantes de una raza excepcional de desconocida 
genealogía que se diferencian de los demás humanos en que su anhelo por 
abrazar a la diosa de sus amores y contemplar de cerca su rostro es de una 
condición tan fuerte e irresistible que no vacilan en pagar una y otra vez 
como tontos el precio de las insufribles triquiñuelas de las acolitas. Con la 
esperanza de contemplar, aunque sea de soslayo y por un instante, el 
susurrante velo que cubre la augusta faz de la diosa. 

Las pruebas a que son sometidos estos “elegidos “ de la Fortuna, únicos 
candidatos a los que la diosa puede dirigir, asistida de sus chaperonas, una 
furtiva mirada de vez en cuando, son, si se quiere, más duras que las 
reservadas a los demás; pero su índole es muy distinta. 

Bien porque el peculiar temple de éstos les hace ver los sortilegios sufridos 
como pasajeras y necesarias calamidades o bien porque —cosa que sucede a 
menudo- alguna de las doncellas se enamora de uno de ellos y lo auxilia con 
sus artes en secreto, lo cierto es que - para resumir- la suerte de unos y 
otros mortales es tan incomparable como sus naturalezas. 

También es verdad que hay hadas particularmente celosas, que, habiendo 
librado a sus amantes de los encantamientos de sus pares, quieren retenerlos 
a su lado con otros encantamientos no menos poderosos e impedirle así el 
acceso a las cámaras de Su Majestad, por temor a los influjos de tan temible 
rival. 

Pero como en la corte celestial todas las historias tienen un feliz final, 
tampoco estas peripecias son capaces de desanimar a los verdaderos 
buscadores de la Fortuna. 

Art Gabriel era uno de ellos. Un jugador obstinado e inquebrantable, lo que 
en lenguaje ordinario se conoce como “un aventurero sin escrúpulos”. Sin 
que los que lo hacen den importancia alguna al hecho de que bajo este título 
se clasifica a dos especies tan dispares como el día y la noche, a saber: los 
que juegan por amor y pagan a conciencia el duro precio de la 
incomprensión y el desdén, y los que juegan por vanidad y encuentran 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


siempre en el éxito la moneda capaz de comprar las simpatías perdidas 
momentáneamente. A estos últimos se les perdonan los peores crímenes a 
cambio de una porción de su botín, que a consecuencia de este rito mágico 
se vuelve instantáneamente respetable. 

La innata sinceridad de los primeros les impide mover un dedo en su propia 
defensa y muchas veces sucumben bajo el peso de acusaciones que son - 
por la inocencia que les lleva a conferir a sus jueces un prurito de 
honestidad semejante al suyo- los únicos en tomar seriamente. 

Por eso las hadas se desviven por ellos y cometen las más arriesgadas 
locuras para ayudarlos. 

En cuanto a los otros, la insensibilidad al amor es el mayor castigo 
conocido, se dicen las hadas. Y las variadas formas en que la naturaleza dota 
para obtener los favores de la tosca réplica inanimada que ellos y sus ciegos 
admiradores conocen con el nombre sagrado de la diosa, es tomada por las 
hadas como sabia compensación ante la indecible desdicha de no poder, 
siquiera, aspirar a obtener los favores de la verdadera. 

Esta era la razón por la que Gabriel, a sus ya casi treinta y cinco años, y 
siendo tan inteligente - a juicio de todos los que le conocían- había tenido - 
también a juicio de estos- tan poca suerte en la vida. 

“El se lo ha buscado”, decían. “No se puede ser tan ingenuo ni tan 
romántico.” “Quién sabe si lo es tanto como suponemos.”, comentaban 
otros: “Esa carita de niño puede esconder a un diablo...” 

Pero éstas eran las versiones benévolas, Para todos los demás, Gabriel era 
un simple truhán, un vividor, un pillo que nunca había querido sacrificar 
esto — y mostraban un pedazo de uña- por los demás. 

Lo que no decían era que el “los demás” de la frase se refería a ellos 
mismos, con quienes Gabriel había sido pródigo en el único bien que 
poseía, pero que por “mala suerte” no tenía ningún valor en el mercado. 

Lo que no le perdonaban en realidad era que con diez veces más talento que 
ellos no hubiese hecho más dinero. Esto, a su manera de ver, insultaba sus 
valores y despreciaba el enorme esfuerzo que los pocos ahorros de ellos 
había costado. Y Gabriel lloraba desconsoladamente por su destino y 
lloraba por la ceguera de ellos, porque pensaba que queriendo dar amor 
sólo había proporcionado penas; y luego lloraba pensando que el ciego era 
él y los demás los que estaban en lo cierto...y tenían razón en considerarlo 
un egoísta. 

Pero lloraba, sobre todo, porque Fortuna era insensible a sus demandas. Se 
había entregado de lleno a cada espejismo de su vida creyendo que detrás de 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


aquella apariencia encontraría a su amada, sin importarle aceptar las peores 
privaciones y manteniéndose fiel a lo que sentía en su interior como un 
mandamiento sagrado. 

Los espejismos se habían desvanecido uno tras otro como burlándose de él 
por haber creído que la diosa se dignaría a adoptar formas humanas. 


Entonces Gabriel, rodeado de las recriminaciones de quienes habían puesto 
en él su confianza pensando que la fortuna a la que él se refería era la que 
ellos conocían, se reprochó por idólatra y se devanó los sesos tratando de 
imaginar cómo él, un hombre común y corriente, podía soñar con obtener 
en vida los regalos de su bienamada. Llegó a pensar que el despreciable 
muñeco de los otros podía no ser tan falso como parecía. E intentó 
alcanzarlo, pero también en vano. Se dijo entonces que si ponía cuerpo y 
alma en el propósito haría, al menos, felices a aquellos para quienes la 
muñeca era un bien tan preciado. 

Y casi murió en la tentativa. 

Concluyó que era en él, y no en los otros, en quien había algo que no 
funcionaba. Los demás tenían razón: él era un soberbio que había querido 
elevarse por sobre los mortales. Su castigo sería rebajarse a lo que siempre 
había conocido como mediocridad; tal vez allí encontraría lo que buscaba, 
una vez pagado el precio por su delito. 

Y se propuso ser uno más, y compartir sus nimias preocupaciones 
buscando en ellas el sentimiento sacro que sentía como lo único digno de 
vivir. Pero tampoco esto funcionó. 

Ya a esta altura lo único que le quedaba por probar, se dijo, era renunciar a 
todo y entregarse a su culto como un místico, esperando que tras una vida 
de expiación alcanzaría el amor en el más allá. 

Pero todas las iglesias le cerraron sus puertas. Aquí no adoramos a esos 
dioses invisibles y paganos, le dijeron. Los nuestros tienen rasgos bien 
definidos y pagan sus cuentas con puntualidad. El amor al que los mortales 
pueden aspirar es el amor a un buen empleo y una familia respetable. Y el 
que cumple con Dios prospera dentro de los límites razonables, como 
nosotros, que somos sus fieles servidores y no nos falta un plato de sopa en 
la mesa. 

Cuando él les recordó a los pobres y cómo a ellos se les había prometido el 
cielo, le dijeron que ya se sabía que la Escritura estaba llena de misterios y 
que intentar descifrarlos era un peligroso pecado. 

El se sometió y se rebeló más tarde; e intentó de nuevo someterse. 

Entonces comenzó a sentir que enloquecía. En todas partes veía un signo o 
una señal de su diosa, o de Dios, ya no estaba seguro. Y empezó a 
experimentar que el azar no existía y que todo estaba perfectamente 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


organizado, como las piezas de un reloj. El espacio y el tiempo eran 
ilusiones y todo lo que había era una voluntad divina omnipotente que 
dirigía la realidad a su antojo, perfecto pero incomprensible. Se encontró 
completamente paralizado. Cualquier gesto suyo estaba decidido desde 
siempre. Había que calcular cada pequeño movimiento. 

Comenzó a percibir que el sueño y la realidad se ínter penetraban y que su 
yo comenzaba a desvanecerse. El pánico hizo presa de él. 

Gritó, lloró y pataleó llamando a la diosa de su amor desde lo más 
profundo de su alma y preguntándole qué significaba todo aquello. ¿Era ella 
una fantasía? ¿O acaso la fantasía era él? En cualquiera de los casos nada era 
real. 

Entonces las hadas comprendieron que ya estaba bien y le acordaron un 
descanso. 

Pero los gritos habían despertado a la diosa. 

Las hadas le explicaron con excusas que sí, se les había pasado un poco la 
mano, pero... ¿Cómo imaginar que un mortal se fuera tomar tan en serio las 
cosas del otro mundo? 

Ella exigió verlo. No pudieron negarse. Al fin de cuentas, con órdenes o sin 
órdenes la reina era la reina y ellas sus sirvientes. 

Con su majestuoso paso y sus gestos de nobleza celestial. Fortuna entró en 
la sala que todas abandonaban despavoridas. 

Entonces contempló su rostro dormido de ángel travieso y sonrió con 
infinita ternura. Los cabellos despeinados estaban empapados por el sudor. 
Ella se acercó y secó la frente con un finísimo pañuelo bordado de oro y 
perlas. Acercó sus labios perfectos a la mejilla húmeda aún por las lágrimas 
derramadas y colocó allí un beso que era capaz de detener el curso de una 
galaxia. 

Se irguió nuevamente y por primera vez reparó en las marcas de los 
innumerables pellizcos que el celo de sus despiadadas ayudantes habían 
dejado por todo el cuerpo. Giró como una tormenta sobre si misma 
produciendo un estruendo ensordecedor con su capa de anochecer plagado 
de estrellas y dijo, con voz profunda que retumbó en todos los rincones de 
Palacio: 

-¡Mi padre va a enterarse de esto! 

Y salió de la estancia, no sin antes dirigir una última mirada de miel al 
durmiente. - Y desde hoy - ordenó solemne para que todas oyeran- es mi 
huésped. ¡Ay de quien le ponga un dedo encima! 

21 

TV 

Gabriel oprimió con desgano el cambiador de canales del tele comando y el 
televisor parpadeó mostrando escenas sucesivas y dispares. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Lo abandonó desanimado y se sumió otra vez en su tedio adolorido. Desde 
la pantalla, en la que había terminado por sintonizar lo que parecía un 
acontecimiento del Show Business en Hollywood, la voz chillona de una 
reportera mencionaba los nombres de las celebridades asistentes al evento. 
Entonces apareció un cióse up del rostro que, en las fantasías de Gabriel, 
siempre había tenido para él su diosa. 

La imagen cambió de pronto, para mostrar las insulsas facciones de la 
periodista. “Esta era Angela Lynn, conocida por su parentesco con el 
magnate Al Murch, quien ha puesto una nota de color estridente en esta 
premier que...” Gabriel no escuchaba más. La fortuna había oído plegarias. 

20 

EN UN RESTAURANTE DEMASIADO CONOCIDO 

Al Murch levantó la vista de su trago y la sangre abandonó repentinamente 

su rostro. 

Ante él, con una sonrisa cómplice, la aparición de Joe Lynn lo observaba 
fijamente. Hubo que cargarlo hasta el lavabo para que vomitase, porque sus 
piernas dejaron de obedecerle y sus brazos temblaban como las ancas de 
una rana sometida a una corriente eléctrica. 

Después de muchas explicaciones y tres cafés cargados aceptó la invitación 
del desconocido y se sentó en la mesa con él. 

Ya más libre de los efectos del alcohol y pasado el primer susto, tuvo que 
reconocer que todo se limitaba a un parecido general, lo que la gente suele 
llamar “un aire de familia”. 

¡Pero qué aire...! - concluyó Murch después de contar brevemente la 
historia que explicaba su reacción. — ¡Por poco no me sopla usted al otro 
lado...! 

Lo lamento profundamente. 

Nada, amigo. No tenía usted manera de saberlo. Soy yo quien lamenta 
haberle hecho pasar un mal rato. A cambio de su paciencia acepte que le 
invite un trago. 

Con gusto. 

Pero no aquí. En diez minutos esto estará lleno de periodistas, como 
buitres que han olido la carroña. 

Mi nombre es Murch - dijo tendiendo la mano- y aunque soy de carne y 
hueso, como ya usted habrá comprobado, mi cadáver valdría su peso en oro 
para la mayoría de los pasquines de esta ciudad. Usted...no es periodista ¿O 
sí? 

No. Pero incluso si lo fuera me interesaría usted más vivo que muerto. 
Soy músico, mi nombre es...- 

Murch interrumpió la presentación apretando con fuerza la mano del joven. 
Parecía ansioso por constatar nuevamente que pertenecía a un ser de este 
mundo: el parecido del chico con Joe era mucho más llamativo de lo que 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


había querido confesarse. 

El chofer de Murch esperaba a poca distancia, como un perro asustado. 

19 

LA CASA DEL MILLONARIO 

Los leños ardían en la gran chimenea, quejándose de vez en cuando de su 
suerte. 

Desde el sillón de cuero, con una copa en la mano, Murch contemplaba el 
fuego. 

Creo que ahora sí me estoy poniendo viejo de veras- comentó- 
Había vuelto a contarle al desconocido la historia del marinero y el licor le 
devolvía parte de la melancolía que el incidente había suprimido 
momentáneamente. 

Pero con mis tonterías- prosiguió- no le he dejado abrir la boca. Y me 
cae usted bien; no sólo por este...extraño asunto del parecido sino porque se 
ve que es un buen hombre: he conocido muy pocos de ese club...- 
Sorbió otro trago y volvió a ser el simpático conversador que había 
construido un imperio a base de chistes oportunos. 

Veamos — dijo- Ud. será Aladino y yo el viejo genio que ha salido de la 
lámpara. 

Pasados ya los primeros y escabrosos momentos...Aquí me tiene.- Cruzó los 
brazos y entrecerró los ojos con malicia. 

Pídame lo que quiera. En términos humanos soy prácticamente 
todopoderoso. 

A decir verdad - respondió el otro- he venido a pedirle algo. 

Ud. ordene, amo. 

Quiero pedirle la mano de su sobrina. 

El genio soltó una carcajada que por poco no apaga el fuego de la 
chimenea. 

El joven lo miraba. 

Ya ve. Hasta los genios nos equivocamos a veces. Ha nombrado usted 
una de las pocas cosas que escapan a mi poder. Pero esto le concede a usted 
otra oportunidad. ¡Vamos! ¿Me dijo que era músico? ¿Qué le parece un 
disco de oro y un premio Grammy?- 
Murch observó el rostro impasible de su interlocutor. 

¿Qué?... ¿También un Oscar? - Parecía divertirse con su oferta y con la 
indiferencia del otro- ¡Concedido! 

Y agitó la cabeza como los ogros de las películas. 

No hubo respuesta. El hombre no parecía conmovido por su actuación. 

¿Cree que son promesas de tragos, eh? Bien, tome papel y lápiz: mi 
palabra vale lo mismo que mi firma. 



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Hay una sola cosa en el mundo que me interesa- la voz era pausada, 
firme- y es su sobrina. 

Murch sintió un escalofrío. Para vencer la sensación se puso de pie y 
escanció más licor en ambos vasos. Dio unas cuantas zancadas y volvió a 
observar al hombre, igual que un actor que está a punto de soltar un 
parlamento importante. El hombre lo miraba sin expresión. 

La cosa es seria ¿Eh? ...Sé lo que es eso. Yo también sentí una 
vez...algo parecido. 

Y todo mi poder no sirvió de nada. Pero tal vez sea usted más afortunado 
que yo...- Después de un momento de reflexión, el millonario agregó, 
cambiando bruscamente de tema: 

¿Juega al poker? 

Aveces... 

Yo juego muy mal, pero soy un excelente perdedor. Qué le parece 
esto: Ud. tiene un as, es joven y guapo... ¿Es músico? Otro as; a Angela le 
encanta la música. ¿Le gusta leer? 

Es casi lo único que he hecho con dedicación en mi vida. 

Tres ases ¡Va bien! ...Le falta uno, pero yo tengo un comodín en la 
manga y voy en combinación con usted ¿Me sigue? 

La expresión del otro era la de un jugador que trata de atrapar el bluf de su 
contrincante. 

Es muy claro: el comodín es mi dinero...y mi cercanía con Angela: 
ahora tiene usted un poker de ases. Y puede subir su apuesta hasta donde 
quiera, yo pago; estoy respaldándolo. Pero hay un detalle... 

Gabriel seguía impávido. Murch se dijo que debía ser un excelente jugador. 
- Y el detalle es que hay que jugar muy bien, porque ella puede tener mejor 
juego- Murch sopesó el efecto de sus palabras. No hubo respuesta. 

Muy bien — dijo finalmente- es un trato. Me gusta su estilo, como 
dicen los magnates en las novelas. Pongámoslo así: si usted logra sacar a 
Angela del inverosímil proyecto en que la ha metido un monje demente, yo 
le garantizo que haré todo lo que está a mi alcance para que usted logre su 
propósito. 

Gabriel, con el aplomo que otorgan cuatro ases servidos, respondió, 
sonriendo por primera vez: 

Cuéntemelo todo sobre ese proyecto y ese fraile: con una mano así no 
queda más remedio que jugar. 


18 

EL INFORME 


Se encerraron como dos conspiradores a trabajar día y noche. Los informes 
de 



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Demet, las averiguaciones privadas que había realizado Murch sobre 
Colony, Horacio Luna y Bonnard, las grabaciones hechas en Sacramento, 
las filmaciones de los niños. Todas las piezas del rompecabezas estaban allí, 
a la vista, sobre la enorme mesa de conferencias de Murch. 

¿Qué hay de cierto en toda esa jerigonza sobre el tiempo? No estudié 
nada de esa materia en el conservatorio. 

Sabe Dios- fue la respuesta del viejo. 

Necesitamos un físico: el mejor. Esto no parece tener pies ni cabeza, 
pero si en alguna parte hay un corazón, es allí. 


Dos días después, Jerzy Kublowsky, premio Nobel de Física, atravesaba la 
puerta introducido por el mayordomo. 

Dos hombres que jugaban a las cartas en uno de los extremos de una gran 
mesa cubierta de papeles desordenados, ceniceros llenos, estuches de discos 
compactos...esos parecían ser los únicos asistentes a la conferencia para la 
que había sido contratado por una importante fundación. 

El hombre mayor lo miró entrar y sin apartar del todo la vista de los naipes, 
dijo, a modo de presentación: 

No entendemos jota de matemáticas, así que puede escoger para sus 
ejemplos entre el lenguaje de los negocios o el de la música. 

Y el del poker — completó el otro integrante del público. 


Bajo solemne juramento de secreto federal tomado por el agente Aloysius 
Murch sobre una Biblia, Kublowsky fue puesto en conocimiento de los 
datos disponibles. Al cabo de varias horas, con una exclamación aquí, una 
risa allá, y por el resto en atento silencio, el sabio limpió concienzudamente 
sus espejuelos, bebió un sorbo de agua fría, y dijo: 

Aclaremos un par de cosas... 

Los dos hombres lo miraban con la atención de un par de adolescentes que 
contemplan su primera película porno. 

En primer lugar no existe (subrayen no) ninguna manera pensable de 
moverse en el tiempo como una reina de ajedrez en el tablero. Ni siquiera 
(subráyenlo) en el caso de que la reina tuviera los poderes de Superman. 
Todo lo que tenemos son peones condenados a caminar hacia adelante y, 
en algunos casos, desviarse ligeramente para comer una pieza del 
adversario. 

Lo que sucede a los peones cuando llegan a fila ocho es ya otro cantar, y 
pertenece a la teología más que a la física. 

A los efectos de nuestras modestas consideraciones humanas (subrayen 
humanas) a tales alturas los dichos peones no nos interesan en absoluto, por 



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la sencilla razón de que han dejado de ser peones. 

Por otra parte, si nuestros...si lo que el adversario del juego se ha propuesto 
es imaginar fantasías más o menos verosímiles al respecto (ustedes sabrán 
con qué propósito) les aseguro que nosotros — miró el fajo de naipes que 
Gabriel barajaba distraídamente- que nosotros podemos aumentar la 
apuesta y lanzar una fantasía aún más atrevida. Un bluf mayor, ya que me 
han sugerido usar este lenguaje... con tanta imaginación como ellos y con 
bases matemáticas más sólidas. ¿Me explico? 

Por toda respuesta los dos hombres le entregaron un entusiasta aplauso. 

00000000000000000000 

El “informe anónimo” como Luna lo bautizó desde que Angela se lo 
mostró, ansiosa por entender su contenido y diciéndole que no podía 
revelar su origen, causó los efectos de un estimulante espaldarazo en el 
equipo de 

Keiko Ozoki y, a la larga, en todo el grupo. Sus integrantes, en parte por el 
aislamiento, pero no sólo por eso, comenzaban a mostrar síntomas de 
cansancio y apatía. 

Se habían enviciado con el sutil y peligroso estupefaciente de lo 
extraordinario. Y habrían aceptado con interés y seriedad la más estrafalaria 
de las ficciones con tal de sentir el excitante cosquilleo que produce la 
novedad, que -como saben bien los publicistas- sólo puede ser re¬ 
estimulado en base a un aumento creciente de sus ingredientes activos: la 
sorpresa y la promesa de lo inédito y lo insólito. Luna, protegido a medias 
por su natural cinismo, vio en el pedido de extrema discreción hecho por 
Angela una ocasión para entregar las conclusiones del informe con 
cuentagotas, como si se tratara del producto de sus esfuerzos personales. 
Esto lo hacía, qué duda cabe, para impresionar a Keiko Ozoki, quien no 
terminaba de rendirse a sus intentos de seducción. 


Aunque en muchos aspectos el informe descartaba por inoperantes algunas 
de las más caras hipótesis de Ozoki, e incursionaba en variantes que ella no 
había considerado por su aparente dificultad lógica, el impecable estilo de 
formulación producía el efecto que experimenta quien ve desarrolladas sus 
ideas por un Premio Nobel y descuenta, por obvio, que si alguien de ese 
nivel se ocupa del asunto es porque las proposiciones de base no eran nada 
descabelladas. 

Por todo esto, Angela tuvo que soportar a solas todo el peso del misterioso 
encuentro y su difícil interpretación. 



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Intentó sondear a Colony - el único en el que habría podido confiar 
eventualmente- pero éste respondía, sin prestarle demasiada atención, con 
sus habituales sentencias sobre la Providencia Divina. 

Angela lo miró en silencio y comprendió el verdadero significado de lo que 
se conoce como “fe ciega”. 

17 

LA CAFETERÍA 

Entonces, como quien descubre de pronto que algo que ha estado 
buscando por mucho tiempo siempre estuvo ante sus ojos, Angela se 
percató repentinamente de la profunda, agobiante y total soledad en la que 
había permanecido toda su vida sin saberlo. 

Sintió que el vientre se le contraía y todo su cuerpo empezaba a sudar frío. 
Alcanzo a tirarse en la cama y a soltarse el sujetador. Cuando la realidad 
comenzó a desvanecerse a su alrededor y dejó de sentir el peso de su 
cuerpo, respiró hondo y se encomendó a Dios. 

Al despertar miro el reloj: había dormido más de veinticuatro horas 
seguidas. 

Eran las tres de la tarde de un caluroso domingo. 

De un salto se levantó de la cama. Se dio una ducha y se vistió con un traje 
ligero. Contra su costumbre, se puso rouge en los labios y un collar de 
perlas. Cogió su coche y se dirigió a la cafetería de Sacramento. 

Mientras tomaba su café, una ambulancia estacionada enfrente arrancó de 
prisa. Esto le trajo un recuerdo indefinible. La sirena se perdió en la 
distancia. 

Dejó todo lo demás y se dedicó de lleno a la improbable búsqueda con el 
mismo ahínco que veinte años atrás había puesto en su persecución de Joe, 
el marinero. Con una excusa suficientemente esotérica para que no 
levantara sospechas anunció por teléfono que una ausencia corta pero difícil 
de precisar en cuanto a su duración era de vida o muerte para la suerte del 
proyecto. Su inicial timidez para expresar lo que sentía íntimamente como 
una falta de solidaridad en el momento más crucial se desvaneció al 
escuchar la respuesta tranquila y jovial de Demet: 

-Lo que Ud. ordene mi general. Me ocuparé de que la tropa no se percate 
de su desaparición -. 

Comprendió que nadie la necesitaba. La misteriosa “alma mater” que todos 
veían en ella no era un personaje de carne y hueso: sólo un mito que sonreía 
de vez en cuando. Se registró en el Hotel Sacramento, a un par de calles de 
la cafetería y se instaló en su mesa con las obras de Stendhal. Solo se 



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levantaba para ir al servicio y para retirarse a dormir a medianoche cuando 
el local cerraba. 

A la primera insinuación equívoca del dueño, sacó de su cartera un fajo de 
billetes y lo colocó en el mostrador. 

-Si colabora habrá otro al final. Si se pone pesado tendré que avisarle a mi 
hermanito que trabaja en el F.B.I. y era quarterback de su equipo en la 
secundaria. 

El hombre, un italiano bonachón cuyo único vicio era la charlatanería, 
accedió de buena gana y dio órdenes a las camareras para que no molestaran 
a la señorita, que era —y esto de su propia cosecha- una célebre escritora que 
estaba de incógnito recogiendo impresiones para su próximo libro, que 
transcurriría íntegramente en el café de Bob, que era él. 

Angela apoyaba la versión con una libreta en la que de vez en cuando 
apuntaba una que otra frase suelta. 

De hecho, Stendhal era sólo un procedimiento para mantener entretenida a 
una parte de su mente mientras la otra, libre por un rato de su parlanchína 
amiga, se dedicaba a pensar su próximo paso. 

Reconoció que no existía ninguna referencia, nada de qué asirse, ni manera 
alguna de provocar el encuentro o dar con su paradero. 

Ante la imposibilidad de actuar, sin embargo, ese lugar era el único que 
contenía, aunque fuera sólo en su pasado inaccesible, un trozo de su 
presencia. O al menos de su ausencia. 

Su mano tomó el lápiz y escribió: “pasado inaccesible”. Luego lo soltó. 

Por ahora no quería volver al bullicio y la locura del proyecto: los niños, la 
astróloga, Horacio Luna y sus risotadas.... 

Todo lo que necesitaba era ese pequeño café de mala muerte de la calle 
trivial con el asfalto reverberando bajo el sol abrasador y uno que otro 
coche que pasaba siempre en la misma dirección, como si fuera el mismo 
coche que diera constantemente la vuelta a la manzana cambiando de 
disfraz en las esquina. 

Todo lo necesario eran las cuatro mesas, el somnoliento Frank recostado en 
el mostrador con la revista de carreras, y la empleada que movía las rodillas 
al compás del rock n roll mientras se limpiaba las uñas. Era allí donde lo 
había conocido. Allí donde se había puesto en guardia contra él sin saber 
por qué, mientras él tartamudeaba mirándola con sus lejanos ojos azules, 
por los que ella hubiera podido navegar hacia mares remotos para no 
regresar nunca más. 

Pero él se había ido como todos los marineros, sin saber si algún día 
volvería. Había apoyado sus manos de dedos largos sobre la gastada 
fórmica de la mesita y había dicho: “tengo que irme”. Ella sabía que aquella 
frase había sido tan irremediable como el sol, como las estrellas, como el 
tiempo. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Pero no necesitaba retroceder la película como Alex para vivir otra vez 
aquel instante y retocar su desenlace. No lo habría resistido. Hubiera sido 
una vil trampa; algo tan repulsivo como una cirugía estética para ocultar las 
arrugas de los ojos cuando las manos hablan de la belleza profunda y 
secreta de la experiencia. ¿Qué era el tiempo sino el lento madurar del alma, 
algo que nada tenía que ver con los relojes ni con los ridículos electrones de 
la Dra. Ozoki? 

Él había venido para advertírselo. Él estaba allí advirtiéndoselo desde 
aquella tarde para siempre. Le había sonreído sin casi mover los labios, con 
un gesto que ella luego había reconocido en su propio rostro: esos gestos 
que no se heredan ni se adquieren sin que vienen de otra parte. 

Si lo viera de nuevo... ¿Pero acaso tenía importancia? ¿No estaba allí junto a 
ella, o más bien dentro de ella, intacto, eterno? 

Pero no. El pasado no es suficiente. Era sólo como el tema apenas 
esbozado de una sinfonía, que debe ser desarrollado y desplegado hasta 
manifestarse en todo su esplendor. Pero... ¿Cuándo? ¿Y qué hacer mientras? 
¿Y después qué? ¿No terminaría, después de agotado, por hacerse banal y 
corriente, como las versiones de Mozart en tiempo de rock? Tal vez fuera 
preferible dejarlo así, como una perla única y concentrada en sí misma, que 
es deleite con su perfección en lo profundo de la ostra; que sólo se abre en 
la noche solitaria para rendir tributo a su madre, redonda y blanca sobre el 
terciopelo negro de la noche. 

Pero era imprescindible buscarlo, aún a sabiendas de que el encuentro sería 
el comienzo de la muerte. Cada palabra dicha — si ahora por ejemplo 
apareciera- sería una palabra menos; cada mirada una mirada más: el 
siguiente grano de arena en el montoncito que va creciendo abajo mientras 
el de arriba se disipa. Pero lo peor de todo era esta parálisis, este auto 
secuestro en el lugar que acaso él jamás volvería a pisar. 

Angela leyó la frase que había escrito y se le ocurrió una nueva manera de 
leerla: 

“Pasado inaccesible”. 

16 

RODAJE 

- Willy ¿Es verdad que no te dejan filmar más porque quieres hacerlo todo 
al revés? 

Angela había decidido refrescarse la mente un rato y había bajado hasta Los 
Angeles. Allí tropezó con su antiguo profesor Willy Foreman. 

Sentados en la terraza de un café recordaban viejas anécdotas. Angela había 
oído que desde la muerte de su compinche John Houston, Willy no andaba 
bien de la cabeza. - Al revés lo hacen los demás- declaró el profesor con 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


paciencia, como si hubiese explicado el asunto mil veces. - Tú sabes bien 
cómo es eso, Angie querida, tienes que filmar en cada locación la secuencia 
que corresponde a cada locación... 

¿Correcto? 

Angie asintió con un gesto de buena alumna. Hacía años que nadie la 
llamaba así. - Pues bien, siempre me pareció lo más normal, como a todo el 
mundo...pero escucha: 

El viejo se acercó y bajó la voz hasta convertirla en un susurro. Angela 
escuchaba atenta: iba a recibir alguno de los famosos secretos de Willy 
Foreman. 

Johnny ha muerto... ¿cierto? 

Ella bajó los ojos e inclinó un poquito más la cabeza. 

No puedo hablar de él en voz alta, porque dicen que desde que murió 
se me ha aflojado una pieza en el proyector. Pero te diré algo: él ya salió de 
escena y a mí me tienen rodando todavía... ¿comprendes? 

Angela balanceó su cabeza. 

...no del todo ¿Eh? Pues es muy fácil; escucha: éste puede que sea el último 
secreto del viejo WilL Todo el misterio está en la maldita secuencia de las 
locaciones. ¿Por qué? 

Señaló con el rabillo del ojo al pulgar y al índice de su mano que parecían 
darse besitos. 

Dinero, muñeca, sucio dinero. ¿Para qué salir de una localización y 
trasladarlo todo si tengo que volver a ella en la próxima secuencia? Mejor 
rodar allí todas las escenas que corresponden a la localización y luego pasar 
a la siguiente...así pensaba yo también...como todos. Porque es más barato, 
sólo por eso. 

Y más fácil, más rápido- respondió ella. 

Cierto. Pero te equivocas. Todos se equivocan por una razón muy 
simple: no piensan en los personajes. 

¿Los personajes? 

Claro, pequeña... ¡Claro! ¿Qué idea de la película puede hacerse el 
personaje si lo ponen a rodar tres escenas seguidas que están en secuencias 
distantes del filme? Primero me cargo al Sheriff, luego le doy el beso a la 
chica y a continuación escapamos juntos en el caballo... ¿correcto? 

Correcto. 

Pero si después me llevan al saloon y el Sheriff está vivo de nuevo y la 
chica ni siquiera me conoce... ¿Te parece lógico? 

Supongo que no. 

Claro que no. Por eso todos los actores están locos. Pero al menos los 
actores saben lo que están haciendo... pero los pobres personajes...hasta que 
llegue el estreno no entenderán nada. 

Angela lo miró atónita. 

Y así estamos Johnny y yo - concluyo el viejo- El ha estrenado ya y 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


está riendo a carcajadas. Pero a mí me falta una sola toma y todavía no he 
entendido ni jota del argumento... ¿Te parece justo? 

15 

EL ARTE DE LA CACERÍA 

Gabriel observaba cada movimiento desde su puesto de observación en la 
ambulancia estacionada del otro lado de la calle. 

Había esperado toda la mañana, recostado en la camilla y con la pulcra 
camisa del uniforme blanco desabotonada y la peluca negra colocada en la 
repisa que sostenía el frasco de suero fisiológico. Leyendo de a ratos la 
novela que había comprado en el kiosco de periódicos de la esquina y que — 
al menos hasta ahora- le parecía muy por debajo de su hermoso título: 

“El corazón es un cazador solitario” 

Los altavoces, a izquierda y derecha de la pared que lo separaba de la 
cabina, soltaban en chorros invisibles la rítmica voz de Aretha Franklin. 

Gabriel aplastó la nariz contra el cristal de la ventanilla - que por fuera era 
un espejo- como un niño que se asoma a media noche en Navidad con la 
esperanza de sorprender la llegada del carro con renos de Santa Claus. 

Sabía que su próxima jugada sería decisiva. LTn paso en falso y su presa 
huiría velozmente hacia la profundidad del bosque para no retornar jamás. 
Un paso acertado y sería suya, suya para siempre. 

Con una demora excesiva se iría del pozo fresco donde saciaba su sed. 
Recordó una lectura de infancia. 

“Encierra a cualquier animal salvaje por varios días sin alimento. Luego 
tráele pequeñas porciones a espacio regulares y ve acercándote a él 
gradualmente, con palabras tiernas. 

Aumenta la dosis muy poco a poco...ten mucha paciencia. 

Cuando quieras acordarte ya te habrás convertido en su amo.” 


14 

NOTICIAS 

El cartero interrumpió la profunda explicación de Frank acerca de las 
razones que lo llevaban a afirmar y - si hiciera falta- hasta apostar cien 
dólares a que los Mets ganarían la Serie. 

Fue pasando uno a uno los sobres como quien baraja naipes mientras 
comentaba: 

Facturas...siempre las mismas malditas facturas. 

De pronto se detuvo. Soltó las demás y miró el sobre inesperado con el 
fruncido semblante de quien encuentra una cucaracha en la sopa. 

La levantó contra la luz, como hacen los dentistas con las radiografías, y 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


entonces su rostro se iluminó con el resplandor del sol y una sonrisa de 
alivio. 

Creo que tiene Ud. noticias - dijo en alta voz dirigiéndose a Angela. 

Luego apoyó los dos brazos sobre el mostrador y miró cara a cara a su 
somnoliento parroquiano: su sonrisa era la del escolar que presume frente a 
sus compañeritos que es capaz de tutearse con la nueva maestra que a todos 
tiene enamorados. 

Angela se acercó y recogió el sobre. 

No sabía que su "Gracias, Frank" cerraba esa escena en la otra película que 
se rodaba simultáneamente con la suya. 

Todo lo que le preocupaba era que su expresión no dejara traslucir la 
ansiedad que la poseía. 

El matasellos era de la misma ciudad. 

“20 de septiembre. 

Muchas gracias por su colaboración y por su discreción. 

Lamento no poder ofrecerle por ahora un canal de respuesta.” 


13 

LA ESPERANZA 
¡”Por ahora”! 

Esas dos palabras recorrían su ser como un remedio que navega a toda prisa 
por las venas hacia el corazón. Fue como un hilillo de luz en el sofocante 
encierro de una mina bloqueada por un derrumbe. 

Quería decir “espera”. Quería decir “mantente con vida”...y también: 
“ánimo, falta poco” o “estoy aquí aún, no me he ido”. 

En un sólo instante pasó de la constatación repentina y agobiante de su 
propio agotamiento a la no menos intensa sensación de comprender el 
significado, mágico y terrible a la vez, de la palabra esperanza. 

Recordó “Las Grandes Esperanzas" de Dickens. Y pensó que el escritor era 
un profeta que había registrado, doscientos años atrás, el espíritu de este 
momento suyo, disfrazando lo que había percibido con el ambiente y los 
personajes de su época. La droga despertaba dormidas y ocultas hormonas. 
Algo dentro de ella parecía crecer e inundarla como una marea oscura; tan 
pronto tibia y placentera como fría y temible. Comenzó a percatarse del 
latido de cada célula de su cuerpo, ese acompañante dócil y silencioso de su 
alma que ahora parecía tener voluntad propia, una voluntad tan poderosa e 
incontrolable que si se desatara del todo la arrastraría a insospechados 
extremos de emoción. 

Era como un incendio. Que sólo cuando avanza y empieza a devorar toda 
el bosque nos recuerda el inocente y olvidado gesto con el que arrojamos 
imprudentemente la colilla. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Entró al baño con un fuerte mareo. Cerró con llave y contempló su palidez 
en el espejo vertical. Con desesperación, sus dedos desataron las dos 
delgadas tiras que sostenían el vestido a sus hombros. 

Cuando cayó alrededor de sus tobillos como un charco irregular. Angela 
escuchó la voz de la niña y supo que aquel era un gesto que no repetía 
desde sus doce años. 

Observó sus muslos, su vientre, sus pechos, su cuello, y en un torrente 
confuso vio pasar ante sus ojos un paisaje que había dejado correr sin 
prestarle atención desde un asiento de tren y que ahora cobraba sentido. 
Como una palabra extranjera que se ha oído cien veces pero que sólo revela 
su sentido cuando aparece en un letrero junto a la imagen de lo que 
representa. ...miradas, palabras en voz baja, gestos equívocos, cartas 
arrojadas en su papelera de la residencia de estudiantes. 

Nombres: Horacio Luna; Demet; Thompson... Pero también cientos de 
otros. Camareros, chóferes, pasajeros de avión, desconocidos peatones que 
se daban vuelta a su paso. 

Y luego, después de la interminable cinta del paisaje, el anuncio con el 
nombre de la ciudad donde el tren se detendría finalmente. El rostro serio y 
el pelo rubio muy corto...los labios finos y los dedos largos y delgados, 
pulcros como los de un médico. 

Los golpes en la puerta la regresaron al presente. 

¿Se siente bien, Señorita? — Era la voz ruda y gorda de Bob. 

Sólo está enamorada- sentenció la camarera desde su rincón, si apartar 
la vista del pincelito con que se retocaba las uñas. 


12 

UN ANUNCIO 


Gabriel se mordió la uña del meñique. Su posición era inmejorable -pensó- 
pero ¿cómo saber qué música tocaba ella si él mismo se había encerrado en 
la cabina del estudio con todas las entradas cerradas? Abrirlos. Sí, ya lo sé. 
Pero ¿Quién le pone el cascabel al gato? 

Su dedo meñique parecía ya un delgadísimo astronauta con la ventanilla de 
su casco en franca desproporción con su altura. 

“¿Y por qué no?”. Había tenido una idea. “Es un recurso de mala literatura, 
pero también lo es el refrán que otorga al amor la misma ausencia de 
pruritos que a la guerra”. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Cogió el bolígrafo y escribió unas palabras sobre la pequeña hoja. Luego la 
metió en el sobre y la cerró. 

“22 de septiembre” 

“Por favor confirmemos coordenadas de Hora Cero 

“Utilice avisos personales del Sacramento Herald “Titule: Dama de 

corazones a Bateleur”. 


11 

COSMOS 

Tío, ¿es verdad lo que dijo el señor? 

-¿Qué cosa? 

-Que las estrellas están de adorno. 

Gabriel había aprovechado la tregua del par de días festivos durante los 
cuales el negocio de Bob permanecería cerrado, para viajar a San Francisco 
a ver a su sobrina Melissa, de nueve años. Era la única integrante del sexo 
opuesto con quien había podido entenderse hasta ahora. Salían de una 
sesión en el planetarium. 

-Creo que lo que dijo el señor es que la palabra “Cosmos”, en griego, 
significa adorno ¿No? 

¡Bueno! ¿Cuál es la diferencia? 

Que los griegos lo llamaran “adorno” no quiere decir que pensemos 
que es sólo un adorno. 

Y si no es un adorno, ¿qué es? 

No te entiendo. 

Melissa lo miró como una madre a su hijo, pescado en un conato de 
travesura. 

Claro que entiendes... te estoy haciendo una pregunta directa. ¿Para 
qué sirve el cosmos, o como se llame; o sea, las estrellas, los planetas...? 

Gabriel caminó un trecho por el parque dedicado exclusivamente a devorar 
su pop corn. Cuando halló una buena sombra bajo un tranquilo árbol se 
detuvo, se sentó y se propuso intentar una respuesta. 

Melissa no lo perdía de vista. “Si uno no los vigila, se escurren”, parecía 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


decirse con toda la conciencia de la superioridad que su corta edad le 
confería sobre el adulto. 

Gabriel tragó la última palomita de maíz y dijo: 

-Vamos a ver... Tú dices que tiene que servir para algo, ¿eh? 

-Evidente. -Melissa había estado leyendo a Sherlock Holmes y le encantaba 
su estilo de respuesta-. Si no había utilizado “elemental”, eras porque su 
origen hubiera resultado para Gabriel, que le había regalado el libro, 
demasiado.. .evidente. 

-Todo tiene una utilidad, -completó-, y sus gráciles bracitos hicieron un 
gesto que parecía abarcar la creación entera. 

-Supongo que sí.. .Aunque hay muchas cosas cuya utilidad no conozco, por 
ejemplo... 

Gabriel había pensado automáticamente en las mujeres. Pero comprendió 
que estaría completamente fuera de lugar mencionarlo. 

-¿Por ejemplo? -Melisa era ahora la maestra impaciente que espera una 
respuesta muy sencilla de un alumno algo holgazán. 

-Bueno...-Gabriel levantó la vista como buscando un tema para un juego 
de adivinanzas.- ¡Las nubes! ¿Para qué sirve una nube? 

La niña miró a su tío sin ocultar su decepción. Sherlock Holmes nunca 
habría mirado a Watson con un desprecio tan franco. Para su tranquilidad, 
Gabriel rectificó inmediatamente. 

-Sí, reconozco que es un mal ejemplo. Las nubes sirven para regar las 
plantitas ¿no? 

-¿Te parece poco? 

Gabriel intentó descubrir la profundidad de su propio argumento. Entonces 
su mente pareció iluminarse al fin. 

-Y el sol - dijo jugando él ahora al profesor- sirve para calentar el mar para 
que se produzcan las nubes. Y como el cosmos está hecho de soles, ya 
tienes la respuesta. 

Lo que en realidad parecía -pensó Melissa- era el mismo alumno holgazán 
que (más vale tarde que nunca) había encontrado la respuesta espiando en el 
libro en una distracción de la maestra. Sólo que había leído la respuesta a 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


otra pregunta. 

Pero los buenos profesores sacan provecho hasta de las trampas de sus 
discípulos. Miró a su tío con todo el cariño que le tenía y esperó que éste 
completara la explicación. 

... Bien...- Continuó él- como el sistema solar es muy joven (apenas unos 
cuantos cientos de millones de años) se está... cómo diríamos...formando 
como un niño. Y primero tiene que terminar de formarse una parte para 
luego formarse otra, ¿me explico? Es como un bebé en la barriga de su 
mamá, ¿ves? 

Melissa lo observaba atónita. 

-Así que cuando todos los sistemas solares hayan llegado a cierto...grado 
de evolución, comenzará a formarse la vida en otros planetas de otros 
soles...en las estrellas, quiero decir, ¿ok? 

Su sobrina se le tiró al cuello y lo cubrió de besos. Siempre había dicho que 
su tío no podía ser un alumno tan tonto como parecía. “Hay que tomar en 
cuenta la edad”, pensó. 


10 

LA CITA 

Gabriel se atragantó con el pedazo de pizza cuando descubrió el anuncio 
entre cientos de otros mensajes en la hoja del periódico que tenía abierto 
ante él sobre la mesa de un fast food de las afueras. Barrió las migas y leyó: 

“Reina de corazones a Bateleur 
“Dudas. Sugiero encuentro inmediato” 

Angie 

Pasó el trozo con un largo trago de gaseosa. Dobló el periódico, encendió el 
cigarrillo y se quedó un rato mirando a la gente que hacía la cola frente al 
mostrador. Era mediodía. 

¿Y ahora? Sintió de pronto que estaba peligrosamente cerca de perder el 
hilo del juego. “Demasiado cálculo”, se dijo. “Esto empieza a parecerse más 
a una novela de ciencia ficción que a una historia de amor”. 

Como hacía siempre en esos casos, se miró las manos e intentó formular 
sus confusos sentimientos en el lenguaje que mejor dominaba. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


“No se puede interpretar, componer y dirigir la orquesta al mismo tiempo”, 
concluyó. 

Entonces tuvo otra idea. 

9 

MÚSICA 

La negra y redonda cara de Jim Washington lo miró desde la mesa del 
rincón. Sus ojos se hincharon como los de una res que siente sobre su anca 
la mordedura hirviente de la marca. 

El cuerpo de la mulata que jugueteaba con los nudillos de la mano del negro 
cambió su posición en la silla para poder apreciar con comodidad el aspecto 
de la aparición. -¡Por Cristo resucitado!- vociferó Jim con la dulce y 
sincopada cadencia de su aristocrático inglés de Harlem- ¡Dime que no has 
venido por mi alma! ¿Qué? ¿No hay ya bastantes negros en el purgatorio? 

Gabriel mezcló en su expresión un poco de Bela Lugosi en Drácula con 
algo de Humphrey Bogart en el Halcón Maltés, e imitando el contoneo 
gracioso de un bailarín de break dance se acercó mientras decía: 

-Nos falta un buen saxo para las misas de difuntos. 

Los dos hombres se abrazaron mientras la mulata aprovechaba para 
empolvarse un poco la nariz. 

Al poco rato, Gabriel, sentado al piano, cambiaba las primeras frases 
musicales con el noble y viejo teclado, que todavía recordaba historias de 
los tiempos en que Oscar Peterson lo había tenido sobre sus rodillas. 

Jim Washington desenfundó un dorado saxo tenor y sopló un aire con el 
que John Coltrane había tenido, una vez, un intenso amorío. 

Los dedos ágiles de Gabriel recorrieron filigranas de dulces colores con el 
desparpajo atrevido pero lleno de ternura que había ganado para su dueño 
el apodo de 

“Bateleur”, el Mago del tarot; concedido una noche en New Orleans por la 
papisa de las cantantes de blues. 

Tom Morrison, que llegaba por una vez temprano a su trabajo, y sobrio 
además, contempló la escena con su alargada y sombría estampa, 
sosteniendo el pesado estuche de su contrabajo. Se dirigió al barman, que 
escuchaba embobado con los codos sobre el mostrador, y dijo: 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


-Digan lo que digan, el buen oro no se oxida. 

Y se acercó como una sombra para completar el trío. 

Como le sucedía a Ángela con Stendhal, cuando el tren de las melodías de 
Gabriel arrancaba y comenzaba a correr entre las colinas sobre sus brillantes 
rieles, éste podía levantarse de su asiento y caminar por los bamboleantes 
vagones para estirar las piernas o ubicar a la pasajera encantadora que había 
perdido de vista en el andén... O perseguir un sueño. 

Y cuando hacía esto, el tren silbaba y parecía correr más rápido, de puro 
contento. 

Entonces el paisaje se iluminaba y los pasajeros veían los árboles y los 
caseríos que pasaban corriendo frente a los inmóviles vagones y dejaban 
caer una sonrisa, una palabra o un color como las flores que se hacen llover 
sobre los recién casados. 

Y el tiempo era un juguete de los niños que con la nariz aplastada contra las 
ventanillas contaban los postes que no se cansaban de pasar, igual que tiesos 
soldaditos que se vuelven estatuas cuando el sargento los mira. O como 
caballitos de carrusel que fingen ser los mismos en cada vuelta. 

Y el espacio era un lugar para fumar una pipa, o escribir una carta o leer una 
novelita comprada en la estación. 

Y escuchar los cuentos del pasajero sentado en el asiento trasero, sobre 
personas que vivían en un mundo fantástico, donde los lugares conservaban 
siempre la misma forma y el mismo nombre: París, Roma, Estambul... 

Como si fueran completamente ajenos al paso de los trenes. 

Porque hay dos mundos. Uno que pasa y otro que se queda. Y un lugar 
secreto donde se encuentran, que sólo conocen los enamorados. 


Los aplausos parecían una lluvia tropical. El lugar estaba ahora lleno de 
gente y de humo. Sin que nadie supiera cómo, se había corrido la voz en el 
barrio de que el trío que años atrás alguien había bautizado “Oro incienso y 
mirra” y que los habituales del bar llamaban más familiarmente “Los tres 
reyes magos”, se había vuelto a juntar. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Gabriel salió de su ensueño cuando la linda sonrisa de la mulata de Jim hizo 
tintinear frente a él el vaso de gaseosa con hielo, la legendaria bebida de 
Gabriel. El reflector sacaba destellos dorados de los cubos de hielo 
sumergidos en el líquido. El pianista vació de un trago el contenido y 
pareció recordar algo importante. 

Recorrió la escala de Re mayor y se levantó de la banqueta para alcanzar el 
micrófono del vocalista. 

-Esta es una muy vieja -dijo- de nuestro recordado colega J.S. Bach, alias “el 
alemán”; un blues titulado “Angie”. 

Y se zambulló en un solo con los doce primeros compases de una pieza del 
Clave Bien Temperado. 

Cuando le entregó la melodía al saxo con un gesto en la cabeza que decía: 
“Ahí lo tiene, haz lo que puedas”, su mirada se cruzó por primera vez con 
la mujer que lo miraba con los ojos llenos de las primeras lágrimas 
auténticas de su vida. 

Era Ángela Lynn. 

La fortuna sonreía por segunda vez...Pero ahora él estaba despierto. “Valió 
la pena esperar”, fue todo lo que acertó a pensar, pasado el susto inicial. 

Luego sintió el frío del hielo en su estómago y recordó que no había 
comido nada desde el día anterior, y que en el avión tampoco había 
dormido, y muchas otras cosas juntas, entre ellas la cara de un viejo médico 
que arrugaba el ceño con un análisis de sangre en la mano. 

Y se desplomó estrepitosamente. 


8 . 

LA BANDA 

-¿Dónde estoy? —Las paredes blancas le recordaban a su cuarto en el 
internado. -El viejo presente. ¿Recuerdas?, - la ronca voz de Jim venía de 
algún lugar fuera de su campo visual, que sólo abarcaba el cielo raso y sus 
aledaños-. Parece que no te daban de comer en el purgatorio, ¿eh? 

Gabriel recordó todo en un instante. 

-¿Y... ella? 

Comprobó que bastaba mover un poco el suelo para que el negro entrara 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


en el cuadro. 

-¡Ah! ¿La conoces? Pensé que era un agente de impuestos controlando tus 
entradas ilegales. Aunque yo, con ese cuerpo, hubiera encontrado un mejor 
empleo. Dime, blanquito, ¿qué te ven las chicas? 

Ahora Jim examinaba la pálida y demacrada cara de Gabriel con ojos 
atentos, diciéndose que el ideal de belleza del hombre blanco era tan 
absurdo como todas sus otras invenciones. 

-¿Qué le dijiste? 

-No me mires a mí. Me conoces. Soy una tumba. Pero, ya sabes, allí estaban 
todos los viejos amigos, y cada uno quería presumir de conocerte mejor que 
tu madre. Cualquiera un poco inteligente hubiera averiguado lo que le diera 
la gana, y la chica no parece tonta; y eso que es rubia natural. 

-¿Se fue? 

-No creo que se haya quedado a dormir en una silla, por mucho que se 
interese en ti. Además, no parece que le falte pasta...En serio Gabriel: eres 
flaco, pobre y blanco... ¿Qué les das a las mujeres? ¿Moscas? 

-Ojalá supiera qué darle a ésta. 

-Yo no me preocuparía mucho. Si no es del FBI, creo que lo arreglará con 
una cena y un cuento más fácil de creer. ¿Qué le dijiste? ¿Qué eras la 
reencarnación de Duke Ellington? ¿O acaso la dejaste esperando en el altar? 
Siempre he querido decirte que las cosas tienen un límite. Eres un buen 
amigo y un buen pianista; de los mejores, y no me gusta oír por ahí que 
siempre estás metido en un lío, y que eres esto y aquello... 

-¿Crees que volverá? 

-¡Bah! Mi padre decía: “Si es tuya vuelve, Jim. Y si no, hay millones más. 
Toda mercancía tiene su clientela”. 

Gabe callaba. Jim se dijo que a los enfermos hay que animarlos. 

- Hablando de clientela, Gabe. Shapiro me mandó a decirte que ya que estás 
en San Francisco, podríamos hablar de un contrato. Para mí que lo de 
anoche lo impresionó; hacía tiempo que el negocio no se llenaba. Hasta 
habló de traer un par de amigos de las disqueras. Por ahí dicen que lo bueno 
se va a poner de moda. Yo no lo creo, pero me digo: que ellos se lo crean es 
lo que importa, lo demás viene sólo. Así es como ha sucedido siempre, ¿no? 

Gabriel no respondía. Miraba un punto en la pared como si esperara que, 
por la sola fuerza de su mente, se abriría un boquete en aquel lugar y 
empezarían a brotar sardinas. 

-¡Vamos muchacho! Recuerda la canción: “Si ella no se va, el blues no 
suena”. ¿Qué dices del contrato? 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Y simuló estar leyendo en una gran marquesina iluminada: 

- “Oro incienso y mirra en concierto. Única presentación en Frisco.” 

Luego calló, pensativo. Nunca había sabido si él era el incienso o la mirra. 
-¿Cómo es la mirra, Gabe? 

-Parecida a la mirra, casi idéntica, pero habla más que un político jubilado. 
Anda, alcánzame los pantalones y vamos a tocar, que es lo único que 
sabemos hacer. 

7 

LUCES, CÁMARA... 

Ángela pensó que si ella lo había esperado como una tonta una larga 
semana, él bien podía esperar dos. Y se encerró en su apartamento de 
Gramercy Park a ver televisión y comer patatas fritas. 

A todas éstas, el proyecto continuaba viento en popa hacia la hora cero, 
para la que faltaban pocos días. Sin que nadie se atreviese a preguntar qué 
pasaría exactamente cuando ésta llegase. 

- ¿Para qué tenemos un Presidente? Y un capitán -Decía Demet aludiendo a 
Colony, al que nadie llamaba de otra manera que “Almirante”, haciendo 
referencia a Colón. El viejo había regresado a la isla y se ocupaba de los 
“preparativos”, transmitiendo de vez en cuando lacónicos mensajes por e- 
mail que Demet distribuía a los equipos respectivos. 

Luna, Ozoki y Quintero, con un séquito de ingenieros, casi todos japoneses, 
se trasladaron al monasterio para dirigir la instalación de los cristales en el 
islote. 

Los turistas observaron estupefactos las maniobras de los helicópteros y las 
barcazas y vieron subir y bajar por la carretera los jeeps conducidos por 
hombres de uniforme que recordaban escenas de “La guerra de las galaxias” 
y que transportaban cajas sobre las que había que letreros en varios idiomas 
que rezaban: 

“Material científico. No tocar” 

Richards no había encontrado otra idea, después de mucho darle vuelta a la 
cabeza, que la primera que había tenido cuando Colony le expuso lo que 
necesitaba. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Por eso, y primero que nada, habían llegado los camiones verdes que 
ostentaban el emblema de “Peace Films Inc.”, productora canadiense cuyas 
acciones de bolsa había encontrado el corredor de Murch en un archivo de 
olvidadas bicocas que dormían en espera de tiempos mejores. 

A falta de personal técnico, Demet, a solicitud de Richards, (y 
aprovechando la breve estancia de “Isabel la Católica” -pseudónimo 
también definitivo-, en el campamento) había obtenido de ella una tarjeta 
de visita doblada y amarilla y había contratado de urgencia a un grupo de 
veteranos ociosos que recibían órdenes de un viejo de mirada socarrona a 
quien llamaban “Director” con exagerado respeto, no se sabía si por sus 
méritos o por miedo a sus arranques. 

Y era él, un tal Will Foreman, quien impartía instrucciones con un altavoz 
desde una silla plegable enterrada en la arena de la playa, rodeado de 
chiquillos que le hacían preguntas. 

-Acepté porque es una película de una sola localización-, decía entre uno y 
otro grito. -Y un reparto compuesto íntegramente por extras, aclaraba el 
director de fotografía desde el “travelling” que Richards había alquilado en 
una empresa de embargos en la ciudad más cercana. 

Se construyó una estructura parecida a una torre petrolera en el altiplano del 
islote mayor y encima se colocó una enorme piedra transparente que todos 
llamaban “el cristal”, porque los niños habían explicado a los adultos que 
querían oírles que en las películas del futuro siempre hay un cristal que, 
atravesado por un rayo láser, permite la entrada de las naves en el 
hiperespacio. 

Luego se cubrió la torreta con una enorme lona gris, como una escultura 
que no ha sido todavía inaugurada, y todos comprendieron que sería 
develada cuando llegara la “hora cero”, que era el título escrito en tiza en las 
claquetas de rodaje. 

Cuando se comprobó que los rumores de que George Clooney y Madonna 
- la lista era casi interminable- no se presentarían, porque el rodaje había 
comenzado ya y en ningún hotel de las cercanías había reservaciones a 
dichos nombres, -aparte de que los pocos periodistas que se habían atrevido 
a cruzar el inextricable enredo de autos, camiones, vendedores ambulantes y 
trípodes- eran de diarios locales - la gente comenzó a desentenderse y a 
comentar que era sin duda una coproducción hispano canadiense como 
tantas y que en pocas semanas podrían verla con comodidad sentados en 
sus casas frente al televisor. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Sólo fueron quedando algunas jovencitas rezagadas que reían en pequeños 
grupos cuando los hombres de Pollack les lanzaban besitos soplando sobre 
la palma de sus manos. 

Pero hubo muchos comerciantes y propietarios del lugar que se creyeron en 
derecho de presentar sus protestas al alcalde, por haber estropeado de 
aquella manera el verano sin siquiera informales. 

Sólo que el alcalde estaba disfrutando de unas merecidas vacaciones en Río 
de Janeiro. 


6 

PAPELES 

Quién brillaba por su ausencia, era Murch. 

Cuando colgó el teléfono por el que Gabriel le anunciaba que viajaría a New 
York siguiendo una pista, recordó la llamada de una hora antes en la que 
Ángela le informaba que pasaría por la ciudad para tomarse un descanso 
antes de que se iniciara la última fase, pero que no lo visitaría porque estaría 
atareada. Se dijo que él sabía qué clase de “pista” y de “descanso” eran 
aquellos y sonrió satisfecho. 

Llamó a Demet y le dijo que quedaba a cargo y que no se verían por algún 
tiempo. 

Enseguida hizo que ubicaran a su abogado y le ordenaran venir 
inmediatamente. 

Cuando llegó, ya Murch tenía ya un buen rato en pijama. Se puso una bata 
ligera y salió para atenderlo en la biblioteca. 

-Saca tus instrumentos -dijo-. He decidido morirme y quiero hacer 
testamento. 

El abogado pasó por alto el augurio fúnebre y retuvo solamente la idea de la 
cifra a que podían ascender sus honorarios. 

Sacó un dictáfono de baterías, oprimió “Play” y comenzó con su voz nasal 
y entrecortada: 

-Yo, Aloysius Murch, en pleno uso de mis facultades, etc., etc., dispongo, 
dos puntos... 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


5 

ALTAS ESFERAS 

-¿En qué juego andas metido, Al? 

La voz del ministro a través de la línea telefónica no se parecía en nada a la 
que usaba en las partidas de poker a las que Murch asistía por tedio más que 
por otra cosa, ya que perdía invariablemente. En esas ocasiones, Peter era 
cortés y hasta simpático. 

-Dime antes de que abra el informe que me han enviado los muchachos. 

Al comprendió que no se refería precisamente a los compañeros de juego. 
-¿De qué hablas, Pete? 

Era su tono más neutro. 

Esto no es juego, Al... -era una advertencia seca-. 

Espero que no lo sea, no es el día ni la hora... 

Era un poco más de las dos de la mañana. 

En las presentes circunstancias, casi preferiría que lo fuera, Al. 

El “casi” estaba de sobra, pensó Murch. 

-¿Y cuáles son esas circunstancias, Pete? 

Esto era menos neutro. Indicaba preocupación. Tal vez no la suficiente. 

No abuses de mi paciencia, Al... 

Segunda advertencia, contó Murch. La tercera será ya amenaza. 

Siguió escuchando. 

-¿Por quién me tomas? ¿Crees que te llamaría a estas horas si no tuviera 
información? 

Murch se preguntó cuántas veces habría leído el informe que él aún no 
había abierto. 

-Si sigues hablándome con acertijos, prefiero consultar al I Ching. 

“Neutro y despreocupado. Buena táctica.” pensó. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


-¡Qué acertijos ni qué demonios! Te estoy hablando del fulano “Proyecto- 
no-sé-qué”. 

Sabes muy bien de qué hablo. 

Murch se felicitó por haber evitado adrede todo título. 

-Tengo cientos de proyectos, Bob. ¡Proyecto-no-sé-qué...! ¿Ese es el 
lenguaje técnico que utilizan ahora los “muchachos”? Demasiado fuerte. 

Del otro lado de la línea parecía oírse el tic-tac de una bomba de tiempo. 
Pero era en realidad la respiración entrecortada del ministro. 

-¡Al diablo con el nombre del restaurante! ¿Quieres que te lea el menú? 
¿Qué te parece como entrada el soborno de un ministro en un país de la 
región? Sin que hablemos de alcaldes, frailes y no sé cuántas otras cosas, 
¿hablo claro ahora? -Sí y no. Murch hizo una larga pausa para encender un 
cigarrillo-. Sí porque ahora creo saber por fin a qué proyecto te refieres... - 
otra pausa para buscar el cenicero-, Y no, porque creo que te dan gato por 
liebre en ese restaurante tuyo. Mira que llamar soborno a unas simples 
donaciones de simpatía con motivo de... Bueno, ya no me acuerdo del 
motivo, pero es algún aniversario importante. Le preguntaré a Demet si 
quieres. 

No me meto en tu trabajo, Pete. Tú eres el ministro y yo el 
empresario, ¿recuerdas? Sé que es tarde y que has trabajado todo el día, 
pero ¡Despierta! ¡Es una colonia de niños huérfanos dirigida por un 
venerable sacerdote! ... o hermano...no sé bien cómo los llaman. 

No tan venerable. En Roma no dicen nada de él. Conversé con un 
cardenal, no recuerdo su nombre, Spaghetti o algo así. Actúa por su cuenta 
y anda con una mujer de Hollywood, y no sé qué más... 

-Yo te lo diré, Pete. - Esta vez el tono era seco y serio.- Anda con mi 
sobrina, que podría estar provocando escándalos con los más sobrios de tus 
políticos y que en cambio está entregando su juventud por esos niños 
abandonados... Y no me digas que te has vuelto más papista que el Papa 
¡Vamos! 

“Por su cuenta” no es ninguna acusación. Tú también actúas por tu cuenta. 
-No exageres, Al. A la chica le gusta el jazz y el jaleo...tiene unos amiguitos 
en San Francisco. “Los reyes magos” o algo así. 

-¿Sí? Y Santa Claus... ¿No aparece también en el informe? Espero que haya 
llegado a los postres, Bob, porque la comida es pesada y si no me das un 
café, me quedo dormido. 

Hubo un largo silencio. 

-Espero que me estés diciendo la verdad, Al. Quiero creerte porque eres 
buen amigo y... y sé que no eres bueno para mentir. Pero la próxima vez, 
avísame. ¿Qué cuesta una llamada? 

-Veinticinco centavos. Más de lo que vale el informe de tus muchachos. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Pero sí, te garantizo que en la próxima película los recomendaré como 
asistentes del libretista. 

-Sabes a qué me refiero... 

-Sí, ya sé. El próximo miércoles. ¿No? 

-No hay manera de hablar en serio contigo. 

-Pero pago mis fichas, ¿No? 

-Claro que sí, muchacho. Vete a dormir y discúlpame. Tengo demasiadas 
cosas en la cabeza. 

-Y muchos tontos a tu servicio. 

-Tal vez, tal vez. Hablaremos de eso el miércoles. 

-Buenas noches. 

-Adiós. 

Murch respiró, “desafortunado en el juego, feliz en el amor”, sentenció 
para sí. 


4 

STAR TREK 
-¿Lo dices en serio?- 

Art miraba a Angela como si estuviera hablando con su sobrina acerca del 
último capítulo de la saga de Star Trek. Su sobrina era aficionada a la 
historia y tomaba todo al pie de la letra. 

Angela fijó en él la mirada más severa de que era capaz. Pero enseguida se 
enterneció. Haberlo sometido a aquella espera y “raptarlo” sin previo aviso 
ni tiempo de siquiera hacer una maleta había sido bastante fuerte. Merecía 
clemencia ahora. 

Iba a responderle cuando sonó su teléfono móvil. 

-...Sí, muy bien. ¿Todos están allí? Perfecto... ¿Y qué se sabe del 
presidente?...Nada ¿eh?... Me alegra eso, dale saludos a Willy entonces... Sí, 
de eso me ocupo yo... Sí, voy en camino... Bien... Saludos a todos, 
especialmente a Marisa. Sí, ok. Adiós Frank. 

Después del “clic”, retomó la idea que la llamada había interrumpido. 
Intentó retomar también el gesto adusto, pero ya era muy tarde. 

Claro que hablo en serio- dijo - Demet me acaba de confirmar que ya 
todos han llegado a la isla. En Machurupuy han quedado sólo Pollack y los 
suyos, con todo arreglado para apretar el botón. 

Estaban sentados en uno de los jets privados de la Fundación Murch, 
esperando que la torre de control diera instrucciones de despegue al capitán. 
Entonces la “hora cero” es sólo una prueba. Yo creía que era el inicio 



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del Apocalipsis. -Gabriel se preguntó por qué las afeitadoras de las mujeres 
no servían para rasurarse. 

-Es el primer “viaje” tripulado. LTn mono, un perro y una vaca. Además de 
equipo de medición, claro está. 

-Y la vaca, ¿por qué? 

-Sugerencia de la astróloga. ¿Sabías que los animales tienen signo? 

-¡Oh! -se limitó a soltar Gabriel. Él mismo no sabía si por su asombro o 
porque había sentido la vibración que anunciaba que las turbinas estaban 
arrancando. 

Mientras despegaban, él terminó de contar los detalles de la conspiración. 

-Y el viejo dijo: - Ponía los brazos en jarras en inflaba las mejillas, igual que 
el padrino de Brando- “¡Tienes tres ases, muchacho!”. 

-Así que yo era el jackpot...la apuesta, ¿eh? 

Ambos se desternillaban de la risa sosteniéndose uno en el otro para no 
caerse y secándose las lágrimas con besos. 

3 

UTOPÍA 

Matthew Robinson admiraba las pecas de la espalda de Marisa con interés 
puramente estético mientras se preguntaba si las figuras que formaban 
serían la de alguna constelación celeste. 

Ambos tomaban el sol sobre la fina arena blanca de la playa occidental de 
la isla. Al parecer, eran los únicos que habían concluido su trabajo. 

-¿Cómo se recompone el mundo en el “otro mundo”?-, preguntó ella, que 
seguía con la mirada la lenta evolución de un cúmulo-nimbo que flotaba 
sobre el horizonte. Mathew tardó un buen rato en cambiar sus reflexiones 
anatómicas por las más abstractas que exigía la pregunta. 

-Nos llevamos un catálogo bastante completo, y las muestras más útiles: la 
aspirina, la imprenta, la tecnología audiovisual y algunas cosas más. 

-Y qué hay de la industria. 

El don de la materialización reduce su necesidad en un 90%. 

-¿Tanto así? 

-Tanto así. Hace un rato, los niños materializaron delante de Hoffman y los 
suyos — que aún se resisten a creerlo- un litro de agua perfectamente pura y 
potable. 

-Creía que hasta ahora sólo se trataba de imágenes. 

-Sí. Cuando no existen en los alrededores los elementos correspondientes. 
Pero cuando eso es así, los “ladrillos” encajan en su lugar y la imagen se 
hace corpórea y perfectamente estable. Como pasar de los planos al edificio 
construido. Para eso las maquetas de Bruno Thompson, sólo que no se 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


necesitan albañiles; podemos levantar una catedral en minutos la Torre 
Eiffel en un poco más de tiempo, por la instalación eléctrica, la plomería y 
esos detalles. 

Pero se necesitaría que los niños fueran ingenieros, plomeros y todo 
eso, ¿no? 

-Tanto como una semilla necesita haber estudiado botánica para producir 
eucalipto. Todo se reduce a “replicar” la estructura cromosomática y 
desarrollar el proceso en cámara rápida. 

-Pero un edificio no tiene estructura cromosomática... ¿O sí? 

-No sé de qué otra manera llamaríamos a los planos. Salvo que hasta ahora 
las “células” actuantes han sido obreros algo ineficaces por la paga, los 
sindicatos, etc., etc. 

-Es como reemplazar el trabajo manual por la maquinaria, sólo que a un 
nivel aún superior, ¿no? 

-Exacto. 

El cúmulo-nimbo había terminado por desmadejarse contra el fuerte viento 
de las alturas, igual que un algodón de azúcar frente a un ventilador. 

Marisa recordó, por otra parte, que la capa de bronceador debía haberse 
consumido ya bajo el ardiente sol. 

-¿Qué tal un refresco?, -preguntó mientras sacudía la arena de sus piernas. 

-A mí me vendría bien una limonada. 

-A por ellos entonces —sonrió Marisa. 

Y se internaron entre los cocoteros como el par de fraternales y abstractos 
acuarianos que eran. 


2 

ENERGÍA Y MATERIA 


-Hay algo que aun no entiendo -dijo Marisa, ya sentada a la sombra delante 
de un vaso largo de agua de coco con hielo-. Esa estructura molecular, ese 
diseño o como quiera llamársele, no está indicado en los planos de un 
arquitecto, ni en los de un ingeniero, ni se deduce de fotos o videos, ¿me 
equivoco? 

-Es verdad. Hace falta la presencia de los cinco sentidos para que el diseño 
se “defina” en la intuición del materializador, o replicador. Y no todo es tan 
sencillo de definir como H20, que es la prueba más elemental. Pero allí es 



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donde recurrimos al arma de eficacia absoluta: el lenguaje. 

-¿Quieres decir palabras? 

Mathew asintió meneando su limonada. 

-Pero en el caso de la catedral; decir “piedra de sillería” no sirve de nada 
para quien nunca ha visto la sustancia, ¿verdad? 

-Esas palabras contienen muchas más cosas de las que imaginamos. Pero 
hay otros lenguajes de apoyo, si hiciera falta. 

Marisa había cambiado su nube por la cruz que sobresalía por encima de la 
rocosa ladera de lo que, se imaginó, era un cráter volcánico apagado hacía 
milenios. 

-¿Como cuáles? 

-El más a la mano es la música. Si todo tiene su “logos” y su número, todo 
tiene también su melodía. De hecho es la música la que más fácilmente 
capta el diseño interior de las cosas. Tal vez por eso Beethoven decía que la 
música nunca era descriptiva, si era buena. Aunque habría que ver qué 
produciría una replicación de la Pastoral, y no hablo precisamente de Walt 
Disney y “Fantasía”, si entiendes lo que quiero decir. 

Creo que sí. 

Mathew sorbió lo que quedaba de su trago mientras se decía que esa frase 
de Marisa era lo más cercano a un asentimiento enfático que nadie nunca 
podría sacarle. 

En eso hizo aparición Frank Demet. Venía agitado y acalorado. Se sirvió 
algo y lo bebió de un trago. Le dio un beso a Marisa y un guiño a Mathew y 
se dispuso a reanudar su carrera. 

Los últimos momentos siempre son así —se excusó; eufórico y 
orgulloso. 

Parecía un director de escena a pocos minutos de la subida del telón, el día 
del estreno. La desaparición de Murch era el mejor regalo que había 
recibido en su vida. - Róbale un minuto al tiempo —dijo Marisa sin mover 
más que los músculos estrictamente indispensables para emitir el sonido. 
Estaba tan tranquila que parecía bajo los efectos de un poderoso sedante - 
“Tempus fugit”, pero es inútil correr tras él, ¿no? 

Con la última palabra se había dignado ofrecerle una sonrisa ultraterrena. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Demet se relajó. Esa mujer tenía algo que resonaba en alguna parte de él y 
disipaba como por arte de magia su ansiedad natural... o artificial, o lo que 
fuera. 

Se sirvió otro vaso de zumo de coco y dirigió la mirada donde ella la había 
depositado hacía rato, como una sólida ancla. 

La gruta de la capilla era el mayor hervidero. 

Japoneses que entraban con sus equipos. Luna que movía los brazos. 
Quinteiro con su densitómetro colgado al cuello... 

Y los niños divirtiéndose como si presenciaran por primera vez al personal 
del circo levantando la carpa. 

Faltaban sólo los elefantes. Pero no lejos de allí, como respondiendo a sus 
reflexiones, Irma, la vaca, mugió sonoramente. 

-Es escalofriante -dijo Matt. 

Frank lo miró. Era la palabra que le faltaba para completar el crucigrama. 

-Por cierto -surgió Marisa del abismo- No sabía que hubiese músicos a 
bordo, Frank. 

Era decirle al director de un musical de Broadway que la orquesta no había 
llegado y que ya todas las butacas estaban vendidas. 

La sangre huyó de su rostro y sólo acertó a tartamudear: 

- Ángela.. .ella me dijo... 

La aludida entraba en escena en ese preciso instante. 

-¿Qué fue lo que te dije, Frank? 

Tras ella, hicieron su aparición los “tres reyes magos”. De la mano del viejo 
Jim venía una nueva invitada: Melissa Gabriel. 

1 . 

MUY CERCA DE ME D IANOCHE 
Cero menos cinco minutos. 

En Machurupuy, todo en calma y sin novedad. 

El monstruo dormido del islote roncaba en silencio. Desde su centro de 
operaciones Pollack repetía instrucciones y pedía confirmación de datos 
sólo por mantener activo al equipo. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Temperatura: normal, dentro de los márgenes previstos. 

Presión: Idem 

Y así una interminable lista de rubros cuyas lecturas arrojaban 
invariablemente: 

“Normal, ok”. 

Pollack, más como pasatiempo que como otra cosa, revisó su cuadro de 
“variables inesperadas probables” y luego otro de improbables. 

Aviones en avería a baja altura: Negativo. 

Confirmación del radar: Negativo. 

Temblores, sismos: Negativo. 

Confirmación del sismógrafo: Negativo. 

En la pantalla discurrieron verticalmente todos los encabezados verdes, sin 
que se registrara en la fila de la derecha ninguna respuesta roja titilante. 
Pollack se dijo que aquello era demasiado normal para su gusto. 

En la isla, ya todos estaban dentro de la capilla. La mayor parte esperaba, 
haciendo comentarios en susurros. 

Frank Demet controlaba la entrada, con un registro en la mano repleto de 
tildes ya revisadas y vueltos a revisar. ‘Ya lo más urgente es esperar”, se 
dijo. 

En eso, un sonido repetitivo, como de máquina, surgió de alguna parte y 
fue creciendo. 

Al principio, nadie lo notó. 

Luego algunos giraron sus miradas hacia los transformadores que 
alimentaban las masas de control. Después, varios comenzaron a mirar al 
techo, y al poco rato todos los imitaron. La pantalla de **** se fue llenando 
de letras rojas intermitentes. Se propagaron a la velocidad de la luz a todos 
los monitores, y en Machurupuy, la pantalla de Pollack parpadeó y 
compuso la frase: “Emergencia, alteración imprevista”. 

Frank salió afuera y corrió a unos veinte pasos de la entrada. 

El sonido era ahora ensordecedor. Lina oscura sombra cubría un sector del 
cielo y se ampliaba, devorando estrellas. 

El tumulto se arremolinó en la puerta, sin atreverse a salir. Miraban a Frank 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


y él a ellos. El silencio de todos era apenas quebrado por susurros 
incomprensibles que eran siempre preguntas sin respuesta. 

Entonces surgió un ¡Oh! , de la masa entera de los que alcanzaban a ver lo 
que sucedía en el exterior. Los demás se alzaron sobre las puntas de los 
pies. Frank Demet retuvo la respiración, helado, preparado para cualquier 
cosa. 

Una deslumbrante fuente de luz proveniente de las alturas formó sobre él 
un blanco círculo, al tiempo que una helada ráfaga de aire despeinaba sus 
cabellos y ponía la piel de gallina de los rostros que se apiñaban a la puerta 
de la capilla, como un congelado beso de ultratumba. 

El círculo de luz se hizo mayor, y la brisa se tornó un fuerte viento. El ruido 
hizo que Frank se llevara las manos a los oídos y cayera de rodillas. Pero a 
pesar de esta precaución, tanto él como todos los demás oyeron el 
estruendo de la voz que venía del cielo. 

-Si no te mueves, Frank, tendremos que aterrizar encima de ti. 

Era la voz de Aloysius Murch, desde su helicóptero. 

La imagen del aparato evolucionaba en las pantallas de los radares gráficos y 
los japoneses observaban impasibles el descenso. 

0000000000000000000 

Cero menos sesenta segundos. 

Ya han pasado el susto, las risas, las protestas y los chistes de Murch. “No 
pensaban que me iba a perder esto, ¿verdad?”. 

Ahora todos están adentro. Rígidos, expectantes. Observando el reloj digital 
colocado en un lugar alto, con sus grandes números verdes moviéndose y 
cambiando. 

Donde antes se alzaba el altar, bajo la gran escultura suspendida en algo que 
se parece a un pesebre insólito, están Mercurio, el Mono, Irma, la vaca y 
Ares, el perro, que ya se ha cansado de ladrar y ahora alarga el cuello hacia 
arriba como aullando en una frecuencia inaudible. Están sujetos y rodeados 
por cámaras, instrumentos de precisión y contadores de múltiples especies. 
Todo cubierto por una cúpula de cristal cuya base abarca, 
aproximadamente, la mancha que el sol produce sobre ese mismo suelo 
cuando está alto. Pero ahora son las doce de la noche, y a pesar de que la 
temperatura es primaveral, todos sienten frío, en el vientre de la roca 
silenciosa y húmeda. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Han cerrado las puertas. 

Cero menos diez segundos. 

Las alarmas de los lectores suenan al unísono con el silbido largo, igual al 
tono de un teléfono antes de discar, que indica condiciones perfectas. La 
voz mecánica de la computadora comienza a dictar el conteo regresivo. 

Nueve. Ocho. Siete. Seis. 

Se aceleran los pulsos. Mercurio presiente algo y se agita. La vaca está 
tranquila. 

Cinco. Cuatro. Tres. 

Ángela y Gabriel se abrazan. Marisa hace otro tanto con Frank. Los niños 
se apretujan unos contra otros. Murch mira a Colony. 

Dos. Uno. 

Todos aguantan la respiración. 

CERO 

El rayo violeta, helado, atraviesa el corazón del cristal sobre la torreta del 
islote, cuando las olas detienen por un infinitesimal instante su asedio, con 
las crestas elevadas como en una plegaria. 

De allí se eleva en un ángulo perfectamente idéntico al previsto. Las 
estrellas observan sin moverse, la luna llena muestra sin pudor su enorme 
rostro. Entonces el rayo abandona casi la atmósfera pero antes, igual que si 
rebotara contra una esfera cóncava invisible, gira, siguiendo al pie de la letra 
la curva diseñada en broma por Kublowsky. 

Y emprende un retorno precipitado hacia el otro extremo del planeta. 
Rebota otra vez, semejante a una furiosa bola de billar que descubriera de 
pronto que está atrapada en la mesa y cae irremediablemente en su 
definitiva caída, que Kublowsky también previo, aunque ya con desgano, y 
Ozoki corrigió con aplicación. 

No ha transcurrido ni un segundo aún. Ahora el rayo enfila sobre el negro 
mar dormido. Una isla perdida y apagada. Una cima. Lina débil luminosidad. 
Un orificio. 

Hiere de muerte al segundo cristal. No, es él quien está herido. Se abre 
como un cordel o un cable de innumerables filamentos. Como una flor 
invertida. Irradia e ilumina una escena con luz enceguecedora. Mil, cien mil 
relámpagos. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Y abarca la cúpula donde los tres animales son ya sólo una mancha blanca 
brillante y confusa que desdibuja sus contornos. 

El cronoscopio gira enloquecido con un silbido y se detiene en seco. 

Y la mancha blanca, contrariando todos los cálculos. Se esparce más allá de 
los límites de la cúpula, en una pleamar más rápida que el tiempo, a la 
capilla entera. Pollack suelta un suspiro y teclea: Operación perfecta. Pero 
su amigo Brewer, el asistente técnico de Don Richards, desde otro lado, es 
decir, desde la isla, no da el “Ok”, de recepción. 

Pollack repite la señal. 

La imagen de la capilla se ha borrado en el monitor. 

-¿Qué te pasa?, -inquiere Pollack-, ¿Te ha tragado la tierra? 

El cronoscopio que descansa en la mesa junto a él ha rodado hasta el borde 
y se estrella en el piso. 

Mecánicamente, sin saber por qué, Pollack mira su reloj. Pero lo que le 
llama la atención no es la hora, que se sabe de memoria, sino la fecha: 12 de 
octubre. Algo le recuerda que es una fecha importante. No había reparado 
en ello. 

MENOS UNO 

Pollack tardó un año en juntar las piezas del rompecabezas para tratar de 
entender lo que había sucedido. 

Cuando confirmó por todos los medios a su alcance que la otra parte del 
equipo había desaparecido irremisiblemente, junto con los niños y todos los 
seres vivos que una vez habían poblado la isla, tomó clara conciencia de que 
había cumplido órdenes sin saber a qué propósito servía su trabajo. 

Durante un tiempo, mientras desmantelaban las instalaciones del 
monasterio y sus llamadas al cuartel general en New York no obtenían 
ninguna respuesta, porque todo el personal de la Corporación se dedicaba 
día y noche a investigar la desaparición del Presidente, su sobrina y sus más 
cercanos colaboradores, pensó que se trataba de una broma pesada que 
alguien le había jugado. 

Poco a poco fue comprendiendo que las innumerables pruebas de que 
aquello había ocurrido realmente contaban por su ausencia y no por su 
presencia. 

Y esa ausencia era evidente, pero sólo para él mismo: no era demostrable 
para nadie más. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


Él sabía, pero su convicción era intransferible. Para los demás, el 
simplemente creía. 

Fue así como se topó sin quererlo con la paradójica esencia de la Fe. 

Y se dio cuenta de que los que se dicen creyentes son muy pocas veces los 
que la tienen, porque la verdadera fe no es una creencia sino una 
convicción. 

Durante meses fue juntando las piezas del rompecabezas que estaban a su 
alcance para entender lo que había sucedido. 

Para la gente de su equipo en el monasterio, lo único claro era que la señal 
se había perdido y que por esa razón la misión había finalizado. 

Era inútil buscar entre ellos a algún confidente a quien explicar lo que 
realmente estaba pasando. Habían sido asignados a una misión y se habían 
limitado a cumplir instrucciones técnicas. 

Después de recoger sus equipos habían regresado casa, como en otras 
muchas ocasiones. 

Cuando viajó a la Isla por su propia cuenta, porque los empleados de la 
fundación no sabían siquiera de su existencia, los habitantes del pueblo 
costero más cercano le dijeron que “Los Locos y los niños “se habían 
marchado “el día de la tormenta”. Nadie sabía cómo, pero eso no 
importaba mucho, porque nadie supo tampoco de qué manera habían 
llegado. 

Tuvo que admitir, y esto le costó más que lo otro, que era el único tesdgo 
de un milagro. 

Y que nadie cree en milagros a menos que se repitan. 

Y que cuando se repiten ya nadie cree tampoco en ellos, porque se vuelven 
algo “normal”. 

Pero no desistió. Siguió buscando. 

Y un día cualquiera apareció en su buzón un sobre con el membrete de la 
Fundación. Una secretaria de New York a la que había llamado cientos de 
veces para que buscara algo que se relacionara con el proyecto (ella insistía 
en que no había tal proyecto, ni existía tal isla, ni tales Colony, Luna, Tahl, 
etc.) le enviaba la fotocopia de un documento que no sabía dónde colocar, 
porque no tenía las referencias de archivo requeridas por el sistema. 

Fue así como llegó a su poder el Informe. 

En el reverso de la última página alguien había escrito a mano un nombre y 
un teléfono. Kublowsky. Le decía algo, pero no sabía qué. 

Fue suficiente teclear el nombre en el motor de búsqueda de su ordenador 
para enterarse de que se trataba del célebre físico. 

Y no fue difícil convencerlo de que lo recibiera; el hombre había quedado a 
la espera de noticias y nunca más se habían comunicado con él, le dijo algo 
molesto. 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


00000000000 

Pasaron horas hablando en el jardín de la casa del científico. Comenzaba el 
otoño y las hojas de todos los posibles tonos entre el amarillo y el sepia 
oscuro adornaban las copas de los árboles del bosque que rodeaba la casa y 
producían la sensación de que un capítulo de la vida terminaba 
apaciblemente. 

Por lo que me dice- concluyó el físico después de tomar notas y 
consultar libros con interés creciente- puede que hayan encontrado la 
fórmula que a mí se me escapó. 

Quiere decir que su negativa rotunda podía estar equivocada. 

El hombre sonrió. 

Un científico que no se equivoque no merece el título- dijo. — La 
equivocación es nuestra principal materia prima, Pollack. Ud. debería 
saberlo. 

¿Y qué piensa que sucedió? 

No lo sé. Pero por lo que usted me relata, es posible (y subraye 
“posible”) que las dos fórmulas — la mía y la de sus amigos- estuvieran 
incorrectas. Juntando ambas, pueden haber encontrado la tercera: el atajo 
que venimos buscando hace cien años. 

-¿El atajo? 

Verá.- Kublowsky cargaba la pipa con cuidado, mientras su cerebro 
buscaba las palabras justas- ...en términos teóricos podemos imaginar al 
menos 10 dimensiones. Subraye “imaginar”. Eso ya es materia de 
divulgación: está en todos los libros de texto. 

Sin embargo, sólo podemos comprehender realmente tres...o cuatro. 
Aunque casi siempre nos contentamos con dos. Lina pregunta...- Pollack lo 
escuchaba con toda la atención de que era capaz. 

-¿Sí? 

¿Cuántas caras tiene una moneda, a su criterio? 

Dos — respondió el ingeniero sin pensar. 

Kublowsky soltó algo de humo y una sonrisa. 

Metió la mano en un bolsillo y sacó una moneda. La colocó en la mesa con 
cuidado, de canto, y fijó su mirada en el rostro de Pollack. 

Ya sé que tiene tres, claro que lo sé -respondió éste algo molesto- todo 
el mundo sabe... 

Todo el mundo sabe - interrumpió el Premio Nobel- Por eso poca 
gente ve. Subraye “ve”. Todo el mundo sabía hasta Copérnico que el Sol 
daba vueltas a la tierra... ¿No? 

Pollack pensó que no merecía aquella clase de principios científicos para 
principiantes, pero pensó también que el anciano era su única esperanza. 
Sonrió como un crío que está haciendo un gran descubrimiento. 

Cuénteme más - dijo. 

Es poco más lo que puedo contarle, querido amigo. Pero... 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


De pronto algo pareció iluminarse en la mirada del profesor. 

“Pasó un ángel”, pensó Pollack después de la larguísima pausa. 

¿Pero...? 

Ya no podía contener su ansiedad. 

Pero puede que los crios de que me habla y toda esa gente aún esté en 
la isla de que me habla. 

Le aseguro que no hay nada allí. Pasé una semana buscando rastros. 
No hay nada en absoluto. Nada. 

Justamente. ¿No le parece raro que no haya...”nada”? 

No lo entiendo. 

Es fácil. Si imagina. Einstein decía que la imaginación es más 
importante que la inteligencia. Creo que le robó la idea a Julio Verne, pero 
es sólo una teoría mía.- Pollack siguió escuchando sin responder. Sabía 
ahora que era mejor no hacer preguntas y dejar que el hombre hablase. Le 
gustaba hablar. El oficio de profesor... 

El viejo tomó una de las numerosas hojas de papel que cubrían la mesa de 
jardín y un lápiz. 

Con él dibujó una forma irregular. Junto a ella hizo una cruz, que luego 
convirtió en un diagrama tosco — no era un gran dibujante- en el que marcó 
cuatro letras. N-S-WE 

En lenguaje de marinos se dice Noviembre, Sierra, Whisky, Eco... 
Pollack conocía perfectamente el lenguaje. 

Una rosa de los vientos- dijo. 

Sí. Y ésta — señaló el físico con la punta del lápiz la forma irregular que 
había dibujado antes- es su isla. 

-¿Y bien? 

Que esa isla tiene una coordenadas en el espacio...tal latitud y tal 
longitud... 

¿Cierto? 

Absolutamente cierto. 

Esas coordenadas son convencionales. Se refieren a líneas imaginarias 
que llamamos paralelos y meridianos. 

Así es... pero no veo a dónde quiere llegar. 

A donde quiero llegar, amigo mío...es a que sólo contamos con 
coordenadas espaciales porque pensamos que los lugares están siempre 
allí...lo que es indiscutible. 

El problema no está en el dónde (subraye “dónde”) sino en el “cuando”- 
Pollack sintió algo parecido a la iluminación que había visto en su 
interlocutor hacía un momento. 

-¿Quiere decir que pueden seguir estando en el mismo lugar del espacio 
pero que se han movido en el tiempo? 

Por toda respuesta, el anciano sonrió. 

Estaba satisfecho de comprobar que seguía siendo un buen profesor, a 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


pesar de llevar ya años de retiro. 

0000000000 

Ben esperaba a Ron Pollack con una sonrisa burlona. 

¿Quién se casa? ¿Tu novia, acaso?- 

E1 ingeniero acababa de entrar al café para su desayuno diario y no sabía de 
qué le estaba hablando Ben. 

Me han dejado una carta para ti. ¿Es que no tienes buzón en tu 
edificio?- 

Ron recibió el sobre y lo miró sin entender, 

Era del tipo que se utiliza para las bodas; un papel de lujo y su nombre 
escrito en fina caligrafía con tinta china. 

Después de tomarse un gran café lo abrió con cuidado. No tenía noticias de 
ningún matrimonio cercano entre sus familiares o amigos. 

La tarjeta color crema mostraba el siguiente texto. 

La comunidad de Urania 
Tiene el honor de invitarlo 
A la boda de 

Angela Lynn y Art Gabriel 

Que tendrá lugar en la capilla de la isla El 12 de octubre A las 12 horas. 

Del año... 

Ron no se hizo preguntas acerca de la razón por la que el espacio para el 
año estaba en blanco. Sólo buscó con angustia la ventanita de la fecha en su 
reloj pulsera: marcaba el día 10. 

000000000000 

Alguien que hubiese estado en aquel lugar de la isla a aquella hora hubiese 
observado un suceso difícil de explicar. Pero no había nadie, a excepción 
del mismo Pollack. 

De pie en el sitio donde una vez se había levantado la capilla que había 
observado desde el Caribe a través de las cámaras de vídeo, el hombre 
observaba un cronómetro y miraba al cielo. 

El sol estaba casi en su punto más alto para la época. 

Treinta segundos más tarde, el testigo que no estaba allí hubiera visto cómo 
el hombre de pie en la mitad del descampado se esfumaba como por 
encanto. Lo que él sintió, pero que ningún testigo hubiese podido sentir con 
él, fue un gran aplauso y una cantidad enorme de risas y gritos de alegría. 
Rodeado por todos, se vio de pronto en el interior de una hermosa catedral 
que le recordaba algo la Sagrada Familia de Gaudí. 

En el altar, un sacerdote comenzaba a oficiar una ceremonia de matrimonio. 
La música del “Ave mafia” de Schubert inundó el espacio. Sonaba con un 



LA ROSA DE LOS TIEMPOS 


curioso toque de jazz. 

Un niño que lo miraba con fijeza hizo que Pollack se observara a sí mismo. 
Para su enorme sorpresa se vio vestido con un impecable traje de etiqueta. 


FIN 

de 

LA ROSA DE LOS TIEMPOS